jueves, 6 de agosto de 2020

Diario de películas (5)


Dos películas bélicas

Greyhound (Aaron Schneider, 2020)

La novela en la que está basado este guión de Tom Hanks se llama El Buen Pastor. Ya eso debería decir mucho en una película sobre un capitán explícitamente cristiano que debe cuidar un "rebaño" de barcos que transportan soldados norteamericanos durante la Segunda Guerra Mundial. Aunque la analogía tenga su propia iconografía -unos haces de luces que entran a su recámara como si fueran los ojos de Dios- la película es también el acto ininterrumpido de acompañamiento al trabajo del capitán, marcando tanto su responsabilidad como su capacidad de delegar. A diferencia del cine clásico, el barco no está ni en el mar ni en un estudio, sino en un océano de imágenes digitales a veces demasiado imponentes. Pero hay, por otro lado, una cercanía con el cine bélico que se hacía en Hollywood. En principio llama la atención la duración, de apenas una hora y media, que parece nada si la comparamos con lo que las películas duran ahora. El cine bélico actual se suele otorgar a sí mismo el carácter de épico, tanto por sus duraciones, sus efectos, o su excesivo trabajo de mezcla sonora. Por algún motivo muchas de esas películas se esfuerzan por ser más de lo que son, con esos momentos inmersivos en los tímpanos de los soldados cada vez que explota una granada, o con planos-secuencia decorativos. Greyhound es breve, y se atiene a narrar la propia misión. Hanks, como si estuviera volviendo a interpretar al Sully de Eastwood, solo deja ver de sí mismo lo que concierne al trabajo, con la suma de algunos elementos personales que ahi se cuelan. Así la película crea su propio repertorio de situaciones cotidianas que van formando parte del asunto, que incluyen los abrigos, el calzado, las comidas, las horas de sueño. Ninguno parece arbitrario porque todo eso tiene la función de potenciar la entrega de Hanks a la misión. Pero más allá de la cuestión estructural, lo que más solidez le da a Greyhound es el hecho de apostar todo a su conflicto singular, ahí está la confianza en el relato, si de ahi surge algo de epicidad, siempre será genuina.


Retreat, Hell! (Joseph H. Lewis, 1952)

Las únicas películas que había visto sobre la guerra de Corea eran dos de Samuel Fuller filmadas ambas en 1951, The Steel Helmet y Fixed Bayonets!, y eran dos donde el punto de vista (ese tan particular de la virulencia fulleriana) era el de los soldados intentanto sobrevivir a una fatalidad en la que se ven insertos. Esta de Joseph H. Lewis tiene fama de película de reclutamiento, pero incluye una duplicidad interesante entre dos de sus personajes que además pone en crisis a lo que podría ser un discurso unidireccional. El primero es el que interpreta Richard Carlson, un ex combatiente de la Segunda Guerra que tiene esposa e hijos. El recuerdo de la guerra pasada ya es algo lejano. Para él, estar nuevamente en el frente es un constante riesgo porque tiene mucho por perder. El segundo es el joven que interpreta Russ Tamblyn, que tiene una actitud contraria, viene de una familia de marines y lo único que quiere es ser parte de esa tradición. Lo que termina sucediendo es que cada uno se transforma incorporando lo que el otro tiene. El hombre de familia tendrá que volver a aprender a someterse a situaciones de riesgo para volver a ser un buen marine, y el joven tendrá que entender que pelear tiene sus límites, que es un riesgo, y que puede terminar muerto como su hermano mayor. Finalmente más que una cuestión de reclutamiento se trata más bien de un balance. Además, todo se da en un contexto de derrota porque la misión es una retirada, la gloria entonces solo va a salir del funcionamiento grupal y sus actitudes. Por eso el título está sacado directo de lo que dice el personaje de Frank Lovejoy, que si lo traducimos sería algo como: "¿Retirarnos? ¡Minga!".

No hay comentarios.:

Publicar un comentario