jueves, 19 de diciembre de 2024

Cuentos de la cripta

Hoy visité la cripta de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, que tiene aproximadamente 8000 cadáveres exhibidos de diferentes maneras, algunos mejor conservados que otros. Estaba prohibido sacar fotos, como conociendo ya de entrada el cierto morbo estético que puede despertarse en los visitantes. El impedimento era justo, caminar por ahi y solamente contemplar lo reconcilia a uno con la muerte como destino, que aparece de forma actualizada, en el aquí y ahora. Es el presente de la sensación de finitud. Más allá de las vestimentas variadas cuidadosamente arregladas en los cuerpos, hay una diferencia notoria entre las cabezas de unos y otros. De muchos queda solo el cráneo, una vista que nos parece más "amigable", pero hay varios que conservan bastante tejido del rostro, esos son los más impresionantes. En medio de esa caminata silenciosa me encontré recordando algunas de las películas de terror de Lucio Fulci y empecé a sentir que entendía mejor algunas cuestiones de su cine. Siempre me pareció que sus muertos vivos tenían una caracterización particular, con un maquillaje muy visible, por encima de las caras, excesivamente revulsivo en su relleno de gusanos y prodedumbre, a diferencia de otro tipo de representaciones de caracter si se quiere más naturalista en películas norteamericanas, con una predominancia de los rasgos vivos del actor detrás de un maquillaje principalmente compuesto de heridas. Los muertos vivos de Fulci se parecen demasiado a los cadáveres de la cripta de los Capuchinos, tienen una apariencia más añejada, como si su vida ya terminada quedara mucho más lejos en el tiempo. Es una imagen de la muerte quizás más sintética, o con mayor peso en la palabra "muerto" que en la palabra "vivo", dentro de la nomenclatura de "muerto vivo". Mirando pensé en la imponencia de esos seres monstruosos filmados en gran angular, avanzando hacia la cámara, casi pornográficamente o quizás, ahora mejor dicho, necrológicamente. La muerte avanza hacia nosotros.

jueves, 5 de diciembre de 2024

Graveyard of Honor

Kinji Fukasaku, 1975

Todavía más cruda que las Batallas sin honor ni humanidad y con un personaje casi imposible de acompañar. La película plantea constantemente el misterio alrededor de él: cosas que hizo o que no hizo, como si indagara realmente en documentación, fascinada por su existencia e intrigada por las palabras contradictorias de su epitafio. Los episodios de la vida de este yakuza se dan en medio de los años de ocupación norteamericana en Japón y en la época que Fukasaku recuerda como la era del mercado negro, excelente caldo de cultivo de organizaciones criminales. El mundo se ve de esta manera: planos repletos de personas, pasando por adelante y por detrás de los personajes, o dando vueltas alrededor de ellos. Golpes pueden entrar y salir del círculo, y todas las escenas terminan con peleas indescifrables entre mínimo 10 personas. Nuestro personaje se equivoca cada vez que puede, como si encarnara deliberadamente a todas las taras y vicios de los hombres de su tiempo, pero su presencia es magnética, detrás de todo ese cúmulo de actividades ilícitas y violentas hay una verdad, tal vez incluso amor, pero todo hombre duro guarda sus secretos hasta la tumba.

martes, 3 de diciembre de 2024

Juror #2

Clint Eastwood, 2024

Algo podría remitirnos al protagonista de la última película de Scorsese. No es que haya un parecido o un paralelismo, pero sí una relación similar entre nosotros y él, nuestra forma de acompañarlo, a pesar de que uno ignore y otro sepa todo. Es avanzar de la mano con alguien que genera daño, y en esos casos el dolor compartido que surge de ahí puede parecerse. Con el primero tal vez sea la angustia de no llegar a ver en nuestro héroe un momento de lucidez, con el segundo es la angustia de que ni siquiera el saber y la consciencia son suficientes, porque las pasiones involucradas ofrecen su contrapeso. En medio de todo eso, podemos tratar de imaginar (desesperadamente) múltiples soluciones, algo que ordene, como si pudiera llegar un sacrificio externo, de otro lado, alguien que pague lo que no queremos pagar, o que vele por nuestra fe en el mundo, pero en Juror #2 ya no estamos en el mundo de los héroes y la entrega (palabra con la que podríamos divertirnos un rato, con el posible doble sentido que la película permite darle), sino en uno que ofrece cada vez más motivos para renunciar a cualquier pelea, que pueden ser indignos como una candidatura estúpida, o hermosos como el armado de una familia. Esta es una película bastante más amarga que las anteriores de Eastwood, una donde la verdad, que otras veces vimos prevalecer gloriosa, ahora nos toca la puerta y también lastima.