Christopher Nolan, 2023
Separando momentáneamente la discusión sobre estilos, colores y tiempos, debemos aceptar que la primera mitad de Oppenheimer nos conduce casi exitosamente a una forma de realismo político más que interesante en tiempos de multipolaridad. Lo curioso es que todo lo que podría ser trágico en esos mismos términos (incluyendo un razonamiento "acompañable" de los personajes hacia el bombardeo atómico en Hiroshima y Nagasaki) termine convirtiéndose en una dualidad espaciotemporal conflictiva entre ciencia y política que nos regresa a un estado de inocencia plena, donde los científicos tienen su propia e individual tragedia revelada: la de encontrarse inmersos en un mundo que no pueden controlar, que los amarga, los deprime, y los pone en un estado de solemnidad eterno. Para la pata política la bomba atomica es de caracter ofensivo, persuasivo y de balance internacional. Para la pata científica, al menos hasta cierto punto de quiebre, era un inmenso hongo de fuego prometedor de la paz, como si su propia imagen fuera apenas cine revelando algo, haciéndolo simplemente visible, mágicamente operando sin matar a nadie en un mundo en armas. Tal vez ese sea alguno de los problemas a los que Nolan quiera explícitamente referirse, sobre todo cuando lo vemos tratando de ser lo más artesanal y fidedigno posible con el fuego, y luego, por supuesto, con toda la parafernalia de montaje y temporalidades. Se hace cada vez más evidente la vocación y obsesión de Nolan por la invención de una suerte de Nueva Ciencia del Montaje y la Temporalidad. Afortunadamente, el premio Nobel al cine todavía no existe. Lo seguro es que Nolan tiene muchas ganas de ganarlo.
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