lunes, 22 de enero de 2024

Cambio cambio

Lautaro García Candela, 2022

Publicado como parte de Cine argentino para el 2024 – ¿Qué pueden las películas? en La vida útil

“Cambio cambio” es lo que dicen los hombres, mujeres, jóvenes, adultos o viejos que se paran disimuladamente en las avenidas peatonales del Microcentro porteño para atraer clientes. El sonido de los arbolitos. El volumen nunca es alto porque la venta del dólar paralelo es cauta y necesita pasar desapercibida. Quizás esa simple frase seductora, que también oficia de título para la película, sea el canto que mejor sintetice la fiebre por el dólar que azota como tormenta recurrente a la sociedad argentina, una comunidad que, si habitara un western norteamericano, estaría solo compuesta por gold diggers. En nuestros días se parece más a una droga, pero a una que trae entre sus efectos la fantasía de la estabilidad cambiaria y que tiene un impacto adictivo creciente en los argentinos a medida que acechan los fantasmas de las crisis.

Un estudio de esa relación con el dinero puede ser racional, sociológico o económico, pero el cine necesita volverlo una experiencia de sentido. Pablo, que pasa de deambular de trabajo en trabajo a convertirse en arbolito, vive también una historia de amor para permitirnos ver desde ahí sus caminos de ascenso y caída. Habrá entonces una pareja, pero atravesada por las diferencias de clase social y las propias pretensiones de cada uno de ellos. Para cada paso de la relación se volverá importante juntar dinero, y el grupo de personajes que se arma comienza a operar. Hacen “puré”, una forma de “ventajita” permitida si uno se adentra activamente en los vericuetos del sistema financiero de los vivos. Atrás, con la información que se va colando por radios y noticieros, está la crisis como una explosión inminente. Los anuncios son fatales, el caos siempre está cerca y a punto de irrumpir.

Lo curioso en Cambio cambio es que esta inminencia, que avanza como correlato al ascenso de Pablo, nunca se llega a manifestar plenamente. La explosión es otra, un incendio deliberado que termina con su negocio y sus ventajas, lo cual nos deja sin un imaginable o esperable cierre con una crisis histórica al estilo Nueve reinas. Es incierto si algo de esa magnitud corresponde verdaderamente a nuestros años. ¿Será que al vaticinar crisis todos los días por televisión hayamos licuado también su propio peso o valor? 1975, 1989 o 2001 ya son hitos, pero con las tendencias estéticas actuales en pocos años no faltará crisis que no tenga su propia aventura ficcional televisiva. ¿O será que el poder de daño de las crisis ahora viene en cuotas, más discreto visualmente y sin las reminiscencias palpables conocidas por todos?

Tal vez, para el momento de su rodaje, el horizonte explosivo haya sido, tanto para nosotros como para su autor, improbable o difícil de predecir. Pero también es verdad que, incluso hoy, palabras como hiperinflación pueden usarse para cualquier cosa, ya sin valor o peso alguno, y una crisis institucional con muertos en las calles podría ocurrir tanto dentro de dos años como esta misma noche. Es posible que hayamos perdido el derecho a hacer semejantes sentencias porque les licuamos su valor, en otra hiperinflación pero de carácter estético y mediático.

Así entonces, Cambio cambio finaliza su tormenta (no sin dejar algunos pronósticos de adicciones para el futuro), y parece optar también por disolver la pareja sin dolor alguno, con consensos razonables y dialogados. Lo que queda parece ser el anecdotario de una forma de vivir y moverse, y que incluye un elogio a la poética de las calles de Microcentro como territorio de infinitas aventuras y desastres porteños. Es posible que nuestro bimonetarismo nos haya convertido también en esquizofrénicos en el plano de lo narrativo, porque si bien algunos estarán ávidos de fantasías dolarizadoras para nuestra moneda, habrá otros que verán allí puertas abiertas a millones de universos de estéticas dolarizadas aprovechables para, en el mejor de los casos, entendernos un poco, aunque sea desde nuestras fantasías más podridas. ¿No parecen los arbolitos una encarnación urbana y argentina de esos típicos espías ficcionales de la CIA que se sientan en los bancos de las plazas para intercambiar información y dialogar sin mirarse a la cara? Es excitante y atractivo, como todo lo que nos puede hacer caer.