La primera vez que vi
Europa 51 (1952) creía que estaba ante un tratado marxista sobre la culpa de clase. La mujer adinerada (Ingrid Bergman) comenzaba a transitar los barrios pobres y a encariñarse con la gente, cada tanto hablando con un periodista de izquierda, y poco a poco empezando a incomodar al resto de su familia, con una serie de idas y vueltas que generaban lo que algunos llaman
conflicto interno. La vuelvo a ver y entiendo todo alrevés, y creo estar ante una nueva incursión en el tema de la santidad del director de
Francesco, giullare di Dio (1950), que ponia en escena una serie de parábolas de la vida y obra de San Francisco de Asís.