jueves, 24 de noviembre de 2022

Mar del Plata 2022 (7)


3 más de Patricia Mazuy

De todos los estrenos creo que Bowling Saturne fue lo mejor del festival, una película oscurísima de la que se venían diciendo cosas los días anteriores a la proyección que me tocó, la última de todas. Me dijeron que tenía una escena muy violenta y explícita de un hombre golpeando a una mujer. Quizás no estuvo bien pero yo pregunté en qué momento, si al principio, al medio o al final, como si algo de eso fuera a darme algún tipo de escapatoria o beneficio. Al principio, me dijeron, y la información no tuvo efectivamente ninguna utilidad. Empezó la proyección y la escena en cuestión llegó alrededor del minuto 20, esto hizo que la espera se sintiera como una tortura.

Todo el clima del principio se me hizo pesadísimo, como si pudiera sentir constantemente la presencia del mal. Cada vez que aparecía una mujer en pantalla pensaba, listo, se viene. Era insoportable, pero finalmente el momento llegó. Resulta que uno de los protagonistas, que viene con ciertas perturbaciones previas de impotencia sexual, lleva a una chica a su nuevo departamento (heredado de su padre recientemente fallecido) para tener sexo. La cosa empieza con disfrute, luego se pone intenso, para llegar a ser incómodamente intenso, y luego el hombre simplemente la golpea, fuerte, en la cara, repetidas veces. La termina matando con la base de un velador.


Estábamos ahí sentados con Lucas Granero y al terminar la escena este gira y me dice: "listo, te podés relajar". Después hablábamos de que no estuvo tan bien preguntar tanto, nos condicionó demasiado. De todos modos no terminó siendo la regodeada que imaginábamos, de hecho fue bastante justa para con lo que se narra, y justa sobre todo para la película y lo que esta venía a contar en general. Bowling Saturne es, como decía antes, una película oscura, sobre un padre que muere y deja un legado a sus dos hijos varones: una sala de bowling, un perro negro y unos amigos cazadores que no quieren irse nunca de ese lugar. En ese legado hay algo infernal, tan rojo y diabólico como los colores de póster. Esta es una película sobre violencia patriarcal que no hace su pasaje generacional (padre a hijo) en términos teóricos, de denuncia o de representaciones prototípicas (esos casos donde un personaje masculino equivale a "la idea de hombre"), y eso la hace mucho más perturbadora e interesante. Aprendemos a conectar con esos personajes y por ende vemos las cosas suceder como si las acompañáramos, aunque tengamos que ver escenas que no nos gustan, desde puntos de vista incómodos. Parece que el público de Locarno la destestó a Mazuy por eso.

El bowling se llama Saturno, seguramente sea una referencia a ese cuadro tremendo y horroroso de Goya, Saturno devorando a su hijo. A esa relación no la puedo rastrear con certeza o llegar a comprenderla en su totalidad, pero sí veo una película de hombres consumidos, y al peso del horror puro, o al menos de su imagen pura, algo que está también en la cara de desesperación de Saturno en ese bocado. Espero algún día volver a ver la película y ampliar.


Vi otras dos de Mazuy. A Sport de filles también me gustaría volver a verla, pero porque entré mal. Es uno de esos casos donde estoy seguro de que si hubiera estado más atento al principio la película me parecería buenísima. El personaje que acá interpreta Bruno Ganz tiene una serie de problemas con la dominación, de caballos y de mujeres, y también otra que se ejerce sobre él mismo. Tiene un final oscurísimo, similar en tono al de Piel de vaca (a la que ya me referí antes), donde parece consumarse un vínculo pervertido, tal vez enfermo, pero paradójicamente sellado con la sonrisa de sus partícipes.

La otra fue Paul Sanchez ha vuelto!, que me la perdí durante el festival pero la vi después en casa. Esta tiene una estructura casi completamente enmarcada en el policial aunque seguramente se le puedan detectar pizcas de western, sobre todo por la presencia del criminal en cuestión merodeando por las afueras del pueblo, escondido en los montes rocosos, siempre en viaje y solitario como si fuera el villano de una película de Budd Boetticher.


Paul Sanchez es un hombre que mató a toda su familia y nunca fue encontrado, pero la película sucede diez años después de estos hechos, cuando aparece un sujeto y empieza a tirar señales a la policía, dice ser el asesino. Lo interesante es que en realidad no es él, y lo que Mazuy logra es que, en lugar de hacer quedar a este como un loco más, la situación se parezca a una reencarnación. Paul Sanchez es una idea. Este nuevo hombre no es él, pero nada nos da la seguridad de que no lo sea, obviamente acá hablando en términos de cine y no de documentación y pruebas. El proceso me hace volver a pensar en Bowling Saturne, y pienso que es similar. Lo que hace volver a vivir a Sanchez tal vez sea lo mismo que lo que mueve a los herederos del bowling. Las películas de Mazuy son muy concretas con lo que muestran pero siempre tienen algo más, algo raro. Hacía rato que no miraba películas tan perturbadoras. Se podría decir que son realistas pero para mí están llenas de fantasmas.

miércoles, 16 de noviembre de 2022

Mar del Plata 2022 (6)

Serge Bozon, Martín Farina, Cyril Schäublin, Santiago Fillol

Don Juan de Serge Bozon fue predecible desde su premisa. Un actor que está ensayando una obra donde interpreta a Don Juan es dejado por su novia. La ficción y el fracaso personal se le mezclan. En la película hay algunos números musicales y la novia en cuestión interpreta múltiples papeles. Cada tanto aparecen mujeres bellas (todas son su novia) merodeando por ahí y el actor las encara. Sus frases elaboradas no sirven, porque cada uno de estos momentos es realista y verosímil. Todas lo rechazan porque parece un idiota, una de ellas le pega en el ojo. Durante gran parte de la película este Don Juan anda con una piña en la cara. En un momento un grupo de estudiantes discute sobre la pertinencia de presentar una obra sobre un conquistador de mujeres en la actualidad. Todo se siente forzado y es poco interesante, como si la película intentara atravesar todas las discusiones y aristas alrededor de ese tipo de romanticismo y ser así un gran collage de resultados dispares.

Durante esa función un colega nos recomendó mucho Náufrago de Martín Farina y Willy Villalobos, así que fui a verla al día siguiente. Como película sobre la última dictadura me parecio mucho más intuitiva que consciente y teórica, lo cual me pareció muy bueno. Por supuesto que esto no va en detrimento de lo político, a lo que la película no le escapa. La propuesta es extraña, Villalobos es un ex detenido y exiliado que vive ahora en Cabo Polonio, Uruguay. Toda la primera parte consiste en un desarrollo visual de sus sueños. Después nos enteraríamos que esa voz en off particularmente lenta y cansada era así porque los audios se grabaron durante las madrugadas, con los sueños bien frescos. El recurso es muy bueno porque uno siente como si el personaje que habla siguiera en el sueño, o al menos con una pata todavía adentro.

Más adelante conocemos a otros amigos ex militantes, que se reunen en la casa para comer, y asistimos a algunas de sus charlas. Todo lo que hablan es durísimo y hasta se llega a sentir algo de esos últimos momentos de convicción y entrega, y la posibilidad que tienen de desvanecerse. Una imagen aterradora es la de un hombre decidido a reventarse la cabeza debajo de la rueda de un colectivo si lo llegasen a agarrar (en épocas de la contraofensiva montonera). Todo esto contado por él mismo, ¿cómo es posible que esté pensando eso mientras camino, mirando cada colectivo mientras pasa? La película deja un sabor amargo porque si bien se nota que le pertenece a aquellos que nunca consideraron conciliar con la forma actual de democracia liberal (y hasta se muestra como una forma de resistencia), también nos obliga a encontrar las contradicciones de quienes llevaron la guerrilla hasta los momentos finales. En el medio está el paso del tiempo, decisiones de juventud pensadas desde el mundo adulto. Según ellos: decisiones de hijo y decisiones de padre.

Es interesante que inmediatamente después haya visto otra película política, esta vez de ficción, pero con una propuesta nada intuitiva y totalmente controlada desde preceptos teóricos y formales. Me refiero a Unrest de Cyril Schäublin, una película Suiza que sigue a varios personajes trabajadores de una fábrica de relojes durante el siglo XIX. No la disfruté justamente por percibir tanto cálculo y precisión en la formulación de tesis e ideas. Se habla mucho de las diferencias entre comunismo y anarquismo, se reflexiona sobre el tiempo, su relatividad, su arbitrariedad, lógicas obreras, lógicas sindicales, lógicas patronales. Parecía una de esas películas de hará unos diez años, cuando estaba muy de moda el cine de Haneke, aunque en este caso sin crueldad al espectador. En Unrest está todo bastante limpio y ordenado. En un momento la película respira, y es cuando dos personajes que se atraen entre sí deben detener un reloj por motivos que ahora no voy a contar. La escena respira y es bella, pero sus resultados no dejan de ser teóricos.

Voy a saltearme algunas películas que estarán agrupadas en otras futuras notas para referirme a Matadero de Santiago Fillol, ya que venimos hablando de cine político. Es una película con una premisa sumamente ambiciosa, sobre un director norteamericano que se propone filmar en Argentina una versión del Matadero de Echeverría. Al parecer en ese rodaje murió gente, la película comienza en nuestro presente, van a proyectarla por primera vez y afuera del cine hay protestas. El director teme hablar, no se anima, y en el público hay una señora que formó parte del rodaje, en su juventud fue asistente de dirección, con ella nos sumergimos en un gran flashback. Lo que sigue es una historia que al principio parece X de Ti West (sí). Hay un grupo de jovenes bellos, burgueses y pretenciosos que entra en choque (de clases, claramente), con otros más negros y pobres, los trabajadores de un matadero que interpretarán a los "salvajes" del relato. El rodaje transcurre en 1974, "en modo guerrilla", y los actores pequeñoburgueses filomontoneros tratan de convencer al director de cambiar al final, para hacerlo de una manera que la película juzga más idiota y por ende más satisfactoria para estos personajes sin verdadera alma.

Todo es confuso ideológicamente. En un momento vemos el accionar de la Triple A y la entrega que el director hace para lograr lo único que le importa, que es terminar la película. Lo que parece que será algo descarnado, o "algo que no puede leerse sino que tiene que verse", termina siendo un cierre enigmático, donde hay muertes lejanas y ominosas, políticas... Y para colmo nunca regresamos del flashback. Eso es incomprensible. Jamás sabremos qué pasó después de la proyección, si la mujer se encontró con el director, si el director se animó a hablar y en ese caso qué pudo haber dicho. Qué pudo haber pasado. La película muere en la sugerencia.

jueves, 10 de noviembre de 2022

Mar del Plata 2022 (5)

Keisuke Kinoshita, Patricia Mazuy

La Balada de Narayama es la primera película que veo de Keisuke Kinoshita, pertenece a la retrospectiva de Kinuyo Tanaka y se proyectó en 35mm, en perfecto estado y con todos los colores en su lugar. La historia es la de un viejo relato tradicional, sobre un período de hambruna en el que los viejos se retiran a sus 70 años para perderse en la cima del monte de Narayama a morir de hambre en soledad, y dejar que los jóvenes puedan racionar mejor la comida para seguir viviendo. 

Todo esto suena terrible, y se siente terrible. En la película los habitantes del pueblo tienen tanta hambre que se atragantan con el arroz blanco que pueden comer una vez al año. El personaje de Tanaka está a punto de cumplir 70 y está completamente convencida de que debe subir al monte. Eso la enorgullece, lo que sí la avergüenza es el hecho de que su dentadura está demasiado sana para su edad, y eso le permite comer y masticar como persona joven. Siente tanta vergüenza que en una escena decide romperse los dientes a propósito.

La película está toda realizada en estudio, con algunos escenarios que la hacen parecer teatro, pero el cine rápidamente toma el control de las cosas. Cada lugar es singularmente precioso, cosa que parece una contradicción con lo terrible de los hechos. Pero el sacrificio de los ancianos en el monte es tan sagrado que lo llegamos a desear, y el personaje del viejo que escapa de su destino nos parece un cobarde.

La imagen de la muerte que la película arma es escalofriante. Lo que vemos es un monte nevado, lleno de cuervos y esqueletos, donde los hijos deben llevar a sus padres mayores sin hablarse en el camino, para dejarlos allí y volver con la prohibición de mirar hacia atrás. Este ritual y sus reglas son esa imagen de aceptación. Tanaka llega y saca una pequeña bola de arroz, su última cena. El resto de la comida intenta darselo al hijo, tal vez para el viaje de regreso. El hijo llora, incapaz de aceptarla, termina dejándosela. Ese pequeño gesto es desgarrador porque Tanaka nunca deja de ser madre, a pesar de la certeza con la que sigue señalando al monte, sin contestarle una sola palabra, respetando el ritual.

En el festival está también la película nueva de la francesa Patricia Mazuy, acompañada de una retrospectiva. Inmediatamente después de la de Kinoshita vi Piel de Vaca, su primer largometraje. Quedé sorprendido por el nivel de oscuridad presente en lo cotidiano, como en un punto medio entre un Chabrol y William Friedkin. En la trama hay un crimen oscuro: dos hermanos borrachos, Roland y Gérard, queman un granero sin ver que adentro había un tipo durmiendo, pero solo uno de ellos, Roland, asume pagar el precio y va preso. Gérard sigue la vida y maneja el campo. En el medio se enamora de Sadrine Bonnaire y tiene una hija, también nuevos amigos. Cuando Roland vuelve, lo que encuentra es la vida plena que perdió y entre los ellos se genera un pacto de deuda. De repente toda esa vida le pertenece, como si la mereciera, no solo el lugar, sino también la mujer y la niña. Roland sonrie, juega, tiene su propia carisma, pero cada vínculo se vuelve oscuro, como si fuera el diablo viniendo a cobrar un favor.

Entonces sucede que casi todas las escenas de la película se vuelven sórdidas porque, lo que al principio parece una amenaza para Sadrine Bonnaire, termina deviniendo en una extraña atracción por Roland. Hay algo en él que parece superar en todo a Gérard y tal vez sea por su ahora revelada capacidad de sacrificio, que convierte a toda la personalidad y vida del marido en una cosa falsa. Uno tampoco sabe qué esperar de Roland, que juega con la niña y nunca estamos seguros de si es peligroso dejarla sola con él o no. Desaparecen un rato e imaginamos lo peor. La resolución no es violenta ni fatalista, de hecho son escenas amenas, pero completamente teñidas de esos vínculos invertidos y macabros.

Mar del Plata 2022 (4) Pacifiction

Pacifiction, de Albert Serra

La primera película de Albert Serra ambientada en el presente es difícil de clasificar. Salí de la función sorprendido y pensando en que me pareció su mejor película. No vi muchas de las anteriores pero en su momento pensé mucho y escribí sobre La muerte de Luis XIV. No me había parecido buena, pero sí que tenía muchas discusiones productivas adentro. A lo largo de los años Serra se armó un personaje de su propia figura, con declaraciones ególatras y polémicas, tan delineado que muchas veces parece directamente un payaso.

En Pacifiction el protagonista es igual a él, se parece de cara y anda toda la película con anteojos de sol y un traje blanco, pero este personaje es mucho más interesante. Durante todo el metraje seguimos a De Roller, un comisionado francés en la isla de Tahití de la Polinesia francesa y a los sucesivos encuentros que tiene con distintos personajes del lugar. Entre ellos hay tanto habitantes de la ciudad como miembros de tribus, trabajadores de boliches y hoteles, pero también funcionarios políticos y militares.

De Roller se hace una fama de pequeño estadista, se reúne con las personas, recibe a quienes traen algún problema que resolver, se mueve. Como espectadores lo acompañamos durante toda la película en cada viaje, pero sobre esta pequeña esfera política empieza a aparecer una mucho mayor, al principio como rumor, y es que la zona fue elegida para hacer una serie de pruebas nucleares. En un momento se habla de China, Rusia y America. Hay un vaticinio de tercera guerra mundial y de intereses geopolíticos. De pronto De Roller se queda afuera de lo que pasa y llegan algunos personajes misteriosos. Entre ellos hay un norteamericano que también usa lentes de sol y un almirante de la marina. La película empezaría entonces a armar un contraste entre lo paradisíaco del lugar y una suerte de premonición apocalíptica.

La pequeña política de De Roller ahora parece una cosa tonta, accesoria, y se siente. Se la pasa buscando pistas de los operativos como un detective pero casi en clave de comedia. Dicen que hay un submarino bajo el agua, en algún lugar de la zona, donde mandan a las chicas de los boliches para prostituirlas. De Roller espía porque ya nadie le dice nada y todo el mundo parece formar parte. Entonces poco a poco el universo que arma Serra se vuelve extraño, como si las situaciones y los lugares adquirieran un estatus de sueño. De Roller se frustra, piensa en las consecuencias de la radiación, se enoja y odia a los políticos. De repente es un muñeco de lentes y traje blanco al que nadie le presta atención, tal vez otro payaso.

Quizás lo más interesante de esta película se da al final, cuando De Roller parece asumirse dentro de ese sistema más grande que el de su pequeña isla, como si pasara de un colonialismo paradisíaco y amable hacia uno verdadero, sin dejar de mostrarse decadente. Al menos en eso pienso cuando lo veo en esas últimas escenas del boliche, con la iluminación llevada completamente al azul violáceo, observando a todos los personajes bailar. Al igual que en La muerte de Luis XIV, hay una serie de declaraciones finales, casi a la cámara. El almirante, que parecía hasta entonces un mero viejo jerarca militar que disfruta de los boliches y las mujeres desnudas, se lleva a un grupo de marinos en una lancha para arrancar un operativo especial, probablemente destructivo. Su discurso es majestuoso y lleno de épica. Los marinos escuchan compenetrados, a uno de ellos le cuelga un crucifijo, están dispuestos a sacrificarse por algo más grande. Parece como si Serra también estuviera aceptando un lugar de pertenencia, contrario a las pequeñas aspiraciones, en esa mirada final explícitamente occidental, de realismo político.

Después se me ocurre pensar que no es casual que esta sea su primera obra de diégesis contemporánea, y que parte de ese realismo político podría ajustarse también a la mayor causalidad narrativa que esta película propone. Formalmente no deja de ser una inmersión pesada, donde cada escena dura mucho más de lo que su mecánica narrativa propone, pero la dirección de sentido nunca deja de ser clara. Dentro de su propuesta el recorrido está repleto de imagenes imponentes, como la secuencia espectacular de las olas gigantes en el mar, pero luego aparecen las lluvias, los atardeceres y los momentos sombríos. En la película se habla bajo, con una cadencia calma y algo de eso nos lleva a pensar en una especie de ocaso, como si todo sucediera en un día que se está por teminar, y no se sabe si habrá otro.

martes, 8 de noviembre de 2022

Mar del Plata 2022 (3)

La visita de John McTiernan

El domingo 6 fue la esperada charla de John McTiernan. La sala era muy pequeña y no entraba todo el mundo, cosa que provocó algunas frustraciones. Según los organizadores, el arreglo para la visita se concretó a último momento y ese fue el motivo por el que solo pudieron conseguirse dos de sus películas para proyectar, Duro de Matar y Depredador.

McTiernan tiene más de 70, uno de sus primeros comentarios fue sobre su infancia en los 50, y algunas de las películas que su madre lo llevaba a ver al cine. Como todo director veterano no se prende al enaltecimiento de su propia figura y trata de mostrarse humilde, hablaba lento pero sin ningún tipo de desdén para las preguntas. Creo que simplemente sucedía que como lo estaban indagando sobre cosas que pasaron hace mucho tiempo tenía que hacer esfuerzos para recordar nombres y datos, o para elegir bien las palabras que iba a usar.

Habló un poco de sus inicios y del momento de su vida en el que descubrió que en el cine las imágenes siempre tienen que tener un orden específico, en oposición a internet. El tipo de cinefilia de McTiernan, como la de casi todos los directores americanos grandes de su generación, es inesperada. Dice que aprendió mucho mirando La noche americana de Truffaut, que desglosó hasta el hartazgo películas de Kubrick plano por plano y que disfruta mucho del cine italiano. Para cuando filmó Duro de Matar se sentía como "un Bertolucci filmando una de acción". También aclaró que su director americano favorito es John Ford, "por la moral".

Más tarde se dio una segunda frustración, y fue el hecho de que quedaba poco tiempo y mucho para hablar. Era imposible extender la charla porque habría otra próxima en el mismo lugar. Antes de pasar a las preguntas del público, McTiernan le dice algo al presentador, Pablo Conde, pero sin micrófono, y este le cuenta a la audiencia: dice que por qué no le estamos preguntando si le gustan las películas de Marvel. En ese momento la sala estalla, aplaudiendo y hasta gritando. Fue ensordecedor.

Este fue un hecho interesante desde ambas partes. Por un lado el propio McTiernan parecía querer sumarse a la tanda de directores de su generación que últimamente viene criticando al cine de superhéroes públicamente. Seguramente habrá imaginado que eso lo sumaría a la discusión y le daría algo de protagonismo en el mundo de las redes y sus peleas estridentes. Ya muchos conocen los problemas legales y actualmente económicos que tiene, así que no creo que haga falta señalarle esa explícita búsqueda de atención. Por otro lado, la ovación repentina del público podría tener una explicación que va de la mano con eso. La cinefilia del tipo más romántico odia a Marvel y disfruta casi a nivel masturbatorio cada vez que algún maestro sale tirar declaraciones al respecto. Además McTiernan parecía estar regalándonos esa primicia a los argentinos.

De todas maneras lo de McTiernan no fue un simple comentario. Se notaba que se había preparado porque lo que siguió a eso fue una clase varios minutos de historia del arte. "Debo remontarme muy al pasado para hablar de esto", dijo. Entonces contó las diferencias en tipos de representación a lo largo de la historia. Su tesis consiste en que durante muchos siglos las imágenes fueron sólo de gente poderosa, nunca del hombre común. En el momento en el que el hombre común comenzó a aparecer como centro de las representaciones esto supuso cambios históricos, y recalcó, es un hecho político innegable, porque pocos años después del cambio estético vino el cambio político. Pero la modernidad encontró sus propias maneras y como "los ricos no son boludos" buscaron una nueva forma de regresar al centro, cosa que en realidad ocurrió bastante rápido. Pero en cuanto al cine McTiernan dice entonces que hacia mediados o fines de los 90 esos poderosos que son ricos pero no boludos decidieron comprarse los estudios, de manera tal que el cine empezó de a poco a poner en escena cualquier cosa con tal de alejarse del hombre común, "magos, animalitos, superhéroes, son una aristocracia". El cine pasaría a sus manos y sería producido no ya por conocedores de ese arte sino por "supervisores que sólo responen al dinero y a los intereses de los ricos".

Desde el público escuchábamos atentos, a mí me parecio notar que la excitación con la que McTiernan empezó el relato se iba convirtiendo poco a poco en angustia y enojo. Cerró el tema contundentemente: "esto no es una boludez, nos interpela a todos y no podemos hacernos los boludos, porque es un problema político y se trata de una contrarrevolución". Obviamente el público cinéfilo de la charla volvió a estallar, pero el enojo de McTiernan me pareció genuino, y me fue chocante el contraste con la alegría de la sala. Algo de eso me pasa con esas discusiones oriundas de internet.

Esa misma noche se proyectó Duro de Matar en el Auditorium, presentada por él mismo, y fue realmente una locura. Todo ese vitoreo pareció encausarse y encontrar su sentido durante la película. La sala era grande y estaba llena, pero la película fue inmensa. Desde el público reíamos, festejábamos y nos emocionábamos. Más que masturbarnos con la razón, lo que se sentían eran plenas ganas de vivir. McClane es el héroe común por excelencia, y al día siguiente en la proyección de Depredador se validó también con el Dutch de Schwarzenegger.

Sobre este tema había hecho una gran analogía en la charla. Mencionó un libro, cuyo nombre no recuerdo, que se centraba específicamente en las formas de comando militar y las relaciones entre los generales y sus tropas, de cómo es que lograban que los sigan y peleen. Ponía de ejemplo el caso de Napoleón: la modalidad era "Napoleón es un genio, ergo, lo seguimos". Y decía luego que la forma que más le interesaba era la norteamericana, en relación a Ulysses S. Grant, un general de la guerra civil que luego fue presidente de Estados Unidos. Para Grant el general debía ponerse al mismo nivel que las tropas, debía vestise igual, dormir con ellos y hasta comer la misma comida. El resultado sería muy simple: seguirlo es mandatorio ya que sus decisiones lo pueden salvar tanto a él como al resto.

Este es el tipo de relación que McTiernan trata de tener con su público, como si se sellara un pacto durante los primeros minutos de la película, en el que queda claro que quien nos narra y nos guía por la historia nos acompaña. Como sucede con los grandes directores, esa relación pasaría también a sus historias y en su filmografía es hermoso, porque es un mundo donde las almas virtuosas que hay dentro de las personas comunes se encuentran, pelean juntas y hablan el mismo idioma. Ejemplos habría demasiados, pero ahora recuerdo el que más me conmovió durante esta proyección de Duro de Matar: cuando John sale del edificio y se reconocen con Powell. No tienen idea de cómo se ve el otro, pero se reconocen, como si pudieran atravesarse y ver la fibra más interna y bella de lo que son.

lunes, 7 de noviembre de 2022

Mar del Plata 2022 (2)

João Pedro Rodrigues, Leonardo Favio

Fogo Fátuo es la única película que vi de João Pedro Rodrigues. Todos me decían que seguramente iba a "tener muchas pijas", cosa que fue completamente cierta. Yo la sentí como un chiste gay muy elaborado, contando la historia de un príncipe que, en un arrebato ecologista, decide dejar todo para ser bombero, todo esto al indagar sobre las terribles consecuencias de los incendios forestales. La puesta en escena es tan declamativa que hasta lo centra al personaje dando un discurso de Greta Thunberg hacia la cámara. Lo gracioso es que parece como si se uniera a la fuerza más que nada porque los árboles se ven como falos. El principe se sumerge entonces un mundo gay de bomberos que posan desnudos imitando cuadros clásicos para su calendario anual, y luego conoce a un muchacho con el que tiene todo tipo de aventuras sexuales.

La película es cortísima, dura menos de 70 minutos, y gran parte de ella continúa elaborando esta relación árbol-falo, cada tanto sumando una secuencia musical. Por momentos la prolongación del chiste es muy graciosa pero hacia al final agrega un toque de política y queda todo medio confuso. Hay una relación conceptual que se va planteando entre la realeza y la república, se intuye con algunos de los diálogos al principio. El final es en el futuro, en el año 2069. El principe, que hace rato ya es rey, muere y aparece su compañero en el funeral. Nos enteramos que es presidente de la república.

Ese mismo día saldé una cuenta pendiente histórica y vi por primera vez Juan Moreira de Leonardo Favio. No tengo mucho para decir que no se haya dicho antes, la experiencia fue muy grande. Por lo pronto solo voy a proponer una lectura algo fuera de lugar, sólo porque puedo: yo salí convencido de que Juan Moreira es nuestro Tony Montana. Vi en él a un hombre hambriento de libertad, que sigue un camino moral propio, que no duda en correrse de bando si lo necesita, que durante un tiempo viene en ascenso, pero que también tiene sus fallas, hasta llegar a un momento final de entrega explosiva, donde sale a enfrentar cuerpo a cuerpo a quienes lo asedian, sin importar el número, para terminar traicionado y asesinado por la espalda.

Mar del Plata 2022 (1)


Retrospectiva de Kinuyo Tanaka, dos películas argentinas y Bill Forsyth.

Lo primero que vi del festival fueron películas de la retrospectiva de Kinuyo Tanaka, sobre dos de ellas hay una nota que escribí para La vida útil, estas son Madre de Mikio Naruse y La vida de Oharu de Mizoguchi. Dejo link a la nota, quizás la publique luego también acá. Me quedan pendienten de ver las otras dos dirigidas por Tanaka y decir alguna cosa sobre Donde se ven las chimeneas, de Heinosuke Gosho.

Esta podría ser la más realista del grupo, teniendo en cuenta que mucho de lo que pasa gira en torno a la disposición de las chimeneas de una fábrica que existe (o existía) en Tokio. Les dicen las chimeneas mágicas, porque dependiendo desde qué zona de la ciudad se miren cambian en cantidad. Son 4, pero según el ángulo pueden verse así como parecer tres, dos o una sola. Las secuencias de la película se van dando en distintos puntos de la ciudad, generalmente en zonas humides pero con marcadas diferencias de clase. En cada caso se puede ver algo distinto. A veces se remarca, otras veces las chimeneas se cuelan en los planos. El centro de la película es una cuestión geográfica, pero luego la película en sí es un melodrama que combina situaciones angustiantes con ese sentimiento de cambio de tiempos que conocemos más de las películas de Ozu.

En este caso a Kinuyo Tanaka le llegan problemas complicadísimos. Está casada pero no sólo reaparece el ex marido al que creía muerto en la guerra, sino también un bebé. El ex marido es mucho más pobre que ellos, y la madre del bebé cree que no pueden mantenerlo. Uno de sus vecinos, que también es más pobre que ellos, tiene como 10 hijos y aún así les dice que estos son una bendición. Mucho de lo que pasa en la película tendrá que ver con esto, con los personajes preguntándose si es verdad o es mentira. El Japón de posguerra aparece atravesado por constantes preguntas sobre el porvenir de las personas, las familias, las relaciones, así le ocurre al personaje de Hideko Takamine y a su posible vínculo amoroso con su compañero de habitación.


Previo al comienzo del festival me adelanté y vi Local Hero de Bill Forsyth. Me la iba a perder y nunca la había visto. Es una película que lleva un ritmo extraño para la explícita comedia que maneja en algunas escenas. El protagonista trabaja para una petrolera y es el encargado de negociar la compra de un pueblo entero en el norte de Escocia, que tiene una gran reserva por debajo, pero en el lugar se nota que hay una comunidad muy pequeña que tendría que cobrar una indemnización para irse. En la película se da la negociación, y por momentos parece una excusa para plantear un imaginario gráfico muy específico: hombres de traje con portafolios negociando sumas millonarias con una playa vacía de fondo. No tengo ninguna explicación pero mientras la miraba recordaba algunas películas de Alexander Payne.

Ya en Mar del Plata vi Trenque Lauquen, de Laura Citarella. De sus cuatro horas de duración disfruté muchísimo las primeras dos, que tienen el mejor costado de algunas de las películas del Pampero, es decir, astucia narrativa y una inventiva envidiable. La película cuenta la búsqueda de una mujer, Laura, que desaparece del pueblo y es buscada por su novio y su amante. El novio es Rafael Spregelburd haciendo ese papel para el que siempre lo convocan y que siempre le sale perfecto, un burgués academizado de Capital Federal que de la vida no entiende nada. El amante es Ezequiel Pierri, oriundo de la zona y sabremos que fue el más capaz de establecer un verdadero y sentido vínculo con Laura. Durante estas dos primeras horas hay un planteamiento de bases clarísimo, pero en la segundas dos comienza una narración que se aleja como una tangente. Ahí empiezan a verse todas las marcas que menos me atraen de las películas de Mariano Llinás, esos gestos narrativos de alejamiento de todo aquello con lo que supimos involucrarnos. Ahí es donde me pierden como espectador. Sigue habiendo astucia e inventiva, pero cuando lo que me metió en el relato se relativiza así (o más bien se descarta), no veo motivo para estar involucrando con lo siguiente.


Esa misma tarde seguí con Sobre las nubes de María Aparicio, que me gustó muchísimo. Cuando terminó pensé en que no tenía ningún interés en ponerme a diseccionarla o indagar en algunas de sus ideas, y creo que es porque lo único que me interesaba eran sus personajes, que son muy simples y creíbles. No por una cuestión de verosimilitud o de construcción, yo los vi como personas queribles y quería por ende ser testigo de su posible felicidad, que no siempre parece llegar. El centro de la ciudad de Córdoba se retrata casi siempre desde la problemática económica de este grupo de personajes narrados en paralelo, que podrían o no encontrarse. Hay una cosa muy marxista porque siempre sabemos cuánto sale todo y cuánto trabajo cuestan las cosas. Después hay toda una cuestión que la película arma con los planos de las nubes, un eclipse de sol y algunos textos leidos sobre las personas y su relación con el tiempo. Insisto en que pensé demasiado poco en todo eso, me termino quedando con esa parte más afectiva que se arma con cada uno de ellos, como cuando el padre de 48 años desempleado le dice a la chica en la parada del colectivo: "ojalá consigas trabajo". Siento que aunque no la conozca se lo desea de verdad.

lunes, 24 de octubre de 2022

Comrades: Almost a Love Story

Peter Chan, 1996

Debo haberla encontrado en alguna de esas listas de mejores películas de Hong Kong y parece que era muy recordada. Sin tener los excesivos formalismos de un Wong Kar-Wai, pero sí contando con Maggie Cheung, Comrades es una película romántica, pero una que depende casi siempre de la geografía. China continental, Hong Kong, Nueva York.

Xiao-jun llega a Hong Kong desde China, para todos es un provinciano vulnerable que habla chino mandarín y que debería aprender cantonés e inglés. Allí conoce a Qiao (Maggie Cheung), que trabaja en un McDonalds y trata de pasar por cosmopolita ocultando su origen también chino. La tía del Xiao-jun, que es dueña de un prostíbulo, tiene una obsesión con William Holden y añora una cita que tuvo en su juventud con el actor cuando este había visitado Hong Kong. Se subrayan las aspiraciones capitalistas, todos quieren encontrar maneras de hacer plata y separarse de la precariedad comunista.

El tema es que para Xiao-jun hay algo que se dejaría atrás, este tiene una novia provinciana a la que le prometió matrimonio. Su plan original en Hong Kong era hacerse de algunos dólares para poder casarse. Xiao-jun y Qiao se hacen amigos pero es claro desde el principio que se enamoran, y lo consuman. Es una esas relaciones que tratan de ser casuales pero tienen constantemente el peso de ser un amor verdadero. Durante la película tratarán de no caer, luego llega la novia de Xiao-jun y la cosa se complica a punto tal que deciden alejarse. Él se casa y ella termina de pareja con un gángster, un personaje muy particular porque la película lo filma como si fuera un laburante más, y además es simpático, tiene sentido del humor. Esas parejas no tienen por qué ser malas, por ende unir a Xiau-jun con Qiao significaría necesariamente, para cada uno, matar algo que tiene valor por sí mismo.

Xiao-jun y Qiao se ven una vez más y no pueden evitar comerse el uno al otro, entonces deciden romper sus otros vínculos. Xiao-jun lo hace aunque le cueste, pero Qiao encuentra a su querido gángster en problemas y no puede evitar acompañarlo. Xiao-jun queda solo, con un paraguas bajo la lluvia. La película se traslada entonces al barrio chino de Nueva York, en lo que parece ser una versión más degradada de las aspiraciones capitalistas de los personajes porque todo parece una porquería. Si antes McDonalds era una cosa querible, ahora nos deberán causar repulsión las hamburguesas que mastican los americanos en plano detalle.

Vi otras dos películas donde Estados Unidos se ve extrañado desde la mirada de personajes que vienen de Oriente. Una es Brother de Takeshi Kitano, la otra -es una coincidencia y no tiene nada que ver- es Brother 2 de Aleksey Balabanov. El efecto es rarísimo, en el caso de Comrades está el barrio chino, donde todo les es cercano, pero por fuera hasta Times Square es un espacio hostil. A la pareja gangster de Qiao lo asesinan, de la nada, unos pandilleros que le quieren robar los cigarrillos, como si fuera un lugar en donde se va a morir. Nueva York podría ser una extremación de todo lo cosmopolita que se ve en Hong Kong. Tanto Xiao-jun como Qiao terminan solos ahí, generándonos la espera de un posible encuentro. Parece como si lo más vital de la película fueran esos momentos que tuvieron juntos en Hong Kong, donde se acompañaban el uno al otro en esa búsqueda de ascenso, un punto intermedio entre la China continental y los Estados Unidos.

En el fondo hay algo de nostalgia por el proceso de transformación, como si se añorara ese momento en donde el deseo por todo lo global parecía tener un sentido y se percibía como el perfecto escape. Ahora a ellos, vagando por Nueva York, les queda recordar a la cantante Teresa Tang, muy popular entre los provincianos. En las noticias se ve que Teresa Tang ha muerto, de la misma manera que real o simbólicamente lo han hecho sus otras parejas. Tambien algunos chinos de Nueva York andan comentando que en los 80's todos querían irse de China, pero que ahora en los 90's les empieza a pasar que quieren volver. Esa melancolía traducida en canción popular recuerda un poco a algunas posteriores películas de Jia Zhangke.

Al final la película propone una trampita que puede caer simpática pero que podría reducir la densidad de lo anterior. Resulta que Qiao llegó a Hong Kong el mismo día que Xiao-jun, hasta se habían quedado dormidos juntos, sin saberlo, en el tren. Ahora sentimos que estaban destinados a encontrarse, pero Comrades es más una película de procesos dolorosos que de un amor romántico. Tal vez esas dos cabezas que se apoyaron entre sí, por error mientras dormían, hayan compartido un sueño. Como símbolo e idea de puesta suena tremendamente grasa, pero la película se trata un poco de eso, desplazado en tres países y a lo largo de diez años de la historia.

martes, 11 de octubre de 2022

El idioma del Western


Dead for a Dollar (Walter Hill, 2022)

La última película de Walter Hill está dedicada a la memoria de Budd Boetticher, lo que automáticamente la asocia a cierto tipo de western escueto, como los que este filmó junto a Randolph Scott a fines de los años 50. Esa referencia activa a un realizador aparentemente menor va a contrapelo de la tendencia revisionista actual, de la misma manera que el propio Boetticher se separaba de los westerns que en aquel entonces se empezaban a correr del primer espíritu épico del género. Hace mucho tiempo ya que se suele decir que es un género terminado, y las actuales incursiones parecen acompañar esta afirmación, como si siempre apelaran a algo especial, algún tipo de giro que valide una nueva discusión o polémica histórica. Es difícil encontrar actualmente películas que simplemente se planteen como nuevas historias, continuando esos universos sin poner en primer plano la insistente revisión. Este sí sería un caso.

Hill encuentra en Max Borlund (Christoph Waltz) a su propio héroe solitario, un cazarrecompensas que parece ya haber decidido su forma de actuar y de moverse. Pero detrás aparece el hombre separado de la tarea y, con él, la forma que este tiene de vincularse con los demás. A diferencia de su personaje en Django Unchained de Tarantino, la relación con los negros no es positivista ni de defensa activa, mucho menos progresista. Su ausencia de prejuicios es tan natural como las transacciones económicas que lo llevan a la ejecución de sus tareas. Tampoco se trata de un políglota. Borlund desestima las preguntas sobre su nacionalidad y se considera americano, habla un solo idioma. Así es como también Hill se propondrá hablar simplemente el idioma del western.


En en esta película hay dos personajes negros y están en permanente disputa sobre cuál debe ser su lugar en el mundo. Transcurre en 1897 con la esclavitud abolida pero aún así uno de ellos, Elijah Jones, ve formas de esclavitud en otros lados, ya sea en las obligaciones del ejército o en los nuevos roles que le tocarían en el mundo segregado. El Sargento Poe, por el contrario, encuentra dignidad en el ejército y la posibilidad de formar parte de algo. Al principio podemos entender la lógica de Jones, pero en su fantasía de escape hay algo que termina siendo trunco y en términos muy similares a los de su compañera de viaje, Rachel, que escapa de su marido rico Martin Kidd, armando juntos un falso secuestro. Ella parece tener un espíritu libre, pero en su búsqueda de toma de riendas no deja de asomarse por detrás el duelo pendiente que tiene con él y con toda su forma de ver el mundo. Y Elijah seguirá convencido de que su arreglo monetario de rescate con ese burgués despiadado sigue en pie, cuando todos ya sabemos que es imposible que se lo respete. Para Hill no hay salida por ese lugar.

Rachel aprende a tirar porque sabe que tal vez deba defenderse de Martin en algún momento. Cuando Elijah quiere ocupar el rol de marido atento y protector, intentando sostenerle al brazo mientras practica, ella lo rechaza. Más adelante verá en Borlund, aún siendo este el enviado pago de Kidd para recuperarla, a un verdadero caballero: uno al que le incomoda verla bañarse pero que a su vez sería incapaz de pensar que es una puta por irse con un negro. Si Borlund aprendió algo en la tarea que ejerce es a no juzgar y paradójicamente su lado más humano encausa ese liberalismo impuesto hacia un mejor lugar.


Dead for a Dollar tiene otros duelos pendientes, como el del criminal Joe Cribbens (Willem Dafoe), que fue atrapado y encarcelado por Borlund. Nunca tuvo la chance de enfrentarlo porque este lo agarró desprevenido en la cama. A medida que avanza esa búsqueda de venganza lo iremos conociendo y nos será muy difícil juzgarlo. Es un hombre justo en sus batallas y completamente capaz de ver la diferencia entre el bien y el mal. Tal vez su encarcelamiento haya sido solo una consecuencia más de la lógica despasionada y mercantil del rol de cazarrecompensas. Para Borlund, que durante la película descubrirá qué tipo de hombres pueden ser aquellos para los que trabaja, el regreso de Cribbens será entonces otra muestra más de sus propios límites.

Luego está Tiberio Vargas, el gran terrateniente mexicano, dueño de su propio ejército de maleantes como suele suceder. Curiosamente entre sus lacayos hay un americano bruto y racista, y un mexicano educado en el mundo anglosajón, ambos igualados, trabajando para asegurar los mismos intereses. Este último, Esteban Romero, es uno de los personajes más ricos de la película de Hill, que actúa de comunicador, tratando constantemente de mostrar un porte inocente  y protocolar aunque perfectamente consciente de las implicancias de todo lo que pasa o podría pasar. De alguna manera en Romero hay un reverso de Borlund, ya que también opera bajo la sombra de otro, y de su forma de ver el mundo. Borlund le terminará perdonando la vida.


En las implicancias de todo esto hay una masacre inminente, todo lo que al principio era una cuestion de transacciones de dinero termina pasando hacia su versión más verdadera, porque Kidd se saca su máscara civilizada para desnudar sus intenciones reales. Que el negro muera, y que su mujer sea capturada y violada por la banda de Tiberio, como si fuera un accidente, y así Kidd conservaría su estatus y reputación. La amenaza final se vuelve perturbadora, pero el paso de Borlund por estas tierras ya hizo efecto por ese milagro que es su imposibilidad de ser condescenciente con los demás, ni con Poe, ni con Rachel. Así es como algunos héroes se forjan. Hasta Cribbens ayuda liquidando a Tiberio, aunque al final del día haya que saldar cuentas pendientes.

Max Borlund es un personaje extraordinario, completo hasta en sus fallas. En un mundo más feliz tendríamos, gracias a este, más westerns con Christoph Waltz teniendo misiones, llegando a lugares, armando comunidades. Para esto no hace falta tanta vuelta más que la simple voluntad de narrar este tipo de historias con una mirada atenta. Así lo demuestra Hill plano a plano.

miércoles, 28 de septiembre de 2022

Red Rock West

John Dahl, 1993

De Dahl había visto solamente The Last Seduction, donde también se nota la referencia directa al noir. En estos casos, y en Red Rock West en particular, la cita abusa mucho del estilo y caracterización, a veces por sobre todas las cosas. Hay formas de hablar que hasta suenan forzadas, como siempre buscando emplazarse en el código. No es demasiado molesto, pero es lo que las separa de otros policiales de los 90 que tranquilamente pueden ser mejores sin tanta alusión figurativa al género. Menos persianas, por decirlo de alguna manera. Pero Red Rock West no deja de funcionar y además se le cuela algo de western. El pueblito en cuestión tiene su sheriff, su territorio acotado, todo un micromundo. Incluso hay ideas interesantes con los carteles de entrada y salida en la ruta. Es por momentos la historia de un tipo que llega a este lugar y todos sus destinos le apuntan a volver, aún necesitando huir.

Dennis Hopper hace de su icónico Frank en la Blue Velvet de Lynch y hasta tiene una escena medio copiada, donde se le permite gozar desquiciado en un auto derrapando a toda velocidad al lado de un tren en marcha. Nicolas Cage también podría decirse que está lo más parecido a sí mismo que se puede, aún tratando de hacer de una especie de Robert Mitchum. Es que la película busca y de alguna manera logra encontrar esa tipología clásica, de mujer fatal, de hombre caído o de un crimen con consecuencias trágicas, pero a su vez, si uno desmenuza la trama, también se sostiene en sus reveces argumentales. Tiene como cuatro o cinco giros sorpresivos de trama, quizás demasiados para una sola película. También varían los personajes, pasan de ser buenos a malos y viceversa en segundos. En eso hay una cuota de irreverencia, pensando justamente en una película cuyo referente final podría ser más un Blood Simple de los hermanos Coen que alguna película de Jacques Tourneur. Ese factor Coen se siente cuando cuesta encontrar gente que no sea un desastre moral, al menos Cage conserva una cierta lógica, aún en sus momentos más nihilistas.

De todas maneras siempre es agradable el universo sensible que arma este tipo de películas, en este caso traen a la estrella de country Dwight Yoakam y lo ponen a interpretar a un camionero bastante pintoresco. Él mismo es el responsable de la canción de los créditos finales, donde se termina de sentir esa mezcla entre el western, el policial y por qué no, ya que citar es gratis, de road movie.

lunes, 26 de septiembre de 2022

PTU: Police Tactical Unit

Johnnie To, 2003

Tenía pendiente PTU, una de las más conocidas del período más prolífico de Johnnie To. Las siglas refieren a "Police Tactical Unit", y la película sigue a ese grupo de uniformados durante una noche entera. Ellos deberán ayudar a un detective de notable jerarquía que ha perdido su pistola en medio de una pelea con unos pandilleros y eso se supone grave, más si el arma llegase a ser usada para cometer un crimen. Entre el de mayor rango de la PTU y el detective hay un vínculo de lealtad, que entendemos superior a cualquier reglamento o burocracia. La ayuda tendrá que ser incondicional, y el arma tendrá que aparecer antes de que amanezca, solo así se podrá tapar el asunto, el deshonor y la vergüenza. Pero hay también un dato que relativiza la posible solemnidad de la película y es que el detective es medio un idiota. Este pierde la pistola de forma cómica porque se resbala con una banana en medio de la corrida con los maleantes. Todas esas circunstancias están repletas de idiotismo, incluyendo una secuencia en un restaurante organizada a partir de tres mesas con pandilleros que tiene un perfecto ritmo de comedia. Más adelante va a aparecer otra escena casi simétrica, entre otras tres mesas, pero con tres rangos distintos de la policía interactuando.


Uno de los varios logros de To es poder pararse en el punto medio entre esa comedia del ridículo -que jode tanto con la torpeza como con los rangos y las burocracias-, y la parte que encara a la trama policial con la seriedad de todos sus objetivos. En PTU nada deja de ser en serio aunque todo sea joda, y en medio de las escenas se desnuda un poco la naturaleza de esas "tácticas". Para los personajes se juega la pertenencia al uniforme y lo que este conlleva, donde ser policía es propiciar alguna detención ilegal, algún que otro golpe ilegal... y la presencia en el territorio a partir del miedo. El policía menos embarrado es el más burócrata y el más sucio es lo contrario, pero en la serie de vaivenes urbanos y nocturnos de la película de To se empieza a borrar la línea, hasta que todos forman parte de una misma mecánica, una que culmina en duelos y pistolas, y donde se ve quién es quién.

jueves, 22 de septiembre de 2022

Orphan: First Kill


William Brent Bell, 2022 / Publicada en A Sala Llena

Resultaría imposible referirnos tanto a esta película como a su antecesora sin revelar detalles de sus resoluciones o vueltas en los argumentos, por lo que todo lector que pondere al factor sorpresa en el cine debería dejar de leer, ver la película, y si lo desea puede luego regresar a esta nota. De todas maneras, nunca podremos explicar por qué existen lectores de críticas de películas que no vieron, eso seguirá siendo un misterio.

En todo giro argumental se juega siempre una tensión entre puntos de vista. Nos dan datos que completan un mapa de saberes, es decir, llegamos a un punto de la película donde se nos revela una información acerca de algo que efectivamente ocurría pero que no veíamos porque estábamos emplazados en un punto de vista distinto. En las películas de Orphan, tanto la primera de Jaume Collet-Serra como en esta precuela de William Brent Bell, todas estas perspectivas están ancladas en el personaje de Esther, en lo que sepamos o no de ella, en nuestra distancia para con sus acciones y hasta en nuestra posible identificación, pero a su vez, en estos casos en particular, no deja de ser importante la figura de la actriz Isabelle Fuhrman, que moldea su cuerpo acorde a cada necesidad.

Entramos a Orphan: First Kill ya conociendo el final de Orphan: Esther es en realidad una mujer mayor de treinta años, malvada y manipuladora en un disfraz de niña. Es una resolución algo descabellada pero que va acorde a mucho de lo que se ve anteriormente.  Además Fuhrman, adolescente en aquel entonces, debió acatar esta resolución poniéndose en los zapatos de una mujer mucho mayor. Tiene sentido que suceda más de una década después que la misma Furhman, realmente adulta, nos haga partícipes de la customización perversa que hace su personaje. Durante la primera mitad compartimos todo con Esther, sus planes y decisiones. El revés que produce la película de Bell con respecto a la anterior termina siendo totalmente consistente, no solamente se adapta a una nueva construcción del sistema de expectativas alrededor del cuerpo de Fuhrman, sino que también entiende que habrá, inevitablemente, una parte del espectador que buscará identificación con esta villana devenida en protagonista. Algo similar sucede con Don’t Breathe 2 y el villano interpretado por Stephen Lang.

Orphan (2009)

Nos resulta fácil ir de la mano de Esther en esta nueva entrega y tal vez se deba a uno de los logros del film de Collet-Serra. Las víctimas de Esther no son necesariamente inocentes, ellas también cargan con sus propios fantasmas, siendo parte de una caracterización deliberadamente burguesa y en un modelo de familia visualmente pleno pero propenso a ser quebrado. Pero la propuesta de Bell podrá permitirse ser más incisiva. Ya no se trata de una madre que tendrá que reconciliarse con una falla anterior (y para eso hasta matar simbólicamente a su hija perdida), sino de una madre que tomará las riendas de cada problema convirtiéndose en una verdadera asesina. Podemos entonces hacer una suerte de balance moral y Esther dejaría de ser, a mitad del metraje, el personaje más malvado.

Como problema planteado, el de First Kill es más grueso en sus trazos y propenso al desastre. Estéticamente es una película más sucia y sin miedo al ridículo, donde todo parece conducir a ese incendio, fatal para todos pero conveniente para Esther, totalmente oscuro. La película de Collet-Serra, por el contrario, era noble con la madre en esa suerte de melodrama que hay en toda buena película de terror: terminaba siendo una tragedia y con un final que hasta podríamos juzgar luminoso. La diferencia está en la mirada que ordena todo y aquí se da porque el film de Bell se mete en el territorio de las películas “de origen”, que siempre es más fácil de recorrer. En ellas lo maligno surge en sus conclusiones, no es algo con lo que necesariamente se lidia, sino más bien la antesala de futuros conflictos, y el camino lleva hacia la caracterización de aquel que será villano. Son la historia de su ascenso, sin lugar para las redenciones. Hay bien y hay mal, firmemente delineados. De ahí probablemente surja la permanente sensación de estar viendo una película clase B, cerca de una trama de Ruggero Deodato, con grupos de burgueses despiadados ejecutando los peores actos y siendo entes de pura crueldad.

Aún con estas comodidades, First Kill funciona, y Esther se completa como personaje siendo ella misma un símbolo: es la imagen de una niña inocente que viene a rellenar el hueco de dolor de una familia, pero trayendo consigo al lado oscuro de esa restitución, mostrando detrás la cara más vil de las tensiones intrafamiliares y sus deseos prohibidos. William Brent Bell había logrado ya con The Boy (2016) una variante de esta misma idea, con otra madre y sus pérdidas, aquella vez depositando todo en un muñeco. Las buenas películas de terror siguen siendo las que no pierden el hilo de sus personajes y su propio dolor, aún teniendo los adornos más desagradables o los giros argumentales más descabellados. En el caso de Esther, lo difícil también está en conectar con el suyo propio, cuando acompañamos a esta extraña mujer, con cuerpo de niña, haciendo todo lo posible para dormir con su supuesto padre. El cine de terror también cuenta eso.

martes, 5 de julio de 2022

The Ward

Hilo de Twitter: https://twitter.com/marianomorita/status/1492950011692343303

John Carpenter, 2010

Nuestra heroína, Kristen, aparece como salida de ese primer cristal roto al comienzo de la película. Kristen sabe de ella misma casi lo mismo que sabemos nosotros de ella, es de esos personajes que nacen pegados a uno. Su existencia es el metraje de la película.

Dos cosas conocemos de ella: una situación traumática ocurrida en una casa que Kristen tiene la imperiosa necesidad de quemar, y sus furiosas patadas de resistencia a los policías que la arrestan para llevarla al psiquiátrico.

Allí conoce(mos) a 4 mujeres más, todas con personalidades distintas, ya acostumbradas a vivir ahi bajo las reglas del lugar. Hay una que nunca vimos, dicen que se llama Alice. Alice se les presentará como un monstruo que las quiere matar una por una.

Como dije, revelo el final. Es inevitable porque de ahi se desprende la paradoja más terrible de la película. La revelación es que Kristen "no existe", Alice es la unica joven que existe y sufre de trastorno de personalidad múltiple luego de una horrible violación en cautiverio.

Contrario a lo que hacen la cantidad inmensa de películas que se intentó igualar erróneamente a The Ward, Carpenter hace de una de las personalidades "falsas" a la protagonista y heroína de su película. Se ocupa de uno de los "cristales".

Lo que tenemos es una situación en donde curiosamente vemos MÁS VERDAD en alguien que no existe, que en alguien que sí, la verdadera chica que está siendo tratada en el hospital. ¿Por qué? Para pensar en eso hay que conectar con Kristen y partir de ahi.

Iris es la lente que le da forma a todas, aunque sea desde el dibujo. Emily propicia un marco de locura, y confronta con Sarah, que es pura apariencia. Zoey es la niña que requiere protección. Kristen: la única capaz de encarar las situaciones enfrentándolas.

Reviendo las primeras escenas notamos que la situación real es el personal del hospital asimilando que apareció una personalidad nueva en Alice, una que se rehusa a respetar las reglas, y a la que hay que temerle.

Si todas las personalidades eran respuestas represivas ante la asimilación de los hechos traumáticos, Kristen debería ser también una respuesta. De todos los "cristales" Kristen es el espejo rebelde de Alice, el que busca vengar el asunto.

Recordemos la sensación de catársis en Kristen cuando quema la casa. Es una necesidad para ella tanto eso como resistir a la autoridad de la clínica, con el constante doble sentido del guardia. La primera vez que lo vemos el concepto de "violación" flota, fuera de campo.

Porque si Kristen y las demás chicas son dobles de Alice, el guardia y su imponencia puede también ser el doble del violador, en otra situación de encierro, "oficial", controlada, donde en nombre de la medicina se manipula física y psicológicamente a los pacientes.

Pero hay una parte más oscura, más que sutil en la película pero certera, que es el origen de lo monstruoso. Si alguna tapó lo sucedido u otra se aniñó para preservar su inocencia, la versión monstruosa es siempre la parte negada: el disfrute de la violación, el Mal.

El disfrute siniestro, que tiene a la cámara de cine como principal partícipe, está en Alice. Avanzando fantasmal por los pasillos mientras las chicas jóvenes bailan o se duchan todas juntas, encerradas. Ahi Carpenter vincula la presencia de su cámara con el cine de explotación.

El "crimen común" de las chicas fue liquidar a esa Alice real, que como en cualquier trama carpenteriana, como podría ser en The Fog, regresa de forma monstruosa. Para los médicos, Alice está perdida, iterando entre avatares falsos, y buscan recuperarla.

Lo curioso es que el Dr. Stringer realmente cree que está haciendo el bien, sin ver lo que nosotros ya comprendemos, y es que el sujeto por excelencia es Kristen. Y Alice... "Alice era mala". Vuelve la oposición entre lo racional y lo sagrado. Para Carpenter existe ese Mal.

Esa es la separación fundamental entre cualquier película de explotación y una que se anima a contemplar el problema: la posibilidad de disfrute del Mal. Carpenter arma una película de explotación de chicas encerradas para incorporarnos activamente a esa reflexión.

Al igual que en Halloween, la presencia maligna aparece en los momentos de relajación, de baja de guardia, los momentos que rozan al voyeurismo pornográfico. Y Kristen será protectora de Zoey de la misma manera que Laurie Strode lo hace con los niños.

Esto no lo voy a desarrollar, pero habría que prestarle atención a cómo se ejecuta cada muerte, y encontrar la relación con la esencia de cada personaje. Ejemplos: la muerte de Iris con el pinche en el ojo, la de Sarah con el rostro quemado.

La de Zoey, fuera de campo, es tal vez el mismo fuera de campo pudoroso incapaz de regalarlos la escena completa del flashback. Cuidar a Zoey es un imperativo de la película.

Como espectadores le creemos a Kristen y la acompañamos mientras se convierte en una Sarah Connor incansable, porque todo lo que Kristen ve está apoyado por la entidad corpórea que la película de Carpenter le da a ese territorio mental de la "locura".

"Si sos el único cuerdo vas a estar en una celda preguntándote qué le pasó al mundo". El planteo de En la Boca del Miedo vuelve. Así procede The Ward, donde tiene más sentido la visión del "loco", quizás porque del otro lado hay una ciencia que olvidó lo que es el Mal.

La misión de Stringer es la eliminación de Kristen para recuperar a Alice, y lo escalofriante es que lo logre. Así se lleva a Kristen al otro lado del espejo, a lo que podría ser el territorio del Príncipe de las Tinieblas.

The Ward es una de las películas más terribles de Carpenter en ese sentido. La que queda en el plano diabólico, esperando cobrar venganza, es aquella que nos demostró su heroísmo. Es el Bien, expulsado del mundo.

Además no es casual que una película sobre mujeres segmentadas en categorías suceda en los 60s. Carpenter apunta directo a mostrar el lado oscuro del liberalismo cultural: su parte manufacturada a costas de la eliminación del potencial verdaderamente subversivo.

Volver a ver The Ward ya horroriza desde el principio. Hasta los cristales rompiéndose duelen, y es una película fantástica por excelencia porque es una donde la manipulación científica no hace otra cosa que destruir almas.