Celluloid Nightmares (Hisayasu Satô, 1988)
Un thriller con los niveles de depravación que aparecen acá sólo es posible en el contexto del cine pinku, porque todo su mundo tiene que ser parte: sus escenas, sus lugares y sus instrumentos. Hay un personaje de esta película que sale de noche a filmar edificios. Vemos muchos de esos planos. De pronto las luces de las ventanas son sorprendentemente parecidas al barrido de los videos snuff encontrados, en esos momentos capturados fugazmente de cerca en un pantalla de tubo. Genitales y barrido de TV podrían ser lo mismo, un objetivo fetiche y vedado. Para esta película filmar la noche es seguir los movimientos de un universo de erotismo comercializado, donde las mujeres que mueren parecen pedir ayuda desde adentro de la pantalla, tapadas por una serie de luces electrónicas que forman líneas.
Mishima: The Last Debate (Keisuke Toyoshima, 2020)
Pasión, respeto y palabras. Extraordinario documento. Provoca una envidia contradictoria: la de vivir en un tiempo donde todo debate parece certero, aunque la historia esté destinada a la tragedia.
Blackberry (Matt Johnson, 2023)
Como biopic de producto tiene varias de las mismas normas (también de producto) que muchas de las otras, como lo que nos hace acompañar un crecimiento basado sólo en el crecimiento. Pero al mismo tiempo tiene un costado inusual, porque trabaja con un producto muerto, "ese teléfono que la gente tenía antes de tener el IPhone". La moraleja irreverente del que se hace desde abajo y termina perdiendo parte de su espíritu choca con el fracaso del propio producto. Es una doble negativa. Los protagonistas de la película no ganan nada. El CEO de Blackberry arreglando uno por uno los teléfonos llegados de China podría ser un eco del Mark Zuckerberg de Fincher apretando F5 para ver si su ex novia lo acepta en Facebook. La diferencia es que Zuckerberg ganó sus millones y este otro perdió todo. Como retrato de un fracaso parece más sincero y atenúa, al menos un poco, a esa especie de capitalismo irónico (que por más que sea irónico sigue siendo "ismo") que inunda a todo este cine.
The Big Lebowski (Joel & Ethan Coen, 1998)
Una revisión luego de muchos años alejado, pero con la mayoría de sus frases casi intactas en mi memoria. Posiblemente la única película de los hermanos Coen que me sigue gustando, esperando que no se trate solamente de nostalgia. Sus películas generalmente son recordadas como títulos pero, a excepción de esta, nunca como personajes, o mejor aún, héroes (aunque la voz de Sam Elliot sea algo reticente a asignarle esa categoría). En esa Los Angeles alienada de principios de los 90, con una guerra fuera de campo que sólo parece asomarse estéticamente en diversos signos, es inesperado que el mas fracasado de sus habitantes tenga la capacidad de desentramar una historia de equívocos y corrimientos constantes de sentido filtrados por marihuana y White Russians. Las frases pasean por la película de boca en boca y van cambiando de forma y hablante: de George Bush, a Dude, al chino Woo, al Lebowski rico, a los nihilistas. Después se cuelan en los sueños. Dude está en todas las escenas, como un detective de Chandler al que esta vez le arman un papel de escoria prescindible, pero vuelve de ahi grande, y con un hijo que seguramente será fumón, pero menos estúpido que el hijo de los protagonistas de Fargo. La irreverencia se cobra la vida de un inocente, que ve su sentencia de muerte en un palo que no cae, y si bien en la secuencia de las cenizas parece ganar el morbo y la ironía, el abrazo final entre Dude y Walter no deja de ser sincero. "Fuck it, Dude, let's go bowling". Los queremos y los acompañamos, mientras esperan su turno para tirar, aunque como espectadores seamos adolescentes que "se meten al medio de una película sin un cuadro de referencia".
Primal Fear (Gregory Hoblit, 1996)
Varios temas en esta película, el punto común es que son todos perturbadores. Pertenece también a una época en la que los ejecutivos de estudio todavía consideraban que estaba bien que en un thriller trabajen varios actores y actrices de primera línea. Los breves años dorados de la carrera de Edward Norton parecen coincidir con el auge de la multiplicidad de personalidades en las películas. Verlo pasar de una a otra produce un efecto estético particular. En el final hay una referencia explícita al de Psicosis, excesiva en explicación pero completamente pertinente.