
No puedo dejar de mencionar, porque la película me obliga, la doble cita a William Friedkin durante la primera secuencia. En una mina de Etiopía, de condiciones laborales más que precarias, aparece un herido con la pierna destrozada y sangrante. Es una escena de puro caos similar a un momento terrible de
Sorcerer, en el que un accidente en un pozo petrolero desata la ira de todo un grupo de personas, pobres y sumergidas en la miseria. Al mismo tiempo, por debajo, dos mineros aprovechan la situación para volver a meterse a la mina y sacar de allí al diamante precioso que circulará a lo largo de la película. El momento está puesto en escena casi exactamente igual al del comienzo de
El Exorcista, en Irak, cuando el padre Merrin toma en sus manos una reliquia que representa a una deidad oscura. Empezar una película así no es ninguna pavada, y además es un peligro porque impone, al menos en el espectador que haya visto algo de Friedkin, la necesidad constante de evaluar si logrará estar a la altura. Eso no debería generarle problemas a nadie, pero si vimos Friedkin y si además de las referencias los hermanos Safdie emulan hasta la tipografía de los títulos, lo que tenemos es una marca de dirección y lo que nos proponen es mirar en ese sentido.