David Gordon Green, 2023
Algo que pasa con este tipo de fórmulas es que nunca se resiste a la tentación de intentar la emulación formal de la película de referencia. Con la trilogía de Halloween era muy visible. Carpenter siempre tuvo ciertos rasgos más o menos conocidos por todos en el uso de la cámara, encuadres, movimientos, música o la relación de aspecto característica. Se puede ser muy exitoso en la copia de estos artificios que rodean a la película, pero la ficha de esta tara carente de imaginación salta más notoriamente cuando el director a emular es alguien como William Friedkin, uno que nunca tuvo marcas estilísticas fácilmente reconocibles. No sería suficiente tomar simplemente la fuente de texto de los créditos o la música de la original. En este caso David Gordon Green intenta emular esa forma extraña de realismo esquivo que había en el cine de Friedkin. Lo que hace es copiarle los cortes de escena abruptos y una cierta idea de caos en el que la cámara parece robar pedazos de realidad, a veces recurriendo al zoom. Alguien debería avisarle que los psiquiátricos y los linyeras se ven demasiado limpios, y que no es lo mismo reventar un edificio digitalmente en una Haití totalmente controlada que reventar un edificio en Israel con bombas de verdad, como sucede en Sorcerer. No es lo mismo, aunque quieras filmarlo con planos parecidos. Esas diferencias se terminan notando intuitivamente y el resultado parece ser, paradójicamente, un realismo que no cree en la verdad. Ahora, en cuanto a creencias, visiones o certezas, está claro que el mundo de The Exorcist: Believer carece completamente de dolor. La cosa pasa por ahí, tiene que haber algo para mirar, y algo en lo que creer. En esta extraña mezcolanza de exorcismos, religiones y referencias, cuesta encontrar algo para agarrarse. Nada duele, ninguna imagen es riesgosa y nada es trágico. No se entiende cuál es ese mundo en el que deberíamos recuperar la fe. Tal vez la fe misma sea entonces también una mera referencia.
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