viernes, 15 de diciembre de 2017

La represión más brutal

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La escena de represión policial más brutal de la historia del cine está en una película de John Carpenter de 1988, They Live. No es una película realista, sino fantástica, aunque años más tarde su director diga que en realidad se trataba, de cierta manera, de un documental. No es mi plan ahora analizar esa línea fina entre la ficción y la realidad, aunque es probable que podamos luego pensar alguna que otra cosa alrededor de eso.

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La secuencia dura alrededor de seis minutos, que en cine es muchísimo si pensamos que en términos de guión no hay tantas acciones dramáticas que "ameriten" tanto metraje. Está claro que la escena se propone casi como un análisis exhaustivo de todos los procedimientos que hacen a esa situación, verla completa, desmenuzada. El lugar en cuestión es un asentamiento gestionado por los miembros de una iglesia, donde hay instaladas algunas casillas y un comedor en el que se alimentan varios de los trabajadores, desocupados e indigentes que allí acuden. Es importante entender que este momento ocurre cuando todavía no hay ningún elemento fantástico declarado en la película, con lo cual nuestra relación como espectadores todavía está despojada del posible distanciamiento que genera saberlo. Lo curioso es que la escena se presenta como totalmente diabólica y ahí está uno de sus principales logros. A Carpenter siempre le interesaron los travellings laterales, que practicó en mucho de su cine, en general para asociar personajes mientras caminan en paralelo (podemos recordar al niño Tommy caminando a la par de Michael Myers en Halloween o a Kristen caminando a la par de Emily en The Ward). En esta secuencia el uso que le da a ese movimiento lateral es totalmente distinto, donde lo que se genera es una unidireccionalidad imparable. Las fuerzas policiales van, en paralelo con las topadoras, arrasando por todo el asentamiento. Los policías por sobre la gente y las topadoras destruyendo las precarias construcciones. El movimiento es de derecha a izquierda y se ve acompañado por los helicópteros en el aire.

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Ahí se produce una dualidad: la cámara acompaña describiendo la represión, y opone, también en movimiento, a las personas que intentan escapar. Estamos ya acostumbrados a detectar ciertos recursos de los medios masivos de comunicación a la hora de trasmitir estos conflictos. Sabemos que determinado diario elige usar la foto del manifestante tirando piedras (Clarín de hoy), y que tal vez, con suerte, en otro se logre colar una foto de un policía o gendarme golpeando manifestantes (Página 12 de hoy). Se nos establece una oposición bastante básica entre qué es lo que se entiende como hecho fenomenológico, porque no es lo mismo decir que los manifestantes generaron un choque con la policía que decir lisa y llanamente que la policía o gendarmería está reprimiendo manifestantes.

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La imagen de un gendarme golpeando a un manifestante con los ojos inyectados en sangre sería entonces la más directa y más evidente del hecho en cuestión, pero curiosamente, en la secuencia de They Live, ningún policía tiene un rostro claro. Paradójicamente es lo que convierte a la secuencia en la más brutal de todas, porque es en la carencia de mirada donde reside el principal horror. Podemos pensar también en el momento en el que el sacerdote ciego es golpeado por tres policías en simultáneo. La cámara está ubicada detrás de los policías, con lo cual la película está eligiendo un punto de vista que en el caso del periodismo expresaría lo contrario.

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Toda la secuencia tiene su correspondiente desglose de acciones: vemos encuadradas las botas de la policía mientras avanzan pateando personas, vemos la coordinación del avanzar de las topadoras en conjunto con los policías, vemos el procedimiento de cómo se tiran las begalas para iluminar el callejon antes de avanzar sobre él, vemos el sector más oculto, abajo del predio, donde los policías golpean brutalmente contra la pared a los dirigentes y al cura, y varios etcéteras más. Parece puramente fenomenológica, pero ahí no se detiene, porque sería quedarnos con poco en un contexto donde es la dimensión política tras el acto la que también se está expresando, y ahí es donde Carpenter recurre a trabajar con lo fantástico. Además de todos estos componentes casi testimoniales, se suma todo un direccionamiento de la puesta a organizarse bajo el manto de la luz ciega de los helicópteros y las máquinas. Parece un calco de otra brutal secuencia, en una película sí totalmente fantástica que es Terminator de James Cameron. La pesadilla de Kylee Reese que nos ubica en el futuro apocalíptico está filmada de la misma exacta manera, pero ahora son máquinas con inteligencia artificial las que orquestan la masacre. La puesta de luz es la misma, una luz ciega (no mira) y que ciega (no deja ver). Las máquinas arrasan con una luz que desnuda toda dignidad humana, siendo sólo el elemento propicio para reconocer y perseguir.

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Por eso los policías no tienen primer plano, no tienen rostro. El acto político de la represión necesita de la anulación de la voluntad humana, necesita de la esclavitud del cuerpo para funcionar y ser efectiva, para así anular también la voluntad de lucha de otros. Ahí es cuando queda claro que es monstruosa, y donde sólo parece que queda horror, puede surgir otra cosa.

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