17 ene 2023

Henry: Portait of a Serial Killer

John McNaughton, 1986

Vi Henry por primera vez alrededor del año 2005 en una copia en VHS que sigo guardando. Mi recuerdo de ella se fue perdiendo en el tiempo, aunque siempre mantuve la certeza de que se trataba de una película violenta y perturbadora. Al volver a verla confirmo que pertenece a ese grupo de películas conocidas por producir un cierto tipo particular de rechazo: uno siente que lo que vio fue muy bueno, pero no está seguro si quiere volver a pasar por la experiencia. Henry otorga terror violento, pero totalmente desprovisto de atenuantes, como si no hubiera lugar alguno para el artificio, estilo, distancia o humor.

No la recordaba tan buena, y efectivamente lo es. No tengo ningún interés en la historia real en una película que, según leo por ahi, está llena de imprecisiones, licencias e inventos. En sí misma tiene a su trio de personajes, sus víctimas, y sus interrelaciones. Entre ellos arma un triángulo de desgracia (como la infancia de Becky o la el propio Henry) y violencia (la seguidilla de asesinatos que los dos varones cometen juntos).

Hay un punto que incomoda en la relación entre Henry y Becky. Al apiadarnos de ellos por sus pasados es como si aprendiésemos a quererlos. 

No es que no hayamos presenciado antes este tipo de ambigüedades, pero Henry es en sí misma una película sobre esa ambigüedad. Tal es así que todo conduce hacia su secuencia final, con Henry y Becky juntos en el auto, hablando como si fueran Eddie Costantine y Anna Karina al final de Alphaville, solo que vienen de cortar en pedazos al cuerpo de Otis en la escena anterior. Se dicen que se aman, van a un motel, y tenemos un instante de Henry mirándose al espejo del baño. Detrás está Becky con una guitarra, tal vez entusiasmada por el porvenir de ambos. No vemos lo que sucede, pasamos a la mañana siguiente, y Henry abandona el hotel solo, luego de afeitarse.

Podemos imaginar ahi un posible final, más o menos satisfactorio. El asesino se va, piensa que tarde o temprano asesinará a Becky, y no quiere hacerlo porque la ama. Entonces la deja durmiendo y huye. No la hará parte de los horrores que seguirá perpetrando. Parece una buena clausura, sin dejar de ser trágica y abierta, pero el final es otro, y llega repentinamente cuando Henry frena el auto a un costado de la ruta y abre el baúl. 

Ese plano final en donde saca la valija con lo que asumimos son los restos del cuerpo de Becky es terriblemente violento, pero sobre todas las cosas es triste. En ese momento la doble dimensión de la película se hace una. La frialdad de la violencia y los asesinatos termina de ganar sobre los momentos de miradas humanas y ternura, y entonces la ambigüedad muere. Lo que queda es una forma de realismo no solo formal-estético sino también moral.

Es como si dijeramos "no se pudo", como con la reprogramación del Perro Blanco de Samuel Fuller. En este caso, no es que queramos perdonar o justificar a Henry, pero nos veremos obligados a aceptar que a veces las cosas son lo que son, y eso puede ser mucho más aterrador que ver el asesinato in situ. La del final de Henry probablemente sea la elipsis más violenta de la historia del cine.

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