domingo, 30 de agosto de 2015
Wes Craven (1939-2015)
En el panteón de los genios contemporáneos del terror, Craven siempre tuvo a mi entender un lugar cercano al de George A. Romero. Ese lugar es el de un genio temprano y consciente, pero tal vez excesivamente directo en sus decires. Las películas de Craven siempre tienen en claro a quién le hablan, por qué le hablan y qué le dicen. Tal es así que a veces ese hablar se imponía ante el mirar, que siempre es más importante (afortunadamente no terminaba de vencerlo). Pero Craven quizás es, de todas formas, el mejor de esa generación de directores que entendieron que la política no sólo era posible de entenderse en términos diferentes a los del renombrado cine político, sino que además en esa diferencia, el fantástico no era el decorado que ilustra la política. Por el contrario, la política aparecía a través del genuino trabajo sobre lo fantástico, y así se dejaba ver.
Wes Craven no era John Carpenter, a pesar de ser genial, pocas veces estuvo cerca de volar a su altura. Pero Wes Craven era la puerta de entrada, la posibilidad de comenzar a entender, para luego seguir buscando y seguir encontrando. Todo Craven revela, dice, a veces explica: aquí hay algo para ver, algo más. Su conocimiento de adelantado articuló al Freddy Kruger que dio vuelta la catarata inflada de asesinos enmascarados que intentó devaluar a Halloween. Ese entendimiento que podía criticar e ironizar hasta la delgada línea que podía rozar el cinismo pero que nunca llegaba a hacerlo, es el mismo entendimiento que le permitía ser así de certero, y que sus películas más directamente políticas se hayan podido construir sobre cimientos verdaderamente pesados, sin alegorías descerebradas y sin dolor de estómago para la brutalidad que se tenía que afrontar (otra línea delgada). Películas como The Last House on the Left o The Hills Have Eyes me revelaron que el terror podía contemplar la lucha de clases con más precisión que cualquier fetichista festivalero y con el factor necesario de su cualidad pulsional, que brilla por su ausencia en el cine racionalista-formalista de qualité. No recuerdo película donde la representación de una dictadura militar alcance todas las dimensiones de brutalidad que alcanza The Serpent and the Rainbow, y con ese nivel de respeto. Posiblemente sea la película que más me asustó, en toda mi vida, y era una película de Craven.
Hoy, con 76 años, nos abandona una de las piedras fundamentales del terror contemporáneo. Un hombre a quien rendimos homenaje porque ya no nos quedan muchos por homenajear, porque nos quedan cada vez menos miradas atentas como la suya. Las que quedan tienen edades similares, y las miradas jóvenes, las pocas que podemos encontrar, todavía tienen mucho que aprender de maestros como él, y de algunos, todavía no sabemos si están dispuestos a hacerlo.
Propongo un brindis por Wes Craven.
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