jueves, 30 de junio de 2016
¿Crees en la existencial del Mal?
Sobre El conjuro 2 (James Wan, 2016)
En una gran secuela, Los Locos Addams 2, Merlina le pregunta a su nuevo amigo "¿crees en la existencia del Mal?", refiriéndose a la ladrona que sedujo al Tío Lucas. En el cine de terror esa pregunta se vuelve central. No es una que deban hacerse necesariamente, como en este caso, los personajes sino el realizador. Porque la mera mención puede asustar, pero si sólo se trata de la pregunta y del repertorio de simbolos que giran alrededor de ella, entonces todo es una simple fachada. Esta puede serle útil a una comedia negra y a su personaje en plena pubertad, porque ahi encuentra un sentido propio, pero no es así el caso cuando se supone que hay algo a lo que debemos temer.
Ese es el caso de El Conjuro 2, donde sólo vemos los elementos significantes como cruces invertidas, biblias rayadas, monjas, etc. Un colgante con un crucifijo circula por toda la película hasta llegar a las manos de la niña que había sido poseída, como símbolo de fe, pero todos esos símbolos son simplemente una parodia. Lo único que traen es su estandar cultural, es decir, que sepamos que pueden frenarse demonios, que ciertas palabras producen ciertos efectos. En definitiva, todo en esa película es una causa y efecto que nada tiene de fantástico. El poder del relato cinematográfico se supone que dota de sentido cada vez a cada símbolo, no debe reciclarlos. Una cruz que puede frenar demonios los frena porque la película fundamenta ese poder en la experiencia vital que propone. Eso Carpenter lo dejó bien claro en Vampiros, y de la forma más directa posible: a los vampiros de su película, dice el cazador James Woods, no les importa que les pongas una cruz adelante o les tires ajo. En este caso es así, y la lucha será de otra manera, una que la película sí construye. La luz del sol sí los mata, y lo vimos 700 veces, ¿por qué eso sí lo repite? Vayamos a la historia. Estos vampiros pretenden encontrar lo que les va a permitir vivir en el día. ¿Qué será del mundo cuando los vampiros vivan de día y no tengan que andar ocultándose? Quizás entonces, para esa gran película del director de The Thing y En la boca del miedo, el destino del mundo y su posible fin es el centro del problema. Puede olvidarse de las cruces y el ajo, pero no puede olvidarse de la luz, porque la necesita para construir.
¿Cuál es el problema para El Conjuro 2? Si la respuesta es la que dicen los personajes, estamos nuevamente en problemas. "Salvar a una familia a toda costa" deja mucho qué desear, sobre todo por el "a toda costa". El conflicto de pareja presentado establece una tensión: ella no quiere que sigan viendo casos, él no quiere abandonar a familias indefensas. Ella teme porque lo ve morir en una especie de premonición, él se la juega igual. Finalmente encuentran un aparente balance: logran terminar el laburo en cuestión, y los dos vivos. Él puede seguir siendo la parte material y ella la mental, por decirlo de alguna manera. Pero nadie cayó en el medio, nadie tuvo que sacrificarse realmente. En otras palabras, nada tuvo que pasar... El sacrificio es más que nada un ensayo, es la intención. Cabría preguntarnos qué peso puede tener el regalo que le hacen a la nena al final, cuando el propio mártir envuelto en su frazada de la policía le está dando en la mano el símbolo del sacrificio por excelencia.
Hasta This is the End, otra comedia de terror, de Seth Rogen deja en ridículo al climax de esta película. Craig Robinson se sacrifica por sus amigos, James Franco también, pero con el objetivo de causa y efecto del sacrificio, sabiendo que así irá al cielo. La escena es graciosa porque justamente nos hace entender el uso que Franco hace del símbolo, lo despoja de todo lo que lo funda, lo vuelve su propia parodia, que además es perfectamente coherente con el personaje que construye: termina devorado por los caníbales a los que también parodió en su versión hipotética de "Pineapple Express 2".
En El Conjuro 2, decir el nombre del demonio rompe el hechizo, y el héroe se salva de caerse por la ventana y de ser atravesado por la rama vertical de la premonición. ¿Se imaginan si al final de El Exorcista el Padre Karras lograra sacarle el demonio a Reagan sin tener que absorberlo tirarse por la ventana? El demonio saldría del cuerpo de Reagan y fantasmalmente podría caerse por la ventana y rodar fantasmalmente por las escaleras, hasta morir, fantasmalmente, sin mudarse al cuerpo de nadie. Al final Karras estaría vivo para felicitar a la niña, para ir al cine con el detective y para superar la muerte de su madre. El Mal sería entonces una cosa bastante poco ofensiva que no viene a cobrarse nada, y sería más o menos lo que es en esta película: una cosa más o menos mala que te asusta cuando menos te lo esperás, saliendo del costado más oscuro del encuadre.
Lo más interesante de todo es que con o sin demonio, la película desde su primera secuencia plantea un posible camino, un camino que no toma y olvida en sus siguientes dos horas. La esposa vidente visualiza los asesinatos de Amytiville desde una especie de avatar del asesino, como si tomara cuerpo en él. Avanza por la casa en el mismo tono frio, entra a las habitaciones y asesina a la familia, uno por uno. Hasta camina frente al espejo, y cuando se ve a sí misma en el cuerpo del asesino, accede a seguir haciendo lo que está haciendo. Ahí está lo interesante: está sometida a su voluntad. Cuando revienta de un escopetazo en la cabeza a la última nena, vuelve a ver lo que hizo, y en un instante, cae en la verdad. Importa poco si vuelve o no a ser ella, porque lo importante es que reconoce esa voluntad a la que se sometió. Después de esta gran escena, aparece un nene diabólico con ojos blancos y hace su primera aparición la "monja del terror", y ella despierta del trance con un susto tal que la hace decir algo como "nunca más quiero estar tan cerca del infierno". Inmediatamente después, el peso de la película se lo roba la premonición que vio junto a la monja, que termina siendo más una expresión de su miedo a seguir ejerciendo. Del momento en el que deseó ver la cabeza de la nena reventar no se acuerda nadie...
Y todo esto es porque definitivamente James Wan no cree en la existencia del Mal ni le importa, sólo le importa el escalofrío que puede causar la pregunta, y extenderlo con técnicas de cámara y enfriamientos de color todo lo que se pueda. Es capaz de asomarse a algunos modos y formas, pero la expresión concreta del Mal, y me refiero a cuando toma cuerpo, a cuando es malo realmente, a cuando viene a cobrarse algo porque lo hecho hecho está, ahí fracasa. Las cintas cruzadas que caen al piso y que advierten la verdadera presencia de lo fantástico, sólo sirven para que se sienten veinte minutos más en el tren a descifrar códigos en las grabaciones como dos académicos, y recién ahí, cuando sus caseteras simultáneas se lo confirman, vuelven rápida y furiosamente a la casa a ver si pueden más o menos hacer algo. James Wan es creyente, pero uno que cree en la existencia de la correción de color y de los vúmetros de decibeles.
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