martes, 31 de marzo de 2020

Bug

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William Friedkin, 2006 / Para A Sala Llena

El segundo plano de Bug es una larga toma aérea que se va acercando lentamente hacia un pequeño motel (en el que transcurre casi toda la película) en el medio de lo que parece ser una zona rural y poco habitada del sur de los Estados Unidos. Durante el plano se sobreimprime levemente la imagen de las aspas de un ventilador de techo que, más allá de la posible referencia a Apocalypse Now, lo que une es al aparato en sí con lo que podría ser el propio helicóptero que se utilizó para hacer esa toma, que nos llena de una sensación de estado permanente de vigilancia. Es un punto de partida que contiene dos dimensiones, una íntima y otra inabarcable, en un film que trabaja obsesivamente con la idea de control y su angustiante imposibilidad.

En esa dualidad parece estar todo. Están los elementos minúsculos como los insectos y también las teorías que llegan hasta los más altos funcionarios del planeta. A su vez, quizás los insectos no existan. Algunos personajes los ven  (o creen que los ven), otros no los ven (o dicen que no los ven), y otros quizás saben que no los ven, pero aún así dicen que los ven. El resultado de esa invisibilidad para la cámara es un caos absolutamente evidente.

Para Friedkin no son necesarios los efectos especiales, el concepto que tiene de estos insectos ya resuelve la situación y puede, simplemente, poner la cámara delante de dos personajes tratando de entender qué son los insectos que hay entre las sábanas, y que realmente no haya nada allí. Hasta puede acercarla a las manos de un personaje que afirma haber agarrado a uno, mostrándoselo a otro, y ese otro corroborando la presencia del insecto, sin que haya insecto alguno. ¿Los insectos existen o no existen? En la realidad parece que no, para nosotros los espectadores son invisibles, pero no podemos estar seguros de lo que pasa en el relato que la película arma, porque esta es también, además, una película sobre posibles relatos, todos relativos.

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Agnes, está sola viviendo en una de esas habitaciones de motel, vive aterrorizada por Goss, el abusador con el que se casó. Es su ex, pero para él, que acaba de salir de la cárcel, sigue siendo su marido. La relación es tormentosa, Goss la maltrata, la golpea y le infunde culpa. Hace algunos años Lloyd, su hijo de seis años, desapareció misteriosamente estando con Agnes en el supermercado. La idea del niño perdido sobrevuela a toda la película, es claramente una marca trágica pasada a la cual la historia volverá una y otra vez, porque será una incógnita sin resolver, y el elemento que sienta los precedentes para la vulnerabilidad de Agnes. El conflicto empieza con la llegada de Peter, un hombre extraño que habla en un tono apagado y anda sin rumbo. Es un completo extraño pero Agnes lo acepta en su hogar porque le hace compañía y parece una persona introvertida pero sensible. Lo que se evidencia poco a poco, en el tiempo en el que Goss se ausenta (aunque amenazando constantemente con su regreso), es que Peter trae consigo un pasado oscuro, lleno de paranoias, guerras, experimentos con enfermedades, y que es una persona completamente trastornada. Con Peter llegan los bichos, pero eso tampoco es algo seguro.

Agnes tiene relaciones con Peter. La escena está filmada de una forma totalmente enrarecida. Hay un cierto disfrute por parte de ellos, pero también hay una cuestión química que excede a lo afectivo y que se parece más a la química como disciplina científica. Hasta llegamos a ver un largo hilo de saliva en uno de los besos, más que una imagen de erotismo obsceno acá es un literal intercambio de fluidos. Friedkin se encarga de que las teorías descabelladas tengan algún posible lugar donde encontrar sentido, de ser creíbles aún en su irracionalidad. Si la relación sexual entre ellos dos funcionó para que se originen los insectos y estos puedan expandirse desde el pequeño motel hacia el mundo, como espectadores sentimos que es una locura, pero el intercambio de fluidos tuvo su plano detalle, está contemplado y es parte del relato.

Bug tiene dos paranoias posibles, una que está completamente estilizada y subrayada en la puesta, que es la de Peter, y hacia el final de la película ya acumula la mayor cantidad concebible de clichés de conspiraciones, haciendo culminar al film con el incendio y el suicidio. Tal vez ese tipo de paranoia esté tapando a la otra, más angustiante, y que ya no es la que Peter le contagia a Agnes, sino la que la película nos contagia a nosotros. Pero es una paranoia más compleja, y tal vez la palabra en sí le quite algo de precio a la implicancia, porque es la sensación de lo incompleto, el control imposible, y la incógnita abierta sobre el hijo perdido. Ya no es una cuestión de locos uniendo todos los puntos que se pueden unir, sino una cuestión de mirada, uniendo los puntos que hay en lo evidente y en el fuera de campo. ¿Qué relación hay entre el médico que llega y Goss? ¿Quién es el médico? ¿Por qué el médico sabe sobre Lloyd? ¿Qué son esos extraños llamados telefónicos? Agnes cree que es Goss, pero aún sabiendo todo lo violento y acosador que es el personaje, por algún motivo, no nos cierra del todo que también haya hecho los llamados. El primer plano de la película nos muestra al médico muerto, ensangrentado, en medio de todos los papeles de aluminio, pero no hay fuego. Y luego del fuego, en medio de los créditos, aparece una toma de los juguetes Lloyd, suelta, de día, como si fuera extraída de alguna de las escenas del medio del film, o como si fuera después, pero entonces, ¿ocurrió el incendio? Estos pequeños datos montados en la película atentan contra el orden de ese sistema, relativizan, ningún relato es del todo cierto.

Por eso Bug no se trata solo del encierro y la paranoia individual. El mapa se amplía y la cuestión se vuelve también política. Por un lado, entre todo lo improbable, sólo tenemos certezas de una evidente mecánica abusiva y violenta en un ambiente de intimidad, donde mecanismos sociales y de poder someten a Agnes a las miserias que la vemos atravesar. Aún estando con Peter se llega a otro nivel psicológico de manipulación. Quizás la tensión entre esta locura de violencia, y la angustia de saber (pero no poder probar) que las cosas no se limitan a la intimidad sino a sistemas más grandes que nos exceden, sea lo que hace de Bug una película tan oscura. Así es como llegamos a situaciones sobre las que ya no hay dudas de su realidad pero que también son, a su manera, el infierno: una persona que corre al microscopio para ver si encuentra bichos en la muela que se acaba de arrancar a los gritos con una pinza.

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