domingo, 24 de enero de 2021

Truman y Neil

Un efecto adverso y tal vez inevitable que pueden producir algunos clásicos es la sobresimplifación de su lectura. Esto no es peligroso en la medida que se desprende de una batalla ya ganada, dado a que los clásicos apuntan a símbolos depurados de todo adorno, a ideas y arquetipos cuya grandeza también reside en lo simple de su sentido. El efecto adverso quizas sea entonces la lectura plana o inflada de esa sana tendencia a la simplificación. The Truman Show todavía forma parte del día a día cultural por todas sus alusiones al advenimiento del reality, muy característico de esos años en tanto novedad. El saludo característico de Truman, los gags sobre el uso de las publicidades en el programa y otro tipo de pequeños ganchos se convirtieron con los años en pequeñas fórmulas entendidas por más o menos todo el mundo y con sentidos ya incorporados, de un conocimiento también incorporado. Revisitar la película nos deja expuestos, si no estamos atentos, a la admiración repetitiva de esos elementos como fórmula. Afortunadamente cada visionado se puede nutrir de perspectivas nuevas. Este texto va a intentar proponer un camino para eso, tratando de no dejar de aludir, sino más bien acentuar, al carácter universal de la película más allá de sus posibles signos conyunturales que ya todos asimilamos con éxito.

Principalmente se trata de la tensión entre esta película y otra anterior de Peter Weir, La sociedad de los Poetas Muertos de 1989. Quien la recuerde sabrá que, además de la trama del profesor Keating con la totalidad de su curso, también tiene un rol fundamental para la película la relación del personaje de Neil con su padre. De este conflicto surge además el gran hecho trágico que es su suicidio. El padre de Neil es un personaje tan oscuro como maravilloso porque, ¿puede haber algo más angustiante y contradictorio que el poder de la opresión cuando esta es movida desde lo más sincero del amor paternal? El dolor del padre al ver al hijo muerto es real y desgarrador, aún tratándose de un hombre que siguió pasiva y obstinadamente al credo de su tiempo, el de un mundo deviniendo (a finales de la década de 1950) en una nueva unión entre el liberalismo y el positivismo. Neil es una figura payasesca, atrapada en un constante relato de obediencia para el que interpreta su más avanzado papel actoral, pero su espíritu no deja de emanar arranques de vitalidad y comedia. Su participación en la obra de Shakespeare podría ser la confirmación de su semblante más poético aunque la culminación de aquello sea su acto de autodestrucción.

La figura de Truman es una continuación de la de Neil, en otro tono y en otro universo. Es el mismo mundo pero más avanzado, es decir todavía más herido, y por ende más anestesiado. Es esa anestesia la que permite que ese relato de obediencia perdure, se desarrolle y hasta pueda volverse show. La película nos mete lisa y llanamente a un mundo en el que el padre de Neil ganó, es decir, un mundo hecho a la imagen y semejanza de esa visión pasiva, imaginada como manto de seguridad y contención, donde la obstinación de su creador tiene ahora la fuerza de toda la maquinaria económica del espectáculo. La crueldad nos es evidente y nos es muy fácil identificarnos con la indignación de personajes como el de Sylvie, que hasta milita por la liberación de Truman, aunque la parte dificil sea reconocer el amor que Cristof siente por quien evidentemente es su hijo simbólico. Por supuesto que Cristof es una versión ya extremada del padre de Neil, y su adscripción a la mentalidad corporativa de su tiempo se deja ver en todo momento, porque además cuenta con el plus de lograr fundar su propia versión invertida de lo que es una iglesia. El canal que transmite a Truman pasaría a ser una suerte de nueva iglesia evangélica, donde el personal de seguridad lleva remeras con inscripciones como "Love him, protect him" escritas en tipografías bíblicas.

De lo que no hay dudas es de la presencia de ese vínculo paternal puesto en crisis y gracias a él es que todo toma cuerpo, puesto a que cada herida sobre la voluntad de vivir de Truman pasa a tener la marca de un padre, aparentemente inalcanzable. Por eso, The Truman Show es también la historia del enfrentamiento que Neil no pudo tener, ese conflicto ante el que se rindió. Cristof comienza a ver, en medio de la tormenta, que la vitalidad de Truman ya no se puede corromper por el miedo o el peligro, porque en definitiva ahí se revela, existe, en ese acto de posible autodestrucción que podría terminar de convertirlo en Neil.

Este nuevo padre, a diferencia del anterior, cuenta con una ventaja. Al principio es invisible, como un farsante bajo el disfraz de un Dios todopoderoso, para luego mostrarse como intocable desde la mediatización que lo separa. Todo enfrentamiento o discusión posible es parte del programa, con lo cual se vuelve propenso a su explotación comercial. ¿Qué le queda a Truman? El enfrentamiento final es un acto de autoconsciencia tan simple como contundente, donde su catchphrase adquiere un sentido salvador desde múltiples aspectos. Es tanto la despedida como la aceptación. Truman le regala a sus millones de admiradores la posibilidad de que su historia los transforme aún desde la falsedad. En esa reconfiguración los logra hacer saltar de alegría verdadera, consuma el enfrentamiento, pero desde la humildad de quien acaba de reconocer que el padre al que enfrenta es el mismo que le dio aquellas palabras. Esas palabras acaban de convertirse en sus armas, aun estando estas insertas en el centro más oscuro de la peor de las relaciones mediatizadas.

Si hay un motivo por el cual The Truman Show no envejece después de más de 20 años es este. No importa cuánta fidelidad técnica exista para con la constante novedad y complejidad de los medios de comunicación, la supervivencia de una película como esta se apoya, como todo clásico, en núcleos más profundos, no por su posible dificultad de entendimiento, sino profundos por lo hondo que puede ser el dolor que nos comparten.

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