(Ti West, 2022) / Publicada en A Sala Llena
Este año ya vimos una revisita a La Masacre de Texas con una nueva “legacy sequel” dirigida por David Blue García, por lo que la llegada de X parece haber tenido un precalentamiento. La película de Ti West parece querer anclarse por completo en el universo estético de la original de Tobe Hooper aunque nada tenga que ver con esta saga. Por eso termina sucediendo que inevitablemente le otorgamos ese marco tan automáticamente. Hay una misma estructura narrativa, a grandes rasgos, en la llegada de esos jóvenes modernos a un espacio rural olvidado y en decadencia, todo eso trazado como un descenso al infierno. Con ese mapa se modelaron demasiadas películas, pero si a esto le sumamos los constantes guiños de época, discursivos y fotográficos, X pasa a ser otra de esas películas que disfrutan depender de otras anteriores para consolidarse.
Aún así hay varios puntos en que le dan algo de independencia, ideas propias, que apuestan a separarla de cualquier otra de las que sólo buscan llamar la atención de entendidos de los clásicos. El grupo de jóvenes se dirige a la zona rural para aprovechar el espacio y filmar una película porno titulada La hija del granjero, con el factor plus de que su director manifiesta pretensiones que van más allá del porno, quiere algo más, algo “artístico”. Inmediatamente, si trazamos el paralelismo entre la porno y la de terror que tenemos delante, esto se lee como una explícita puesta en ridículo de toda la camada actual del “terror elevado”, donde la respuesta natural sería la producción de un slasher explícito, sin reflexiones, temas “de actualidad” ni pretensiones. A cualquiera que haya estado viendo las películas del género más aclamadas por la crítica en los últimos años este guiño, casi digno de una película de Scream, va a funcionarle. Pero en ese aspecto hay algo que siempre está destinado a fallar si se pronuncia demasiado. Cuando la ausencia de pretensiones se da solo por reacción, esta termina condenada a funcionar sólo como gesto, y siempre queda en riesgo la autonomía del film, totalmente dependiente de su agenda, aunque en este caso sea parte de la agenda criticar a las películas “con agenda”. Quizás por este motivo la película no pueda terminar de marcar su verdadera pertenencia formal, teniendo a un personaje del que nos reímos porque busca “mejorar la película con efectos de montaje” y al mismo tiempo generando pequeños guiños formales con yuxtaposiciones intercaladas entre las secuencias. Deliberado es seguro, es análogo, pero con un camino totalmente incierto.
Dentro de esta analogía porno-terror ocurre algo bastante mejor que esta mera crítica, al menos como punto de partida, porque toda esa la nostalgia debería servirnos para algo. Si pensamos en fetiches de época y además hablamos de porno, todo eso va a tener un lado oscuro. X encuentra en esos puentes a su verdadero germen terrorífico, donde nuestro fetiche por lo viejo, olvidado pobre y mugroso (todos elementos visuales de La Masacre de Texas) deja de ser digerible como producto retro y pasa a generar verdadero rechazo al hacerse porno, porque nadie empieza a ver la película de West esperando ver los cuerpos desnudos de los ancianos, que preferimos ver como simples monstruos y algo parecidos al abuelo de la familia de Leatherface. Esa es la verdadera yuxtaposición interesante de la película, pasar de estos cuerpos jóvenes a otros más incómodos de ver y que encuentran el éxtasis de otra manera, ahora siniestra. O mejor dicho, pasar de una estética bellamente sucia a otra que pronuncia su fealdad de formas inesperadas.
Esa lógica de ida y vuelta -que se explicita en el montaje paralelo de la filmación del sexo y la escena de la limonada- le da a X un territorio propio donde emplear ideas y es el punto donde supera a creces a la secuela de David Blue García. Termina siendo, en sí, su propia película, tiene su propio territorio e inventa sus propias reglas. Obviamente después hay una película por contar y conflictos que sostener. El de Mia Goth, por ejemplo, termina siendo una resolución amable y hasta canchera, que no logra estar a la altura de una premisa del film que es superior tanto formal como narrativamente. Después de todo parece que el gancho final es llamar a este cruce entre el porno y el terror apenas una “fucked up horror movie”, pero donde la huida final nos deja en una posición mucho más cómoda que en la que empezamos. Si los planos del televisor con los evangelistas a todo volumen funcionaran como algo más que un accesorio “oscuro” de la caracterización de los texanos, tal vez habría en la película algo más en ese espejo que se arma entre Mia Goth y la anciana, pero atinar a encontrar eso siempre es más difícil. Nos queda el juego de palabras.
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