Hoy visité la cripta de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, que tiene aproximadamente 8000 cadáveres exhibidos de diferentes maneras, algunos mejor conservados que otros. Estaba prohibido sacar fotos, como conociendo ya de entrada el cierto morbo estético que puede despertarse en los visitantes. El impedimento era justo, caminar por ahi y solamente contemplar lo reconcilia a uno con la muerte como destino, que aparece de forma actualizada, en el aquí y ahora. Es el presente de la sensación de finitud. Más allá de las vestimentas variadas cuidadosamente arregladas en los cuerpos, hay una diferencia notoria entre las cabezas de unos y otros. De muchos queda solo el cráneo, una vista que nos parece más "amigable", pero hay varios que conservan bastante tejido del rostro, esos son los más impresionantes. En medio de esa caminata silenciosa me encontré recordando algunas de las películas de terror de Lucio Fulci y empecé a sentir que entendía mejor algunas cuestiones de su cine. Siempre me pareció que sus muertos vivos tenían una caracterización particular, con un maquillaje muy visible, por encima de las caras, excesivamente revulsivo en su relleno de gusanos y prodedumbre, a diferencia de otro tipo de representaciones de caracter si se quiere más naturalista en películas norteamericanas, con una predominancia de los rasgos vivos del actor detrás de un maquillaje principalmente compuesto de heridas. Los muertos vivos de Fulci se parecen demasiado a los cadáveres de la cripta de los Capuchinos, tienen una apariencia más añejada, como si su vida ya terminada quedara mucho más lejos en el tiempo. Es una imagen de la muerte quizás más sintética, o con mayor peso en la palabra "muerto" que en la palabra "vivo", dentro de la nomenclatura de "muerto vivo". Mirando pensé en la imponencia de esos seres monstruosos filmados en gran angular, avanzando hacia la cámara, casi pornográficamente o quizás, ahora mejor dicho, necrológicamente. La muerte avanza hacia nosotros.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario