Clint Eastwood, 2024
Algo podría remitirnos al protagonista de la última película de Scorsese. No es que haya un parecido o un paralelismo, pero sí una relación similar entre nosotros y él, nuestra forma de acompañarlo, a pesar de que uno ignore y otro sepa todo. Es avanzar de la mano con alguien que genera daño, y en esos casos el dolor compartido que surge de ahí puede parecerse. Con el primero tal vez sea la angustia de no llegar a ver en nuestro héroe un momento de lucidez, con el segundo es la angustia de que ni siquiera el saber y la consciencia son suficientes, porque las pasiones involucradas ofrecen su contrapeso. En medio de todo eso, podemos tratar de imaginar (desesperadamente) múltiples soluciones, algo que ordene, como si pudiera llegar un sacrificio externo, de otro lado, alguien que pague lo que no queremos pagar, o que vele por nuestra fe en el mundo, pero en Juror #2 ya no estamos en el mundo de los héroes y la entrega (palabra con la que podríamos divertirnos un rato, con el posible doble sentido que la película permite darle), sino en uno que ofrece cada vez más motivos para renunciar a cualquier pelea, que pueden ser indignos como una candidatura estúpida, o hermosos como el armado de una familia. Esta es una película bastante más amarga que las anteriores de Eastwood, una donde la verdad, que otras veces vimos prevalecer gloriosa, ahora nos toca la puerta y también lastima.
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