martes, 23 de agosto de 2016

Del amor y la autoridad

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Sobre Superbad (Greg Mottola, 2007)

Seth (Jonah Hill) recibe una escupida del bully del colegio. Su mejor amigo Evan (Michael Cera) mira la escena incómodo. Afortunadamente para ellos, la situación termina rápido y los dos adolescentes pueden continuar discutiendo sus probabilidades de perder la virginidad mientras caminan por la calle, pero Seth manifiesta su enojo ante la inmovilidad de Evan. Ahí tenemos uno de los núcleos centrales de la película, que es una cuestión justamente de movilidad, ya que en el vínculo entre Seth y Evan, veremos, hay un hueco al que no acceden (como si fuera un asunto pendiente), hacia el cual no pueden moverse, y que a su vez, les impide moverse hacia otros sentidos.

En primer lugar tenemos la relación entre los amigos como tema fundamental (un amor no declarado), en segundo lugar el relato que los contiene (la inminente separación por las universidades), y en tercer lugar la mirada desde la cual se articula el relato (una nostalgia ya adulta, encarnada también conflictivamente en las figuras de los amigos policías). Entre Evan y Seth existe un amor de compañeros que ambos prefieren llevar al lugar de lo tácito. Contrario a su afirmación está la creencia de que ese amor los subyace, intacto, y que ese amor no los compromete activamente, es decir, sin la necesidad de una movilidad que lo saque a la luz. La finitud de esta creencia llega como imposición con la separación de los amigos. Ante este cambio que es certeza, la imposibilidad de continuar siendo compañeros (en un sentido más adolescente y paradójicamente individualista) desata un distanciamiento melancólico: lo que antes era una distancia adolescente que dejaba tácito al amor, ahora es simplemente la afirmación de esa distancia, carente de todo amor. Seth y Evan vuelven a ser un par de individuos extraños e impenetrables, y cada acusación se da sin ningún cariño subyacente.

Con ese terreno, la película inicia el camino de aventuras que tiene como climax a la fiesta. Esa parte de melancolía que estalla tiene como repercusión que ambos jóvenes terminen viviendo la fiesta como parodia. Evan usa el alcohol como máscara, obteniendo un resultado contrario a sus objetivos, y Seth transita la fiesta como el falso héroe de una historia de la cual no fue el único protagonista.

El tercer eje que mencionamos, la mirada que la película articula, juega un papel importante: la pareja de policías, que junto a Fogell (Christopher Mintz-Plasse) desatan un frenesí tardo-adolescente, constituyen el temperamento nostálgico y crítico que impregna todo el conflicto. No es casualidad que se trate de policías, la autoridad y su ejercicio van de la mano con el ultimátum universitario que se avecina. Ese costado desplazado de la historia hace entender la iniciación desde un relato casi aparte: la aventura de Fogell, el freak, el que ni siquiera era visto como sujeto para ser escupido pero que carga consigo todos los estigmas estéticos del adolescente virgen. Slater y Michaels (Bill Hader y Seth Rogen), contagiados del entusiasmo del chico, son los que finalmente hacen uso de su fuerza para golpear gratuitamente al bully. Esa simetría, que en apariencia es solo un eco vengativo a la escena del principio, evidencia el lugar desde el cual la película se ve. Ante la rebeldía del bully escupiendo al policía se responde con un ejercicio de poder que impone un lugar. En la película, el universo adulto es un universo de imposiciones, de oficios que nadie quiere hacer, pero sobre todas las cosas, un mundo de cosas llamadas por lo que son. Este mundo es, para los jóvenes, terrible, porque requiere hacerse cargo, y hacerse cargo implica llamar las cosas por su nombre, hasta con el amor. A esa verdad accedemos con Fogell, que es el primero en sentirlo con ese travelling que le otorga un primer plano mientras le dispara al coche de policía.

Pero si Seth y Evan todavía no pueden ser adultos, es porque todavía no admiten que, ante todo, se aman. Ese amor es el asunto pendiente, lo que no pueden resolver, lo que no les permite separarse. Ese amor no fue nombrado. El ajuste de cuentas, la salida necesaria, es una ultima pijamada juntos. Esa escena que construye sus gags por referencias homoeróticas no presenta confusión alguna a la hora de que entendamos la verdad: Seth y Evan no son ningunos extraños, y no se gustan, se aman, pero con el amor que se siente por aquel a quien se conoce de arriba a abajo, de afuera a adentro. Afirman que quieren gritarlo a los cuatro vientos, como si su relación hubiese sido un secreto, y en cierta medida lo fue.

Todo nombre implica una forma de ver las cosas, y por eso la película, y ese amor, funcionan. El amor nombrado entre Seth y Evan no les pide estar unidos por siempre. Ese último ritual es lo que, por el contrario, los libera y los deja vivir, crecer y enamorarse. Eso se vuelve fundamental para entender que en Superbad todo lo que tiene como entrada un humor banalmente adolescente encuentra sentido desde el punto de vista adulto, amargo, finito, que cubre a la película como un manto de contención para los espectadores mientras nos regala esa última alocada pirueta en la patrulla.

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