miércoles, 10 de agosto de 2016
Patrimonio (del) público
Sobre Ghostbusters (Paul Feig, 2016) | Publicado en BSO (Banda Sonora Original)
La denostada remake (o reboot) de Ghostbusters, llevada a personajes femeninos de la mano de Paul Feig, tiene varios aciertos que la logran separar y volver autónoma. Una suerte de independencia que al mismo tiempo la une, en una relación amistosa, con su predecesora. El vínculo se da como si sus personajes accedieran a un cargo. Así como las ciudades tienen sus instituciones (escuela, bomberos o policía) el cine crea a los Cazafantasmas como servicio público. Ya la película de Ivan Reitman (1984) jugaba con la presencia de su grupo de personajes en el panorama de la ciudad, y elegía finalizar con una suerte de reivindicación popular: el equipo era querido por la comunidad, la cual le dedicaba carteles y celebraba sus romances.
Salvando distancias, está claro que el trabajo en concreto sobre la ciudad de Nueva York es más presencial en la original, y más digital en la remake. Tan solo habría que ver el plano final de esta nueva versión y notar que esos carteles con las luces de los edificios jamás fueron efectivamente hechos. Esto, si bien es consecuencia de la cada vez más licuada edición digital que arrasa con todo lo filmable, no deja de pretender continuar lo que el grupo liderado por Bill Murray había iniciado. Uno de los factores más interesantes está en la serie de tensiones que se van dando con el gobernador (Andy García), por las cuales finalmente acceden al famoso edificio (de bomberos) y así ser las ocupantes de aquel "cargo" institucional.
Al edificio en sí mismo la película ya lo había mostrado, en uno de sus tantos momentos gratuitos que dona a los espectadores. No deberíamos confundir esto (la gratuidad) con una dependencia a las referencias. La historia de Ghostbusters (2016) puede sostenerse a sí misma a partir de uno de esos conflictos de amistad que tan bien hace transitar Paul Feig desde Bridesmaids (y en todas su películas). La gratuidad funciona como una especie de capricho concedido. Estamos ante una remake, que así como no debe ser dependiente, tampoco debe negar su origen evidente. Ahí es donde Ghostbusters construye su propio balance: cameos de todos los Cazafantasmas anteriores y demás personajes, sumado a referencias musicales, gráficas, etcétera, aparecen por todos lados, pero eso siempre está en un pequeño margen jocoso y jamás se contamina su línea narrativa base. Se trata de pequeños regalos para los nostálgicos, que inevitablemente son parte del público, pero que para el espectador nuevo no son un factor delimitante. Está más cerca de ser algo que se nos muestra y luego se nos quita, para volver a solicitar la atención. Como cuando Hitchcock afirmaba que a su tradicional cameo necesitaba hacerlo cada vez más al inicio de las películas, tratando de que el espectador que vino a buscarlo deje ya de hacerlo y comience a meterse realmente en la historia.
Así como los bomberos apagan incendios, los Cazafantasmas cazan fantasmas. Habría que notar que el carácter fantástico de este servicio público tiene un factor que no debe escaparse. ¿Qué son los "fantasmas" de una ciudad? Se hace inevitable comenzar a hacer conexiones políticas, o adjudicarle posibles sentidos a la presencia dentro del film del electrocutado en la silla eléctrica ubicado en la boca del subte... El elemento que mejor puentea esto es la presencia de personaje de Patty, que sería una especie de "conocedora" de las historias populares de la ciudad, historias que se han convertido en mitos. Otra película puso a la ciudad y su dimensión pública en el centro y fue la tercera parte (y obra maestra) de la saga Die hard, en la que John McClane atraviesa casi todos los espacios de dominio público y sus personajes. Los conocimientos de Patty recuerdan al camionero que acompaña en el túnel a McClane, que lo distrae con datos históricos de la ciudad, pero allí el héroe sabe que debe escucharlo, porque ahí está la esencia de toda esa lucha.
Hay, en consecuencia, un factor "demócrata" en el film, o al menos asociado a sus bases más ideales (y no necesariamente entablando relaciones entre la presencia de Kate McKinnon y su casi propagandístico papel de imitadora de Hillary Clinton en SNL, que sería otra discusión). Que exista este grupo lidiando con los, como hemos dicho, "fantasmas" de la ciudad, y que termine siendo financiado por el Estado, parece una directa apuesta y defensa al gasto público como medida popular. En todo caso, esto convierte a la película en el referente reciente más concreto del espíritu de comunidad, poniendo en un lugar positivo (o posiblemente positivo) a la política (en tiempos donde "lo político" es otra de las tantas cosas denostadas).
La remake de Ghostbusters termina siendo entonces una suerte de recambio de roles en continuidad democrática: cambian los tiempos, cambian los humoristas (Bill Murray deviene en Kristen Wig y Dan Aykroyd en Melissa McCarthy) que están para cazar a los los fantasmas, que siguen estando, parecidos o distintos. Y finalmente en esa misma continuidad, aunque ya transformado y ya otro, se encuentra el público; representado brillantemente en la escena que atrapan al primer fantasma en medio de un recital repleto de personas. Ellos han cambiado pero también necesitan alguien a quién llamar.
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