martes, 17 de septiembre de 2019

Elogio de la ridiculez

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The Dead Don't Die (Jim Jarmusch, 2019)

El cine de Jarmusch viene hace rato armando juegos donde las cartas intervinientes suelen ser figuras del arte, el cine y la cultura en general. En muchos casos se parece al lugar de un divulgador, como si nos estuviera constantemente introduciendo a nuevas canciones, nuevos artistas, nuevos directores. Algunas de sus películas suelen ser más referenciales que otras, pero siempre aparece esa inclinación por nombrar o mostrar a determinado artista, y luego suspender el tiempo, entregándole al espectador momentos de visionado o escucha.

Pero decir que es un divulgador sería injusto. El proceso tiende a ser más complejo. Jarmusch no divulga, muestra lo que para él es un secreto, canciones, imágenes, estilos a los que entiende como impopulares, e informa. Existe esto, y esto es genial. Se trate de un libro de Ryunosuke Akutagawa en Ghost Dog (1999) o de una canción de Sturgill Simpson en The Dead Don't Die. Pero ahí llega lo curioso, a Jarmusch no parece interesarle la divulgación, pues es ahí donde se pierde lo secreto. En ese sentido es ejemplar lo que hace en Only Lovers Left Alive (2013), donde asocia a las obras maestras del arte a una sociedad secreta de vampiros, y donde explícitamente los personajes desean que la cantante libenesa Yasmine Hamdam "nunca se haga conocida". Así le otorga toda la importancia a la diferencia entre lo mainstream y su condición anterior, secreta.

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Hablamos entonces no de un hipster, sino del rey de los hipsters. Jarmusch se comporta desde hace décadas como el patrón de un grupo casi selecto de personas educadas y ávidas de estímulo cultural. En esa tarea es una figura casi indiscutible. Hasta se le adelantó a Tarantino en la cita compulsiva de cine asiático y la utilización de música de RZA para su banda sonora en Ghost Dog. Jarmusch hizo todo antes. Excepto ahora.

En The Dead Don't Die llega tarde y deliberadamente. El resultado es desastroso. El género de zombies es tal vez el nicho de culto que más se expandió hacia lo mainstream, entonces la intencionalidad se vuelve confusa. Lo que podemos entender como estilo dentro del género ya fue tanto explorado en el terror como en la comedia hasta convertirse, en los peores casos, en pura superficie. Dentro de esto, la película no parece traer mayor novedad que la extraña caracterización de Tilda Swinton como una guerrera samurai y, llegando a una hipérbole de arbitrariedad, extraterrestre. Aunque no se trata de reclamarle originalidad, en todo caso podemos intentar buscarle un sentido. Jarmusch parece apostar a un elogio de la ridiculez, como si la imposibilidad de creernos el relato nos diera una perspectiva más libre, donde él es capaz de jugar con los personajes y actores.

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La película con el "casting mas cool de la historia" parece un juego infantil entre el director y sus actores. Esto pide ser detectado en una serie de secuencias donde se rompe la famosa cuarta pared, y así obtenemos a un Adam Driver y a un Bill Murray discutiendo sobre el guión de la propia película. Durante el resto del tiempo, los personajes se comportan como muñecos toscos, yendo de un lugar a otro para "decir cosas". Porque The Dead Don't Die es una película sobre actores famosos "diciendo cosas", borrando por completo la línea que nos separa al actor del personaje, completamente disuelto.

Si intentamos meternos en el universo propuesto la cosa se vuelve aún más complicada porque la mayoría de lo que vemos es gratuito, desde el chiste interno de poner a Iggy Pop haciendo de zombie, hasta la insípida referencia cinéfila de mostrar la tumba de Samuel Fuller. Aún más complicado sería meternos con el pueblo que se arma, donde no hay ni un atisbo de comunidad, dejándose ver una pura misantropía. Desde la camarera graciosamente ignorante del diner que no conoce al Gran Gatsby hasta el caricaturizado Steve Buscemi interpretando a un necesariamente estúpido votante de Donald Trump. A lo que se suma un elemento aún más curioso: el rey de los hipsters ahora también se burla de los hipsters.

A esta altura parece que no tenemos una salida coherente, lo que nos lleva a una posible conclusión: The Dead Don't Die puede tratarse sólo de dos cosas. De la película más torpe jamás hecha, o de una película directamente troll, en un gesto en el que, como crítico, tal vez acabo de caer. Una vez más, Jarmusch a la vanguardia. Lo segundo parece más novedoso que lo primero, pero la realidad es que ambas cosas son una estupidez.

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