viernes, 21 de febrero de 2020

Ford v Ferrari

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Dentro de las posibles relaciones entre cine y política a veces se busca que el contexto reine y determine, sobre todo en Hollywood. Son lecturas basadas, por ejemplo, en quién es el presidente de Estados Unidos en el momento del estreno de determinada película. Entre los que no tenemos nada que ver con norteamérica también se tiende a adjudicarle una cierta idea de norteamericano a toda su población, como si fuera una persona sola: la persona que ese año, porque tal persona es presidente, se comporta de tal manera o le interesan tales cosas. Es una lectura demasiado plana para explayarla, pero hay una cierta lógica ahí que si la invertimos puede despertar alguna idea interesante. Para eso a veces es bueno ver al cine desde la política, y a la política desde el cine. Hay quienes dicen que los gobernantes tienen que tener la capacidad de interpretar a un cierto espíritu de pueblo, que se puede traducir en inquietudes, angustias o necesidades. Lo que lee el que busca el poder puede convertirse en relatos, imágenes, historias, ideas de lo que puede ser o no ser aquella patria. Entonces hay una relación directa entre las necesidades materiales y espirituales de cada momento y los relatos que no alimentan a lo primero pero sí a lo segundo.

Quizás lo que debamos apartar de la ecuación es el factor del contexto como bajada de línea, porque sería muy fácil, y a la vez erróneo, afirmar que Ford v Ferrari es una película trumpista. Tiene que ver con lo nacional y tiene que ver con la idea de triunfo, pero más que una película apologética, es una que sabe leer a la América de los años de Trump. Dicho así, es como si instantáneamente dejara de ser trumpista y pareciera, por la distancia del enunciado, que podría tratarse de una lectura soberbia y con distancia juzgadora del voto de los americanos. Afortunadamente existen las terceras posiciones, porque ese triunfo de lo nacional, que caracteriza al relato que Trump encuentra y utiliza en su política, es abrazado más que abordado, pero desmenuzado desde el cine, y cuando el cine reorganiza, encausa. Ese tipo de operaciones son las que diferencian a las películas capaces de convertirse en clásicos de las que están hechas con el diario de cada día. La película de Mangold no gobierna, pero hace cine, uno que también necesita leer inquietudes, angustias y necesidades. Su película elige qué aspectos interpretar de un pueblo dividido, y a su vez encuentra un lugar para Ford II, para Ken Miles, para Carrol Shelby, para norteamericanos y para extranjeros.

Nos encontramos en medio de un relato que nos lleva a la década del 60, donde se nota el declive de una forma de producción, acompañada de cambios en las formas de lo estético. América y su producción masiva ya no es la misma que fabricó los aviones bombarderos que enfrentaron al nazismo en Europa, pero Ford II, que no es Henry y eso le hiere el orgullo, encara el enfrentamiento con Ferrari como si se tratara de una nueva versión de aquella gran guerra. De alguna manera Ford II podría ser Trump, con su slogan "Make America Great Again", pero el Trump de Mangold es uno que no se limita a caracterizarse solo con tiranía y resentimiento, sino que forma parte de un sistema de jerarquías, tanto de poder como espirituales, que requieren de balances. El contexto es el de los burócratas empresarios, el mediador es Shelby, pero el portador de la idea y verdadero americano es Ken Miles, que no tiene por qué amar a Ford, mucho menos a Ford II, pero que ama correr, y ama ganar. Y si bien el carácter de Miles choca con todos, al borde de quedar encerrado en un individualismo incompatible, la película de Mangold trabaja para ser el relato de la unión y el balance. El genio de Miles puede ponerse en escena, así como también su lugar y sus límites.

A su vez, Ford v Ferrari es una película de oficios y deportes, y como algunas de las grandes de Hawks, convierte a lo mundano en una gran aventura. Las carreras de autos pueden importarnos poco y nada, pero es el relato lo que las vuelve relevantes. En los mejores casos, las viscisitudes de la actividad se logran poner en escena como nuevas formas. En esta película la síntesis es la alineación de los tres autos en la línea de la meta, que arman un relato ganador, y que imponen a una figura que no es Miles sino McLaren. Y por debajo está lo que ahora sabemos, que McLaren no nos importa en la medida que podamos escindir de su imagen al genio de Miles, y que aquel triunfo de Ford tal vez esté más cerca de la vanidad que de la genuina competencia. Pero Miles estuvo ahí y lo vimos tanto en su triunfalismo como en su humildad. La América que rescata Mangold probablemente esté ahí.

De las películas que fueron nominadas a los Oscar, el reverso exacto fue Joker, cuya mirada puede tener puntos en común, pero todo lo que Ford v Ferrari construye desde el orden y el balance, Joker lo hace poniendo el ojo en el caos, al que también, en cierta medida, aborda abrazando. Al final, muchas de estas historias, que leen e interpretan a nuestras inquietudes, angustias y necesidades, giran sobre esa misma diferencia, y a veces podemos ser optimistas.

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