lunes, 24 de febrero de 2020

Fleabag

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Hay un gesto nada nuevo pero cada vez más común en las comedias actuales, tanto en el cine como en las series, que es el de la complicidad directa con el que mira. A veces es sutil y a veces directo, como en el caso de Fleabag y sus recurrentes miradas a cámara. Más que un recurso es una forma de presentación, como si muchas de esas historias jugaran alrededor de un autorretrato. Al igual que mucho de lo que sucede en las redes sociales, los personajes comparten porciones de su vida, nos introducen a ellos mismos y a su mundo. Mi mundo, mi recorte de las cosas. Yo. El cinismo es un factor que invade contantemente a ese humor, y por eso también se dejan pasar muchas miserias de la persona al retrato. El humor irreverente la aprovecha y la goza con distancia, aunque el personaje se la apropie. La depresión y la ansiedad pueden convertirse fácilmente en una máscara, o en meme.

El personaje de Fleabag no tiene nombre, lleva el de la serie (su significado es algo así como una persona desagradable e indeseable) y comparte con los espectadores un constante comentario sobre sus vivencias. Su carácter de indeseable se vuelve deseable, avalado por la mirada demandante de complicidad de Phoebe Waller-Bridge. Por eso tal vez la primera temporada sea difícil de tragar a menos que estemos dispuestos a limitar constantemente a nuestra mirada. Fleabag parece que necesita apelar al costado cínico y autodestructivo de sus espectadores, revelando nuevas formas de exponer las bajezas de las personas, sin punto de quiebre, y sin momentos de empatía, hasta que en un momento lo tapado parece venir todo junto, cuando aparecen las lágrimas, el arrepentimiento y sentimientos un poco más reales. Uno de los primeros momentos de este giro se da cuando el polémico personaje que la entrevistó en el primer episodio se abre y le cuenta a Fleabag que lo único que quiere es volver a su casa para estar con su esposa y sus hijos. Ahí se vislumbra por primera vez una noción de perdón.

Sin embargo, en la segunda temporada surge algo aún más curioso. Fleabag se enamora poco a poco de un cura, al que en un principio ve como otra posible oportunidad de sexo casual con el factor morboso de lo prohibido. Pero el cura parece como si notara cada vez que Fleabag le habla a la cámara, y entonces todo el sistema anterior colapsa. Metafóricamente alude a que por primera vez un personaje la ve a ella tal cual es, pero también es un giro en todo el concepto de la complicidad. Fleabag parece saber menos sobre ella misma de lo que cree y eso se evidencia prácticamente en sus aventuras con el cura. La serie pasa rápidamente de un nihilismo extremo a un concepto del amor casi ontológico, y se acerca a la fe católica. La puesta en escena cambia de naturaleza, pasando del realismo a un coqueteo con lo fantástico. Esto que parece directamente esquizofrénico no es extraño en la medida que podamos concebir a todo lo anterior como parte de esa máscara: la autopresentación de todo lo que el personaje arma para tapar el hecho de que es una mortal más, que padece a la vida, y que es capaz de caer en el amor y el romance. Una vez más parece quedar demostrado que una de las grandes limitaciones que ahora tenemos es la incapacidad de concebir al mundo trágicamente. Le tenemos terror a todo lo que amenace con limitar a nuestro presente presuntamente eterno en el que todo debería tener solución, y si no la tiene, recurrimos a su parodia. La ansiedad y depresión son ahora productos de marca, adaptables a todas las versiones del yo, con sus autorretratos y exposiciones.

Fleabag entonces deja de gritar "yo" y se disuelve en un territorio más arriesgado, porque al amar aparece el terrible fantasma de la no correspondencia. Es un territorio en el que las cosas dejan de depender de uno, donde el sexo deja de ser masturbación con compañía, y donde existe el riesgo de la verdadera exposición. El que mira ya no es cómplice, no va de la mano, va suelto, y puede mirar, juzgar. Vuelve el terror. La principal virtud de la serie quizás esté en la posibilidad de hacernos transitar ambos territorios. Hay algo de manipulación en eso, seguramente. Si como espectadores pisamos el palito de la irreverencia, abriéndonos a la mirada fria, el golpe de efecto de lo trágico es más duro. Cuando Fleabag entiende que el cura no va a abandonar el celibato por ella y le dice que lo ama, se sintetiza ese concepto, el de un amor doloroso por ser incierto. Es un riesgo, pero como responde el cura, se le va a pasar. Está en la persona decidir si lo que quiere es vivir la vida en su materialidad calculable (y pretender que la plenitud se consiga así), o vivir una en la que existen las dudas y los límites, pero también el amor. En una de sus caminatas se preguntaban por la existencia del más allá. Para Fleabag después de la muerte los seres humanos se convierten en comida para gusanos, a lo que el cura contesta, bien racional: ¿por qué creer en algo horrible cuando podés creer en algo maravilloso?

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