domingo, 16 de febrero de 2020

Uncut Gems

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No puedo dejar de mencionar, porque la película me obliga, la doble cita a William Friedkin durante la primera secuencia. En una mina de Etiopía, de condiciones laborales más que precarias, aparece un herido con la pierna destrozada y sangrante. Es una escena de puro caos similar a un momento terrible de Sorcerer, en el que un accidente en un pozo petrolero desata la ira de todo un grupo de personas, pobres y sumergidas en la miseria. Al mismo tiempo, por debajo, dos mineros aprovechan la situación para volver a meterse a la mina y sacar de allí al diamante precioso que circulará a lo largo de la película. El momento está puesto en escena casi exactamente igual al del comienzo de El Exorcista, en Irak, cuando el padre Merrin toma en sus manos una reliquia que representa a una deidad oscura. Empezar una película así no es ninguna pavada, y además es un peligro porque impone, al menos en el espectador que haya visto algo de Friedkin, la necesidad constante de evaluar si logrará estar a la altura. Eso no debería generarle problemas a nadie, pero si vimos Friedkin y si además de las referencias los hermanos Safdie emulan hasta la tipografía de los títulos, lo que tenemos es una marca de dirección y lo que nos proponen es mirar en ese sentido.

Uncut Gems goza de la misma vertiginosidad que algunas de sus películas anteriores, y termina generando la inevitable sensación de que estos directores poseen marcas estilísticas. La de ellos, muy apoyada en el guión, parece ser un sistema de conflictos intrincados que cada vez que parecen encaminarse hacia alguna posible solución aparecen tres o cuatro conflictos más que lo terminan agravando. Tal vez en ese punto haya alguna similitud entre las estructuras de Good Time y After Hours de Scorsese. Pero la particularidad de esta última película está en otro lado, y es que la secuencia de Etiopía es tan pregnante que logra flotar durante todo el resto del film, como si ahora lo vertiginoso cobrara un lugar distinto, o se mirara desde una perspectiva diferente, y fantástica. Nadie puede afirmar que esa piedra que brilla en preciosos colores contenga algo de magia, pero nadie puede tampoco negarlo, y hacerlo resulta más difícil. El poder de la piedra no es evidente, pero todos los personajes se comportan como si lo fuera, a punto tal de poner dinero sobre la mesa para sostenerlo.

El personaje que interpreta Sandler participa entonces de esta cadena de eventos ágiles trazando él mismo un ascenso y una caida, y en la película nos vamos a encontrar con una gran cantidad de elementos que juegan para ese lado. Como venía cautivado por ese momento friedkiniano inicial, le empiezo a pedir a la película que reflexione bien dónde está parada, siempre con cierto terror a la decepción. No es mi culpa, la culpa es de ellos por ser ¿tan claros? Si en El Exorcista pasabamos por corte directo de Irak a Georgetown, acá vamos a pasar de Etiopía a Nueva York, pero a través de las desagradables imágenes de una colonoscopía que le están haciendo a Sandler. Es un chiste escatológico o en el mejor de los casos una ironía de clases que podríamos formular en palabras, diciendo que es necesario que en algunos lugares del mundo exista la miseria plena, para que en otros se puedan fabricar cámaras lo suficientemente pequeñas y eficaces para ser metidas en nuestros culos. Agreguemos: y que nos puedan decir que es por el bien de nuestra salud.

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La Nueva York de Uncut Gems se ve como ese primer mundo opuesto al anterior, pero a la vez está cargada de objetos que la saturan, y esa saturación puede ser tanto estética como económica y moral. Podemos tomar de ejemplo al bicho de la película Gremlins, que aparece en forma de joya. Sandler la fabricó en la época en la que se puso de moda el oro en los videoclips de hip hop, y hasta logró que se le puedan mover los ojos con una palanquita. En esa película, la criatura la compraba el padre del protagonista, desesperado al no conseguir un regalo de navidad, y lo hacía en un negocio oscuro, en un sótano, donde un anciano oriental le advertía sobre sus poderes y consecuencias. El gremlin era también una especie de reliquia, pero viva. La película extraía esa reliquia del mundo anterior y lo ponía en medio de una navidad consumista, donde las consecuencias iban a tomar forma en esas bestias pegasosas e igual de verdes que las luces de la gema de los Safdie. En su segunda parte, la apuesta se redoblaba, y el negocio del anciano era demolido para permitir la construcción de una torre multinacional. Con el gremlin de oro, los Safdie vuelven a apuntar a lo mismo, pero a la vez caracterizan al mundo de Sandler, movido por el brillo de los objetos y el dinero, pisando y tapando todo lo que alguno pueda considerar sagrado.

Evidentemente es una historia que termina mal, porque si bien la piedra emana este poder fenomenal que hace jugar mejor al basquet a Kevin Garnett, al mismo tiempo parece pedirle a todo el universo que la rodea que se ponga a la altura de ese poder, y en el universo de los Safdie, los personajes siempre se terminan subiendo a ese caballo. No sé si eso es estar a la altura de Friedkin, pero quizás ese problema de alturas sea algo de lo que se ve en la película.

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