La última película de Walter Hill está dedicada a la memoria de Budd Boetticher, lo que automáticamente la asocia a cierto tipo de western escueto, como los que este filmó junto a Randolph Scott a fines de los años 50. Esa referencia activa a un realizador aparentemente menor va a contrapelo de la tendencia revisionista actual, de la misma manera que el propio Boetticher se separaba de los westerns que en aquel entonces se empezaban a correr del primer espíritu épico del género. Hace mucho tiempo ya que se suele decir que es un género terminado, y las actuales incursiones parecen acompañar esta afirmación, como si siempre apelaran a algo especial, algún tipo de giro que valide una nueva discusión o polémica histórica. Es difícil encontrar actualmente películas que simplemente se planteen como nuevas historias, continuando esos universos sin poner en primer plano la insistente revisión. Este sí sería un caso.
Hill encuentra en Max Borlund (Christoph Waltz) a su propio héroe solitario, un cazarrecompensas que parece ya haber decidido su forma de actuar y de moverse. Pero detrás aparece el hombre separado de la tarea y, con él, la forma que este tiene de vincularse con los demás. A diferencia de su personaje en Django Unchained de Tarantino, la relación con los negros no es positivista ni de defensa activa, mucho menos progresista. Su ausencia de prejuicios es tan natural como las transacciones económicas que lo llevan a la ejecución de sus tareas. Tampoco se trata de un políglota. Borlund desestima las preguntas sobre su nacionalidad y se considera americano, habla un solo idioma. Así es como también Hill se propondrá hablar simplemente el idioma del western.
En en esta película hay dos personajes negros y están en permanente disputa sobre cuál debe ser su lugar en el mundo. Transcurre en 1897 con la esclavitud abolida pero aún así uno de ellos, Elijah Jones, ve formas de esclavitud en otros lados, ya sea en las obligaciones del ejército o en los nuevos roles que le tocarían en el mundo segregado. El Sargento Poe, por el contrario, encuentra dignidad en el ejército y la posibilidad de formar parte de algo. Al principio podemos entender la lógica de Jones, pero en su fantasía de escape hay algo que termina siendo trunco y en términos muy similares a los de su compañera de viaje, Rachel, que escapa de su marido rico Martin Kidd, armando juntos un falso secuestro. Ella parece tener un espíritu libre, pero en su búsqueda de toma de riendas no deja de asomarse por detrás el duelo pendiente que tiene con él y con toda su forma de ver el mundo. Y Elijah seguirá convencido de que su arreglo monetario de rescate con ese burgués despiadado sigue en pie, cuando todos ya sabemos que es imposible que se lo respete. Para Hill no hay salida por ese lugar.
Rachel aprende a tirar porque sabe que tal vez deba defenderse de Martin en algún momento. Cuando Elijah quiere ocupar el rol de marido atento y protector, intentando sostenerle al brazo mientras practica, ella lo rechaza. Más adelante verá en Borlund, aún siendo este el enviado pago de Kidd para recuperarla, a un verdadero caballero: uno al que le incomoda verla bañarse pero que a su vez sería incapaz de pensar que es una puta por irse con un negro. Si Borlund aprendió algo en la tarea que ejerce es a no juzgar y paradójicamente su lado más humano encausa ese liberalismo impuesto hacia un mejor lugar.
Dead for a Dollar tiene otros duelos pendientes, como el del criminal Joe Cribbens (Willem Dafoe), que fue atrapado y encarcelado por Borlund. Nunca tuvo la chance de enfrentarlo porque este lo agarró desprevenido en la cama. A medida que avanza esa búsqueda de venganza lo iremos conociendo y nos será muy difícil juzgarlo. Es un hombre justo en sus batallas y completamente capaz de ver la diferencia entre el bien y el mal. Tal vez su encarcelamiento haya sido solo una consecuencia más de la lógica despasionada y mercantil del rol de cazarrecompensas. Para Borlund, que durante la película descubrirá qué tipo de hombres pueden ser aquellos para los que trabaja, el regreso de Cribbens será entonces otra muestra más de sus propios límites.
Luego está Tiberio Vargas, el gran terrateniente mexicano, dueño de su propio ejército de maleantes como suele suceder. Curiosamente entre sus lacayos hay un americano bruto y racista, y un mexicano educado en el mundo anglosajón, ambos igualados, trabajando para asegurar los mismos intereses. Este último, Esteban Romero, es uno de los personajes más ricos de la película de Hill, que actúa de comunicador, tratando constantemente de mostrar un porte inocente y protocolar aunque perfectamente consciente de las implicancias de todo lo que pasa o podría pasar. De alguna manera en Romero hay un reverso de Borlund, ya que también opera bajo la sombra de otro, y de su forma de ver el mundo. Borlund le terminará perdonando la vida.
En las implicancias de todo esto hay una masacre inminente, todo lo que al principio era una cuestion de transacciones de dinero termina pasando hacia su versión más verdadera, porque Kidd se saca su máscara civilizada para desnudar sus intenciones reales. Que el negro muera, y que su mujer sea capturada y violada por la banda de Tiberio, como si fuera un accidente, y así Kidd conservaría su estatus y reputación. La amenaza final se vuelve perturbadora, pero el paso de Borlund por estas tierras ya hizo efecto por ese milagro que es su imposibilidad de ser condescenciente con los demás, ni con Poe, ni con Rachel. Así es como algunos héroes se forjan. Hasta Cribbens ayuda liquidando a Tiberio, aunque al final del día haya que saldar cuentas pendientes.
Max Borlund es un personaje extraordinario, completo hasta en sus fallas. En un mundo más feliz tendríamos, gracias a este, más westerns con Christoph Waltz teniendo misiones, llegando a lugares, armando comunidades. Para esto no hace falta tanta vuelta más que la simple voluntad de narrar este tipo de historias con una mirada atenta. Así lo demuestra Hill plano a plano.
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