domingo, 28 de abril de 2019

We are Little Zombies

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Para A Sala Llena | Cobertura Competencia Internacional del BAFICI 21

Debe ser complicado hacer una película cuyo conflicto central es el de un personaje incapaz de llorar o expresar emociones y llevarla a buen puerto, cuando el tono general y su impronta formal son deliberadamente plásticos y superficiales. Algo de eso pasa en We are Little Zombies, un film que parece estar inscripto en una ya común tradición de historias que, con un tono general irreverente, explotan los estereotipos de lo más moderno de la cultura de las urbes japonesas.

De la misma manera que procede mucho del último cine de Sion Sono, y tratando también de encajar en la sensibilidad de películas como Linda Linda Linda de Nobuhiro Yamashita (donde la banda de chicas adolescentes se presenta como “We are Paranmaum”), la película se vuelve de alguna manera víctima de ser el centro de estos dos distintos extremos. Por un lado hay una estética imparable de simulación. Se abusa de un recurso: la adopción de la “subjetividad” de uno de sus personajes para teñir todo el film y su estructura narrativa. La mayor parte del tiempo la película intenta parecerse al videojuego portátil de su protagonista, utilizando técnicas como grandes planos cenitales que ubican a los personajes como si fueran de la saga de Pókemon para GameBoy, utilizando música en 8bits como banda sonora o alterando los decorados digitalmente para hacernos sentir a los espectadores como parte de un videojuego al que no podemos jugar. Se trata de una batería de recursos que sin lugar a dudas genera satisfacción en la fibra nostálgica algunos espectadores.

En un segundo lugar está lo que el film cuenta, la historia de un grupo de niños marginales que se conocen en el trágico momento en el que todos sus padres están siendo cremados en el cementerio. Cada uno de ellos tiene un estilo y una historia propia. El protagonista, Hikari, es un adicto a los videojuegos que toda su vida fue casi invisible para sus padres. A él se le suma un gordito que era el hijo de los dueños de un restaurante incendiado y que perdió el sentido del gusto, un chico pobre golpeado por su padre lleno de deudas, y una adolescente forzada a aprender piano clásico (aunque le falte un dedo de la mano) que es acosada sexualmente por su profesor y obligada por sus padres a sentirse que es una femme fatale. Así se arma un grupo de adolescentes depresivos (aunque carentes de emociones) que se encuentran ahora a la deriva de la vida.

Ante esto, la película elige llevarlos, en ese camino colorido y estilizado (e ignorando deliberadamente todo tipo de verosímil), a recorrer la ya prototípica estructura del vagabundeo indie: el encuentro casual con diferentes circunstancias que son aceptadas por los personajes con la indiferencia del alienado. Luego de un extraño encuentro con una banda de linyeras, los chicos terminan armando “We are Little Zombies”, un conjunto musical donde se combinan tanto estética como emocionalmente los temperamentos de los cuatro. Cuando aparece un productor musical oportunista, la banda sale disparada a la fama. Y allí aparece un punto interesante, porque la película deja ver un aspecto constante de la economía japonesa, que tiene la particularidad de insertar a la infancia en el mercado desde muy temprana edad. La banda se convierte en una nueva mercancía “emo”, una especie de mina de oro comercial, al ser la banda de los chicos con rostros de piedra que cuentan que sus padres murieron el mismo día. Las consecuencias de esta escalada comercial terminan haciéndola implosionar, y la película termina de hacer su pasaje desde la irreverencia estética hacia la irreverencia narrativa, adornado con alguna que otra alegoría sobre los nacimientos, los úteros y los cordones umbilicales (ahora sí totalmente similar a la peor parte del cine de Sion Sono). Aún así, esa primera gran pregunta sobre las emociones prevalece. Hikari comienza la película en voz en off describiendo las circunstancias que lo llevaron a no llorar en el velorio de sus padres, y a lo largo del camino se nos mantiene a la espera de algún tipo de resolución para este pequeño conflicto. Esa particularidad de las emociones de Hikari sirve también como un planteo sobre el desapego a la vida y la posibilidad de cambiarlo. Debajo de toda la estructura de referencias y escenarios multicolor, We are Little Zombies se guarda un pequeño lugar para meterse en eso que le pasa al niño cuando se despierta con los ojos mojados, como si hubiera estado llorando toda la noche. El desapego a la vida puede ser también leído como un desapego por las imágenes, tal vez debido a su constante inflación. Debajo de eso quizás podamos encontrar algo de más valor.

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