La mayoría de los noirs no suelen tener tantas de las marcas estilísticas por las que conocemos al género. Tal vez sea algo que quedó instalado desde la vieja afirmación de que es heredero del cine expresionista alemán. En muchos casos, lo negro del noir pasa más por la naturaleza del universo diegético y lo oscuro de sus conflictos. Las que son marcadamente expresionistas tienden más a volver barroco todo lo que hay en la imagen. Gun Crazy está en el segundo grupo, mucho más cerca de Touch of Evil (Welles) que de Out of the Past (Tourneur).
Aquí tenemos encuadres retorcidos, contrastes duros, espacios enrarecidos y primeros planos detallados de expresiones pronunciadas. Aunque no se trata sólo de un ejercicio estético, siendo que es una película sobre la simbiosis entre dos amantes, la puesta va incorporando los recursos para trabajar la relación entre los personajes y sus contextos.
Annie (Peggy Cummins) y Bart (John Dall) se conocen en una feria. Annie protagoniza un espectáculo de tiro al blanco, pero Bart cree que es mejor tirador y compiten. La primera unión entre los dos se da en una competencia tensionante, donde ambos rostros sudados se miran entre sí con dureza pero con irrefrenable atracción. Cada uno tiene una marca pasada. Annie mató a un hombre, por miedo, en un robo. Bart, por el contrario, probablemente tenga la mejor puntearía del mundo, pero es incapaz de matar. Se terminan volviendo complementarios, y accediendo a la sed de lujos de Annie, comienzan a hacer una serie de atracos, como si se tratara de una droga a la que se vuelven adictos. Lo que comienza es una especie de viaje, y un elemento dominante de la puesta será la cámara fijada en los vehículos, trenes, autos, hasta incluso el vagón de una montaña rusa. De alguna manera, Gun Crazy se adelanta a todas esas películas de parejas criminales que vinieron después de Bonnie and Clyde, donde parecen sentir el poder de llevarse todo por delante, como si los personajes giraran sobre un mismo eje entre ellos, siempre unidos, dando vueltas, totalmente dependientes el uno del otro.
En esos casos los vemos ellos y a un fondo, a veces indistinto, en movimiento. Nada de lo de alrededor importa. Algo así veremos también en una de las secuencias de robo, donde la cámara está siempre posicionada en el asiento de atrás del auto, y en una serie de planos secuencias vemos la llegada al lugar y el escape. A diferencia de la citada variante moderna, en Gun Crazy no obtendremos un final acorde al nihilismo del escape sino todo lo contrario, una contrapartida más amarga, donde los amantes se terminan liquidando por sus marcas pasadas. Sucede en un breve instante: Bart mata a Annie para evitar que mate a sus amigos, y sus amigos terminan disparándole a él. Hay algo que desde el principio se siente incompleto, imposible. La pasión por las armas parece estar despojada del sentido original de las armas. Bart sólo quiere disparar y durante varias escenas se comporta como un personaje ingenuo, como si no viera todo lo que gira alrededor. A su vez, en sus intentos de racionalismo, parece aspirar a que se conviertan en una pareja ordinaria y formar una familia, parecida a la de su hermana. Quizás a lo único que puedan aspirar es a disfrazarse, como lo hacen cuando viajan de encubiertos, como una máscara.
Annie y Bart terminan en un punto medio, sin poder ser una cosa o la otra, y seguramente esto dependa del centro sobre el que constantemente giran. Cuando planean huir en autos separados, Lewis arma una secuencia brillante en la que ambos terminan volviendo sobre la ruta para irse juntos al no soportar alejarse. Esa es la forma que gobierna a la película, la de un imán que no les permite salir del mismo constante regodeo, siempre volviendo a la misma idea y anulando a toda razón. Hacia el final, en la escena donde todo termina, el espacio del film termina de volverse completamente onírico, totalmente desrealizado, como si hubiesen logrado alejarse del mundo o llegado a su borde. Los vemos esconderse en una especie de pantano lleno de niebla, con algo de vegetación sobresaliendo, nada es claro. Luego de la muerte vendra otra figuración clave, quizás al borde de la alegoría por su evidente claridad: los amantes muertos quedan yaciendo sobre un remarcado nido, circular, encuadrado desde arriba.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario