sábado, 23 de mayo de 2020

El rock de la cárcel


La versión más fácil de conseguir de The Blues Brothers es la extendida, y tiene en total 18 minutos más que la versión original de 1980. Nunca me lo puse a pensar pero hay uno de los agregados que hace una diferencia crucial por algo que se sugiere.

Cuando los hermanos terminan en la cárcel y tocan Jailhouse Rock con la banda, los presos empiezan a contagiarse de la música, a bailar y a saltar. Incluso algunos de los guardias esbozan sonrisas mientras todo ocurre. Luego de esto vienen una serie de imágenes de los intérpretes de la película, muchos de ellos cantando fragmentos de la canción, como Ray Charles o Aretha Franklin. La alegría parece contagiar hasta al equipo técnico, que bajo el rótulo de "Crew" cantan otro fragmento de la letra en una especie de tribuna. La versión original no contenía el momento en el que, volviendo a la cárcel, mientras la música continúa, los guardias empiezan a preocuparse por el tumulto y su baile, para luego hacer un llamado telefónico y empezar a recibir refuerzos con escopetas, que llegan corriendo, listos para reprimir.


Se siente como un golpe de realismo, una instancia que no nos permite olvidar que se trata de una institución represiva lista para limitar cualquier tipo de desborde humano. Es un corrimiento en el código y a la vez una expresión de inseguridad ideológica por parte de Landis, porque concebir a la escena sin este agregado ya aportaba un sentido completo, que continuaba algo de lo que se deja ver a lo largo de toda la película, propio de la comedia clásica: la música y el baile son eso que, como expresaba la placa inicial de Sullivan's Travels de Sturges refiriéndose al humor, nos alivia el tránsito por este valle de lágrimas. La secuencia del rock de la cárcel es ese último regalo, una fiesta posible en ese contexto. No hay que olvidar que The Blues Brothers también tiene una estructura narrativa de persecusión.

La versión extendida declara imposible a la fiesta, pero no en un sentido trágico. Lo que arma es un anti-climax, y corta a los créditos abrúptamente, dejando una sensación amarga pero de una cierta satisfacción ideológica. Es uno de los instantes en los que Landis demuestra que además de ser un cineasta lleno de gracia y amor por el cine, también tiene la debilidad de querer atajarse políticamente.


En Sullivan's Travels también hay una secuencia con presos, probablemente el momento más revelador jamás filmado en relación al sentido de lo cómico. La situación se da en una iglesia, donde los reclusos son llevados para un breve momento de recreación. El ministro los invita a pasar, a que se mezclen con el resto de los humildes fieles, y les proyecta una película de Mickey. Joel McCrea está atónito al ver cómo sus compañeros se estallan de risa. Es lógico porque los minutos anteriores de la película se habían convertido realmente en una pesadilla. También se sorprende al sentir su propia risa. Toda la sala/iglesia está entonces completamente sumergida en los gags de la película, riendo sin parar.

¿Sería posible imaginar para este caso un arrebato anti-climático? ¿No sería un acto de crueldad? Imaginemos lo que pasaría si los guardias de The Blues Brothers entraran repentinamente para empezar a golpear a Joel McCrea y a sus compañeros reclusos. Es redundante, y es el tipo de insistencia que está cada vez más presente en el cine, la necesidad de volver al relato un discurso literal de una expresión ideológica, que automáticamente descarta que eso pueda ser alcanzable desde adentro. En el caso de The Blues Brothers, la versión extendida lo hace hasta revelar esas pretenciones. Lo que se termina dando entre ambos cortes es la misma decisión a la que se enfrenta el personaje de McCrea como director de cine: filmar una película de realismo intencionado, o hacer una comedia. Al extender ese momento en The Blues Brothers, Landis, que es un manifiesto admirador de Sturges y de la comedia clásica, eligió lo primero.

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