jueves, 7 de septiembre de 2017

Ser realista, como en las películas

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Sobre Mystic River (Clint Eastwood, 2003)

La imágen icónica de esta película es ese cenital de Sean Penn gritando mientras es sujetado por una docena de policías al enterarse que el cadáver encontrado cerca de la jaula de los osos es el de su hija de diecinueve años. Casi quince años después, es una escena que si la pensamos suelta es de un tono que parece paródico. Pero la película es una totalidad y volver a mirarla deja ver que ya es un clásico. Las películas de Eastwood van mejorando y empeorando de maneras inesperadas, quizás eso incida en la envergadura de sus producciones a medida que el tiempo va pasando. En el caso de esta película es llamativo, por lo poco común que es ahora, ver a tantos actores de gran factura todos juntos en un drama. Parece que en no tantos años esas estructuras cambiaron. Y al mismo tiempo se trata de una película marcadamente varonil. Bueno, es Eastwood, podríamos decir. Pero también es el Eastwood que al año siguiente hizo Million Dollar Baby, con una boxeadora mujer. Paradójicamente podríamos llamarla también varonil, pero eso sería otro tema.

Lo que parece que resiste al tiempo es lo perturbadora que es. Sin ningún tipo de reparos, se mete en lo más hondo de un conflicto que es polémico por todos lados. El lugar desde el cual nos enganchamos para hacer conjeturas alrededor del personaje de Dave (Tim Robbins) es siempre incómodo (más aún cuando este lugar está anclado en el punto de vista de su esposa). Podemos reprochar, en un principio, que se elipse casi tramposamente el asesinato para yuxtaponerlo con la llegada sospechosa de Dave a su casa, pero es justamente ese lugar de indeterminación lo que nos abre las puertas a justos prejuicios que la película necesita que activemos, que apliquemos, que nos maree la posibilidad de estar juzgando a Dave por haber sido abusado de chico, y que eso nos sea confuso. Esa confusión es absolutamente productiva porque es el tipo de incertidumbre que se da cuando mucho de lo que vemos nos está dando certezas. Que Dave haya sido el asesino es algo que se presenta como perfectamente lógico. Y ahí está lo perturbador.

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No sólo es ahí. También es perturbador que la cercanía física de Jimmy (Sean Penn) con su hija el día anterior a su muerte sea un tanto similar (como también es su vestimenta) a la cercanía ya sexual con su esposa (Laura Linney). Lo es también imaginar que el mismo Jimmy capaz de asesinar y hacer desaparecer cuerpos en el río sea el mismo que todos los meses le da 500 dólares a la familia de su víctima. Y es perturbador ese final en el que Sean (Kevin Bacon) se limita a hacerle una amenaza casi a modo de juego a Jimmy, en medio del pacífico desfile público, sembrando la duda acerca de si se atreverá o no a arrestarlo. Esa es otra referencia clara al final de Vampiros (John Carpenter, 1998), la película que cautiva a Dave en una escena.

Pero hablábamos de cosas impensables que se presentan como lógicas, y ahi aparece la dimensión que mejor me termina de organizar la película. Dave no es el asesino, y sin embargo, forzado por Jimmy y sus secuaces, confiesa. Lo que dice es mentira, sabemos por los datos, pero también es, misteriosamente, verdad. Dave no miente, y esa lógica de relato de la que fuimos partícipes se convirtió en realidad. Dave no mató a la hija de Jimmy, pero que no lo haya hecho se parece más una mera circunstancia. Como muchos dicen ahora, el cine es pura mentira. Pero como otros decían hace tiempo, es una mentira no hace más que decir la verdad. Esa verdad está en esas yuxtapocisiones, comparaciones, apariencias, imágenes. No se puede decir, pero ahí está. Superficialmente hay quienes no la pueden tolerar, pero hay también cineastas como Eastwood que se animan a evocarla con todo su dolor.

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