martes, 10 de octubre de 2017

Hermosa basura blanca

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Sobre Logan Lucky (Steven Soderbergh, 2017)

Estoy absolutamente sorprendido. La nueva de Soderbergh es una de las mejores películas del año. Normalmente no me sucede así. Le tengo algo de estima a varias de las suyas y Contagio me había parecido bien, pero ese "bien" que se dice cuando el entusiasmo surge de la aceptación de la coherencia. Con Logan Lucky el entusiasmo es otro.

Lo que Soderbergh logra en la construcción del imaginario los "trabajadores blancos" es extraordinario. Digo imaginario porque ya de entrada su condición de construcción se hace inevitablemente evidente. Ni Channing Tatum ni Adam Driver hablan como hablan, y Daniel Craig ni siquiera es americano. Es una expresión que parece de prepotencia: el estereotipo de la basura blanca es tan definido, tan acabado, que hasta un inglés puede interpretarlo si quiere, hiriendo a cualquier tipo de nacionalismo. Sobre esa relación (que no creo que llegue a ser una convicción de superioridad) se sostiene mucho de lo que vamos a ver. Ahí aparece una visión distanciada, desde allí sería cuestión de empezar a ver si con aquel imaginario puede contarse algo y así eventualmente encontrarse algo.

Al avanzar la película la distancia se va cerrando, es el acercamiento que se da cuando hacia los personajes hay respeto. A Clyde Logan (Adam Driver) le falta una mano, la perdió en Irak. Cuando suena la música patriótica en la inauguración de la carrera se saca la gorra y se pone el brazo en el corazón. El estereotipo demandaría ironía pero acá no la hay, y Clyde es un patriota más, con o sin brazo, con o sin seguro médico, aún sabiendo nosotros (y tal vez también él) la inutilidad de aquella guerra. Soderbergh está sabiendo diferenciar las cosas y entendiendo donde generar la distancia jocosa. Con los hermanos Bang no es tan permisivo, será quizás que a dos tipos que se agachan como animales para agarrar cosas con la boca en un concurso les dedica sólo un sopapo audiovisual y los deja sin su parte del botín. Que su reflejo los juzgue.

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Si bien es clarísimo el chiste (y gran parte de la estructura narrativa) que vincula a esta nueva película de Soderberg con la saga de Ocean's Eleven (en una escena los medios llaman a este robo Ocean's 7-Eleven), casi todo lo que veo me remite mucho más a otra de sus películas, que es Magic Mike. Esta era muy interesante, pero en ella todavía había un híbrido entre la pretendida ligereza de las secuencias en el club de strippers y la supuesta sensibilidad indie que abunda en muchos de sus planos. Eso finalmente se traduce en cómo la película mira a sus personajes, que también son trabajadores lidiando con condiciones desfavorables. Lo que no me cierra de todo en Magic Mike es que ninguno de los strippers lleve su oficio con dignidad. El único cerca de eso es el interpretado por Matthew McConaughey, pero poco a poco es una identificación que se pierde en la dimensión corrupta y decadente que el personaje revela. La película corona su final con un sentimiento amargo en el que ir trabajando de boliche en boliche es necesariamente un fracaso, como si no hubiera posible emancipación. En Logan Lucky parece estar contestándose a sí mismo y lo que reflota al final es una inteligencia que era secreta y que, contrario al arrepentimiento que intuimos en el personaje de Tatum (que podría leerse como aleccionador), redobla el enaltecimiento de los personajes. El imaginario entonces se aprehende y se conserva en la medida en que es devuelto a su tradición. Y en ese aprehendimiento se produce la posibilidad de avance.



Acá es clave la música y puntualmente el clásico de John Denver "Take me home, country roads". La escena de la película que absorbe a todas las demás con su pura belleza es claramente el canto de la hija de Tatum. Fuera de ser una palanca fácil, se trata de un regreso al origen simple y directo. Debajo de toda la superficie del imaginario aparece lo que estaba tapado, aún vivo, cuando todo el público conecta con la canción y su letra. Este tipo de momentos absorben a los demás porque son los que los fundamentan y otorgan legitimidad a las caracterizaciones. Si la distancia se buscó, y si con estereotipos se parodió, fue entonces porque en aquella superficie había que escarbar, criticar, ridiculizar, para poder descascarar un saber estético y espiritual más profundo. Aún teniendo esta secuencia y momento de quiebre, el robo se finaliza. Y de pronto se puede pensar que el manejo de "saberes" en la estructura del robo (que veamos la ejecución a sabiendas de que algo se nos oculta sobre su planificación) es análogo a esta idea. En este pequeño universo de personajes de apariencia ignorante, el saber es una cosa secreta y que puede emerger de formas inesperadas. Nada evidencia dónde está la inteligencia de Jimmy Logan, pero si está y si puede avanzar es porque se sabe de dónde viene.

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Logan Lucky termina siendo entonces una comedia conciliadora. Son numerosos (y en algunos momentos quizás gratuitos) los puntos en los que busca relacionar a los personajes con instituciones del Estado. La prepotencia está, la mirada demócrata desde la cual parece soñarse una reconciliación de los hillbillies con el Estado también, pero no es nada ingenua. Donde la película triunfa es en su capacidad de comprensión. En lugar de identificar un estereotipo como un señalamiento, lo incorpora estéticamente y como perspectiva de las cosas, y hasta alcanza el punto donde la superficie se deshace. En lugar de replicar un sistema de parodias lo desgasta, y nos devuelve la posibilidad del entendimiento más directo de todos. Tal vez por eso también es una película sobre hermanos.

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