martes, 31 de octubre de 2017
Máxima seguridad, mínima libertad
Sobre Brawl in Cell Block 99 (S. Craig Zahler, 2017)
La segunda película de S. Craig Zahler, al igual que la primera, empieza en un territorio en el que más o menos podemos sentirnos seguros. Bone Tomahawk (2015) se presentaba como un oscuro western, aunque western al fin, en el que la figura de Kurt Russell apelaba (quizás adelantándose a Tarantino) al sueño de todo carpenteriano: tenerlo de sheriff.
Poco a poco se convertía en una despiadada película de terror, donde el western se empezaba a fundir con la opresiva cacería de Depredador. Ver una columna vertebral ser arrancada nos hace pensar que podríamos ver cualquier cosa, y se vuelve imposible sentirse seguro. Algo así pasa nuevamente en Brawl in Cell Block 99, se comienza como un thriller sureño con trama criminal y se termina en el infierno. Bradley (Vince Vaughn), un ex boxeador y mecánico que es despedido de su trabajo, descubre una infidelidad de su esposa (la cual intentan de alguna manera sobrellevar), y nos enteramos que el malestar de la pareja tiene como origen la pérdida de un embarazo. Se mete en el narcotráfico sólo por una razón: para lograr tener un sustento económico, poder empezar de nuevo y tener otro bebé. Luego de una transacción que sale mal termina preso, con su mujer a 98 días de parir, y comienza un oscuro descenso en el que acompañamos a un personaje que sólo obedece a su determinación, dejando ver toda la miseria que surge alrededor del camino.
Bone Tomahawk (2015)
Todo lo que sucede está casi subordinado a un elemento fuera de campo, más bien una amenaza, que se nos vuelve intolerable aunque no la veamos. Su mujer es secuestrada por los narcos y Bradley es extorsionado para que cometa un asesinato en otra prisión, una de máxima seguridad (por lo que debe "hacerse transferir" sin importar cómo). La amenaza es clara y terrible, y hasta causa pudor escribirlo: si Bradley no cumple con la misión, un abortista clandestino logrará cortarle miembros al bebé dentro de la panza sin matarlo. El mal imaginado en la película se vuelve una potencia insoportable, y la liviandad con la que se da la amenaza vuelve a sus perpetradores más monstruosos. Udo Kier muestra su rostro más diabólico interpretando al ejecutor, felizmente contratado, consiguiendo al siniestro abortista coreano que disfruta de la propuesta.
En las películas de Zahler la violencia es muy particular, aparece en breves destellos que recuerdan un poco a momentos específicos del cine de Takeshi Kitano, pero con una potencia gráfica que remite más a Miike. Lo extraño es una evidente artificialidad, porque los efectos son todos prácticos. Parece como si a Zahler no le preocupara que detectemos la falsedad de los muñecos. Hay algo en la construcción de todo el relato que nos incorpora tanto en la misión de Bradley, que logra hacer que aprendamos a creer en la realidad de aquellos fenómenos aunque los sepamos falsos. No es casual tampoco que se opte por este tipo de exposición para las múltiples ejecuciones y peleas. La amenaza que flota permanentemente en el fuera de campo nos predispone a que algo de esta magnitud se despliegue a lo largo y a lo ancho de la película.
El Vince Vaughn de Zahler tiene alguna reminiscencia de su personaje en la segunda temporada de True Detective. En determinado momento de la serie comienza a actuar sin cuestionamientos, como bajo un orden claro de las cosas. Bradley es así desde el principio y parece que todo lo que sucede en la película se verá afectado por la decisión de meterse a transportar droga. Todo lo que eso conlleva es transitado con una máxima seguridad y una mínima libertad (reutilizando la frase del personaje de Don Johnson). Bradley es cada vez menos libre, pero todo lo que hace lo hace cada vez más seguro porque se vuelve simplemente un deber íntimamente ligado a su moral. Lo que termina quedando es una película con una premisa de cine de explotación, pero cuyo principal fuerte es el devenir de su personaje. La famosa "riña" en el Bloque 99 a la que remite el título es un climax, no el centro estético explotable. Para llegar allí la película va sentando las bases de a poco, narrando paulatinamente, generando un largo proceso de identificación. La violencia gráfica (y la imaginaria) es brutal, pero en ella se marca mucho más el decisionismo y lo certero de cada golpe (como si cada golpe fuera también una forma de mirar de Bradley), que la violencia en sí misma.
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