lunes, 2 de octubre de 2017

La puta madre

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Sobre Alanis (Anahí Berneri, 2017)

Ya de entrada, en nuestro contexto de puritanismo mamario, el póster de la película anuncia una pretensión de polémica, así como también los comentarios públicos de Sofía Gala, pero para esto no nos interesan. Alanis se mete con la prostitución como tema afortunadamente sin caer en los dos posibles lugares comunes, que son el de la vulnerabilidad de la puta pobre y el liberal de la puta libre (y que cuando se mezclan dan como resultados algunas confusiones de clase). En cambio, pareciera elegir dedicarse a incorporar el trabajo de la prostituta en su plano más concreto: el del ejercicio de un trabajo, con todo lo que así aparece alrededor.

Desde sus primeras secuencias ya se nota que la elección de puesta de cámara siempre busca un lugar corrido. Constantemente se evitan los emplazamientos que intensifican las cualidades dramáticas, y esto que en muchos casos puede llegar a ser molesto (cuando el corrimiento es un juego arbitrario), en Alanis se nota que es el intento de desplazarnos hacia una especie de estudio de un cuerpo que se encuentra ejerciendo trabajo, ya sea el de darle la teta al bebé como el de darle la teta a un cliente. Aún así, las cualidades dramáticas están, y por eso, a pesar de tomar prestado el famoso estilo de Bresson, ese en el que importan más las transacciones (estoy pensando en El dinero) y operaciones concretas registradas por la cámara que las intensidades dramáticas de los personajes, la película logra también integrarse a la dimensión afectiva.

Sin embargo la referencia principal está en Vivir su vida de Godard. Sobre ella toma toda esa parte de estudio frío en imágenes que dan cuenta de las vicisitudes que giran alrededor de la prostitución, y hasta se incluye una especie de guiño directo a la escena de Anna Karina escribiendo la carta para entrar a una casa de prostitutas. Lo interesante de ese diálogo no estaría tanto ahí, que podemos reconocerlo o no, sino en el hecho de que al ser la película de Godard una mirada masculina, la mirada femenina de Berneri trae procedimientos necesariamente contrarios. Vivir su vida era una película sobre el rostro de Karina en la que se ponía en juego una pregunta sobre los límites del sujeto (primer plano) en tanto y en cuanto aquel sujeto es también concebido como objeto estético (en ese caso mercancía). En Alanis ya no tenemos a la pregunta por el sujeto, porque el sujeto está bien definido. Alanis es en tanto es madre. La pregunta de Berneri apunta al cuerpo como herramienta y medio de producción, que es en este caso un cuerpo no estetizado. En la medida en que entramos en código con ese lado nos volvemos capaces de homologarnos.

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Sobre cómo filmar el trabajo se ha hecho y escrito mucho, y más o menos todos podemos estar de acuerdo en que en la comodidad de la sala tenemos una posición siempre más cercana a la del patrón. Pero cuando se incorpora al tiempo como parte de una puesta en escena que intenta constantemente llevarnos a la fábrica, la cosa cambia. En Alanis hay una secuencia en la que el trabajo con un cliente se ve entero, en toda su duración y partes, y la sensación pasa a ser la necesidad de que acabe (en todo sentido). Cuando los diálogos comienzan a convertirse en insultos, y cuando ya literalmente ella empieza a decir "acabá de una vez la concha de tu madre" se genera una ligera incomodidad. Es un momento risible, nos corre de lo desagradable del cliente, nos acerca al tedio de Alanis y convierte a la escena en un momento ridículo, pero que sorprendentemente acelera la excitación del cliente hasta acabar. Es como si se desrealizara todo el peso de la escena de sexo por el puro desgaste de la alienación, y como si esa alienación ya asumida relajara la situación. Empiezo a pensar entonces que es sólo en ese punto donde aparece una verdad sobre el trabajo a la que podemos acceder, el punto en el que ese trabajo se vuelve verosímil, y por ende propenso a ser mostrado o tratado, estudiado.

Alanis es en primer lugar madre, no es puta como consecuencia trágica de su pasar económico, ni puta porque "aguante". Si es un gran personaje es porque su humanidad se basa en ese avanzar natural en el que cada cosa que aparece va siendo enfrentada de la forma más concreta que se puede para él, y por eso termina siendo tremendamente sólido y creíble. Al final, en ese último lugar donde la incorporan se deja ver que ese trabajo está, sucede, es real. Se nota que sus nuevas compañeras son de otra clase social, cada contexto tiene sus diferencias de clases y no olvidamos que el trabajo sigue estando en un marco capitalista. Pero el factor que más parece interesarle, y que hay que celebrar, es asumir la existencia de una comunidad que se gesta alrededor del trabajo. En ese penúltimo plano vemos por primera vez la alegría de la calidez y la contención.

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