martes, 8 de noviembre de 2022

Mar del Plata 2022 (3)

La visita de John McTiernan

El domingo 6 fue la esperada charla de John McTiernan. La sala era muy pequeña y no entraba todo el mundo, cosa que provocó algunas frustraciones. Según los organizadores, el arreglo para la visita se concretó a último momento y ese fue el motivo por el que solo pudieron conseguirse dos de sus películas para proyectar, Duro de Matar y Depredador.

McTiernan tiene más de 70, uno de sus primeros comentarios fue sobre su infancia en los 50, y algunas de las películas que su madre lo llevaba a ver al cine. Como todo director veterano no se prende al enaltecimiento de su propia figura y trata de mostrarse humilde, hablaba lento pero sin ningún tipo de desdén para las preguntas. Creo que simplemente sucedía que como lo estaban indagando sobre cosas que pasaron hace mucho tiempo tenía que hacer esfuerzos para recordar nombres y datos, o para elegir bien las palabras que iba a usar.

Habló un poco de sus inicios y del momento de su vida en el que descubrió que en el cine las imágenes siempre tienen que tener un orden específico, en oposición a internet. El tipo de cinefilia de McTiernan, como la de casi todos los directores americanos grandes de su generación, es inesperada. Dice que aprendió mucho mirando La noche americana de Truffaut, que desglosó hasta el hartazgo películas de Kubrick plano por plano y que disfruta mucho del cine italiano. Para cuando filmó Duro de Matar se sentía como "un Bertolucci filmando una de acción". También aclaró que su director americano favorito es John Ford, "por la moral".

Más tarde se dio una segunda frustración, y fue el hecho de que quedaba poco tiempo y mucho para hablar. Era imposible extender la charla porque habría otra próxima en el mismo lugar. Antes de pasar a las preguntas del público, McTiernan le dice algo al presentador, Pablo Conde, pero sin micrófono, y este le cuenta a la audiencia: dice que por qué no le estamos preguntando si le gustan las películas de Marvel. En ese momento la sala estalla, aplaudiendo y hasta gritando. Fue ensordecedor.

Este fue un hecho interesante desde ambas partes. Por un lado el propio McTiernan parecía querer sumarse a la tanda de directores de su generación que últimamente viene criticando al cine de superhéroes públicamente. Seguramente habrá imaginado que eso lo sumaría a la discusión y le daría algo de protagonismo en el mundo de las redes y sus peleas estridentes. Ya muchos conocen los problemas legales y actualmente económicos que tiene, así que no creo que haga falta señalarle esa explícita búsqueda de atención. Por otro lado, la ovación repentina del público podría tener una explicación que va de la mano con eso. La cinefilia del tipo más romántico odia a Marvel y disfruta casi a nivel masturbatorio cada vez que algún maestro sale tirar declaraciones al respecto. Además McTiernan parecía estar regalándonos esa primicia a los argentinos.

De todas maneras lo de McTiernan no fue un simple comentario. Se notaba que se había preparado porque lo que siguió a eso fue una clase varios minutos de historia del arte. "Debo remontarme muy al pasado para hablar de esto", dijo. Entonces contó las diferencias en tipos de representación a lo largo de la historia. Su tesis consiste en que durante muchos siglos las imágenes fueron sólo de gente poderosa, nunca del hombre común. En el momento en el que el hombre común comenzó a aparecer como centro de las representaciones esto supuso cambios históricos, y recalcó, es un hecho político innegable, porque pocos años después del cambio estético vino el cambio político. Pero la modernidad encontró sus propias maneras y como "los ricos no son boludos" buscaron una nueva forma de regresar al centro, cosa que en realidad ocurrió bastante rápido. Pero en cuanto al cine McTiernan dice entonces que hacia mediados o fines de los 90 esos poderosos que son ricos pero no boludos decidieron comprarse los estudios, de manera tal que el cine empezó de a poco a poner en escena cualquier cosa con tal de alejarse del hombre común, "magos, animalitos, superhéroes, son una aristocracia". El cine pasaría a sus manos y sería producido no ya por conocedores de ese arte sino por "supervisores que sólo responen al dinero y a los intereses de los ricos".

Desde el público escuchábamos atentos, a mí me parecio notar que la excitación con la que McTiernan empezó el relato se iba convirtiendo poco a poco en angustia y enojo. Cerró el tema contundentemente: "esto no es una boludez, nos interpela a todos y no podemos hacernos los boludos, porque es un problema político y se trata de una contrarrevolución". Obviamente el público cinéfilo de la charla volvió a estallar, pero el enojo de McTiernan me pareció genuino, y me fue chocante el contraste con la alegría de la sala. Algo de eso me pasa con esas discusiones oriundas de internet.

Esa misma noche se proyectó Duro de Matar en el Auditorium, presentada por él mismo, y fue realmente una locura. Todo ese vitoreo pareció encausarse y encontrar su sentido durante la película. La sala era grande y estaba llena, pero la película fue inmensa. Desde el público reíamos, festejábamos y nos emocionábamos. Más que masturbarnos con la razón, lo que se sentían eran plenas ganas de vivir. McClane es el héroe común por excelencia, y al día siguiente en la proyección de Depredador se validó también con el Dutch de Schwarzenegger.

Sobre este tema había hecho una gran analogía en la charla. Mencionó un libro, cuyo nombre no recuerdo, que se centraba específicamente en las formas de comando militar y las relaciones entre los generales y sus tropas, de cómo es que lograban que los sigan y peleen. Ponía de ejemplo el caso de Napoleón: la modalidad era "Napoleón es un genio, ergo, lo seguimos". Y decía luego que la forma que más le interesaba era la norteamericana, en relación a Ulysses S. Grant, un general de la guerra civil que luego fue presidente de Estados Unidos. Para Grant el general debía ponerse al mismo nivel que las tropas, debía vestise igual, dormir con ellos y hasta comer la misma comida. El resultado sería muy simple: seguirlo es mandatorio ya que sus decisiones lo pueden salvar tanto a él como al resto.

Este es el tipo de relación que McTiernan trata de tener con su público, como si se sellara un pacto durante los primeros minutos de la película, en el que queda claro que quien nos narra y nos guía por la historia nos acompaña. Como sucede con los grandes directores, esa relación pasaría también a sus historias y en su filmografía es hermoso, porque es un mundo donde las almas virtuosas que hay dentro de las personas comunes se encuentran, pelean juntas y hablan el mismo idioma. Ejemplos habría demasiados, pero ahora recuerdo el que más me conmovió durante esta proyección de Duro de Matar: cuando John sale del edificio y se reconocen con Powell. No tienen idea de cómo se ve el otro, pero se reconocen, como si pudieran atravesarse y ver la fibra más interna y bella de lo que son.

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