Pacifiction, de Albert Serra
La primera película de Albert Serra ambientada en el presente es difícil de clasificar. Salí de la función sorprendido y pensando en que me pareció su mejor película. No vi muchas de las anteriores pero en su momento pensé mucho y escribí sobre La muerte de Luis XIV. No me había parecido buena, pero sí que tenía muchas discusiones productivas adentro. A lo largo de los años Serra se armó un personaje de su propia figura, con declaraciones ególatras y polémicas, tan delineado que muchas veces parece directamente un payaso.
En Pacifiction el protagonista es igual a él, se parece de cara y anda toda la película con anteojos de sol y un traje blanco, pero este personaje es mucho más interesante. Durante todo el metraje seguimos a De Roller, un comisionado francés en la isla de Tahití de la Polinesia francesa y a los sucesivos encuentros que tiene con distintos personajes del lugar. Entre ellos hay tanto habitantes de la ciudad como miembros de tribus, trabajadores de boliches y hoteles, pero también funcionarios políticos y militares.
De Roller se hace una fama de pequeño estadista, se reúne con las personas, recibe a quienes traen algún problema que resolver, se mueve. Como espectadores lo acompañamos durante toda la película en cada viaje, pero sobre esta pequeña esfera política empieza a aparecer una mucho mayor, al principio como rumor, y es que la zona fue elegida para hacer una serie de pruebas nucleares. En un momento se habla de China, Rusia y America. Hay un vaticinio de tercera guerra mundial y de intereses geopolíticos. De pronto De Roller se queda afuera de lo que pasa y llegan algunos personajes misteriosos. Entre ellos hay un norteamericano que también usa lentes de sol y un almirante de la marina. La película empezaría entonces a armar un contraste entre lo paradisíaco del lugar y una suerte de premonición apocalíptica.
La pequeña política de De Roller ahora parece una cosa tonta, accesoria, y se siente. Se la pasa buscando pistas de los operativos como un detective pero casi en clave de comedia. Dicen que hay un submarino bajo el agua, en algún lugar de la zona, donde mandan a las chicas de los boliches para prostituirlas. De Roller espía porque ya nadie le dice nada y todo el mundo parece formar parte. Entonces poco a poco el universo que arma Serra se vuelve extraño, como si las situaciones y los lugares adquirieran un estatus de sueño. De Roller se frustra, piensa en las consecuencias de la radiación, se enoja y odia a los políticos. De repente es un muñeco de lentes y traje blanco al que nadie le presta atención, tal vez otro payaso.
Quizás lo más interesante de esta película se da al final, cuando De Roller parece asumirse dentro de ese sistema más grande que el de su pequeña isla, como si pasara de un colonialismo paradisíaco y amable hacia uno verdadero, sin dejar de mostrarse decadente. Al menos en eso pienso cuando lo veo en esas últimas escenas del boliche, con la iluminación llevada completamente al azul violáceo, observando a todos los personajes bailar. Al igual que en La muerte de Luis XIV, hay una serie de declaraciones finales, casi a la cámara. El almirante, que parecía hasta entonces un mero viejo jerarca militar que disfruta de los boliches y las mujeres desnudas, se lleva a un grupo de marinos en una lancha para arrancar un operativo especial, probablemente destructivo. Su discurso es majestuoso y lleno de épica. Los marinos escuchan compenetrados, a uno de ellos le cuelga un crucifijo, están dispuestos a sacrificarse por algo más grande. Parece como si Serra también estuviera aceptando un lugar de pertenencia, contrario a las pequeñas aspiraciones, en esa mirada final explícitamente occidental, de realismo político.
Después se me ocurre pensar que no es casual que esta sea su primera obra de diégesis contemporánea, y que parte de ese realismo político podría ajustarse también a la mayor causalidad narrativa que esta película propone. Formalmente no deja de ser una inmersión pesada, donde cada escena dura mucho más de lo que su mecánica narrativa propone, pero la dirección de sentido nunca deja de ser clara. Dentro de su propuesta el recorrido está repleto de imagenes imponentes, como la secuencia espectacular de las olas gigantes en el mar, pero luego aparecen las lluvias, los atardeceres y los momentos sombríos. En la película se habla bajo, con una cadencia calma y algo de eso nos lleva a pensar en una especie de ocaso, como si todo sucediera en un día que se está por teminar, y no se sabe si habrá otro.
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