Serge Bozon, Martín Farina, Cyril Schäublin, Santiago Fillol
Don Juan de Serge Bozon fue predecible desde su premisa. Un actor que está ensayando una obra donde interpreta a Don Juan es dejado por su novia. La ficción y el fracaso personal se le mezclan. En la película hay algunos números musicales y la novia en cuestión interpreta múltiples papeles. Cada tanto aparecen mujeres bellas (todas son su novia) merodeando por ahí y el actor las encara. Sus frases elaboradas no sirven, porque cada uno de estos momentos es realista y verosímil. Todas lo rechazan porque parece un idiota, una de ellas le pega en el ojo. Durante gran parte de la película este Don Juan anda con una piña en la cara. En un momento un grupo de estudiantes discute sobre la pertinencia de presentar una obra sobre un conquistador de mujeres en la actualidad. Todo se siente forzado y es poco interesante, como si la película intentara atravesar todas las discusiones y aristas alrededor de ese tipo de romanticismo y ser así un gran collage de resultados dispares.
Durante esa función un colega nos recomendó mucho Náufrago de Martín Farina y Willy Villalobos, así que fui a verla al día siguiente. Como película sobre la última dictadura me parecio mucho más intuitiva que consciente y teórica, lo cual me pareció muy bueno. Por supuesto que esto no va en detrimento de lo político, a lo que la película no le escapa. La propuesta es extraña, Villalobos es un ex detenido y exiliado que vive ahora en Cabo Polonio, Uruguay. Toda la primera parte consiste en un desarrollo visual de sus sueños. Después nos enteraríamos que esa voz en off particularmente lenta y cansada era así porque los audios se grabaron durante las madrugadas, con los sueños bien frescos. El recurso es muy bueno porque uno siente como si el personaje que habla siguiera en el sueño, o al menos con una pata todavía adentro.
Más adelante conocemos a otros amigos ex militantes, que se reunen en la casa para comer, y asistimos a algunas de sus charlas. Todo lo que hablan es durísimo y hasta se llega a sentir algo de esos últimos momentos de convicción y entrega, y la posibilidad que tienen de desvanecerse. Una imagen aterradora es la de un hombre decidido a reventarse la cabeza debajo de la rueda de un colectivo si lo llegasen a agarrar (en épocas de la contraofensiva montonera). Todo esto contado por él mismo, ¿cómo es posible que esté pensando eso mientras camino, mirando cada colectivo mientras pasa? La película deja un sabor amargo porque si bien se nota que le pertenece a aquellos que nunca consideraron conciliar con la forma actual de democracia liberal (y hasta se muestra como una forma de resistencia), también nos obliga a encontrar las contradicciones de quienes llevaron la guerrilla hasta los momentos finales. En el medio está el paso del tiempo, decisiones de juventud pensadas desde el mundo adulto. Según ellos: decisiones de hijo y decisiones de padre.
Es interesante que inmediatamente después haya visto otra película política, esta vez de ficción, pero con una propuesta nada intuitiva y totalmente controlada desde preceptos teóricos y formales. Me refiero a Unrest de Cyril Schäublin, una película Suiza que sigue a varios personajes trabajadores de una fábrica de relojes durante el siglo XIX. No la disfruté justamente por percibir tanto cálculo y precisión en la formulación de tesis e ideas. Se habla mucho de las diferencias entre comunismo y anarquismo, se reflexiona sobre el tiempo, su relatividad, su arbitrariedad, lógicas obreras, lógicas sindicales, lógicas patronales. Parecía una de esas películas de hará unos diez años, cuando estaba muy de moda el cine de Haneke, aunque en este caso sin crueldad al espectador. En Unrest está todo bastante limpio y ordenado. En un momento la película respira, y es cuando dos personajes que se atraen entre sí deben detener un reloj por motivos que ahora no voy a contar. La escena respira y es bella, pero sus resultados no dejan de ser teóricos.
Voy a saltearme algunas películas que estarán agrupadas en otras futuras notas para referirme a Matadero de Santiago Fillol, ya que venimos hablando de cine político. Es una película con una premisa sumamente ambiciosa, sobre un director norteamericano que se propone filmar en Argentina una versión del Matadero de Echeverría. Al parecer en ese rodaje murió gente, la película comienza en nuestro presente, van a proyectarla por primera vez y afuera del cine hay protestas. El director teme hablar, no se anima, y en el público hay una señora que formó parte del rodaje, en su juventud fue asistente de dirección, con ella nos sumergimos en un gran flashback. Lo que sigue es una historia que al principio parece X de Ti West (sí). Hay un grupo de jovenes bellos, burgueses y pretenciosos que entra en choque (de clases, claramente), con otros más negros y pobres, los trabajadores de un matadero que interpretarán a los "salvajes" del relato. El rodaje transcurre en 1974, "en modo guerrilla", y los actores pequeñoburgueses filomontoneros tratan de convencer al director de cambiar al final, para hacerlo de una manera que la película juzga más idiota y por ende más satisfactoria para estos personajes sin verdadera alma.
Todo es confuso ideológicamente. En un momento vemos el accionar de la Triple A y la entrega que el director hace para lograr lo único que le importa, que es terminar la película. Lo que parece que será algo descarnado, o "algo que no puede leerse sino que tiene que verse", termina siendo un cierre enigmático, donde hay muertes lejanas y ominosas, políticas... Y para colmo nunca regresamos del flashback. Eso es incomprensible. Jamás sabremos qué pasó después de la proyección, si la mujer se encontró con el director, si el director se animó a hablar y en ese caso qué pudo haber dicho. Qué pudo haber pasado. La película muere en la sugerencia.
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