miércoles, 11 de abril de 2018

A Quiet Place, contra las películas de terror de reglas

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Sobre A Quiet Place (John Krasinski, 2018)

Hace un tiempo que vengo quejándome de las películas de terror de "regla", esas donde un sólo sistema muy fácilmente enunciable rige toda la película. 10 Cloverfield Lane (Dan Trachtenberg, 2016) era una, con su encierro programado y sus juegos de "salir de la habitación". Hush (Mike Flanagan, 2016) era otra, con su sordomuda acechada por un asesino en medio del bosque.

La regla siempre es definible y abre un abanico de posibilidades narrativas para jugar en cada situación. El entorno se vuelve puramente formal. Todo lo que tiene que ver con lo dramático o con la caracterización de personajes suele quedar en segundo plano o directamente ausente, como si se decidiera cortar con todo eso para darle lugar a las estrategias que se suponen "mayores". Puro humo.

De A Quiet Place (dirigida por su protagonista John Krasinski) esperaba algo así, sobre todo cuando todos los que se refieren a la película mencionan su regla principal: las bestias asesinas sólo detectan el sonido, por ende sólo atacan cuando uno hace ruido, y los personajes se ven obligados a estar toda la película en silencio.

Esto inmediatamente nos genera la expectativa de estar ante una película cuyo diseño sonoro será "importante", como si se le hiciera una especie de proceso de lucreciamartelización al cine de terror. Pero A Quiet Place, si bien parte con una regla muy clara y explotable, no pierde toda su energía en ese tipo de juegos sofisticados, y se termina convirtiendo en una película por sobre todas las cosas. De alguna manera llega a ser lo mejor que este tipo de películas puede ser, al lograr que sus personajes vayan adquiriendo poco a poco dimensiones que van más allá de su mera funcionalidad en el guión.

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Hay dos puntos centrales sobre los que se anida todo el conflicto: al principio la muerte del hijo más pequeño, y luego el nuevo embarazo de la madre (Emily Blunt). El nuevo bebé presupone un problema, ya que en este mundo post-apocalíptico la nueva ley es el silencio. Más allá de las estrategias de la familia para poder tenerlo, terminan siendo mucho más interesantes los motivos que los llevan a querer tenerlo. La pérdida del chico es un trauma para la familia, y se genera con este elemento todo un sistema de culpas entre el padre y su hija mayor (que le facilitó el juguete ruidoso que lo condenó). En ese sentido es el reverso exacto de It comes at night (Trey Edward Shults, 2017), otra película de reglas pero donde la familia protagonista es sólamente un sostén para su preciosismo visual.

Las bestias tienen algo de aliens (Alien) y algo de velocirraptors (Jurassic Park), más que nada por el comportamiento, pero la película las concatena en su universo trascendiendo la referencia. A partir de su conflicto central el contexto apocalíptico se mueve hacia una posible salida. Está claro que el nuevo bebé llega como una rendención, y paralelamente aparece el elemento que destruye a la "regla".

A Quiet Place es silenciosa, pero está llena de música. Si nos pusiéramos duros y estructuralistas, la música incidental no tendría lugar, pero en esa decisión está un poco también la voluntad de la película por no exceder su propuesta. En el film, en su universo diegético, los personajes no pueden hablar por impedimentos que son verosímiles, pero la película no es la explotación de ese recurso, y se permite cargar esa condición con humildad. Los personajes quieren hablar y cuando pueden lo hacen, diciendo lo que sienten y lo que les importa. Para Krasinski no poder "dialogar" no es un beneficio sofisticado, sino un problema de sus personajes, a los que trata de contener y desarrollar.

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