viernes, 6 de abril de 2018
Los ejércitos de nerds de Steven Spielberg
Sobre Ready Player One (Steven Spielberg, 2018)
Cuando salí del cine de ver Ready Player One, la más reciente película de Steven Spielberg, escribí de forma apresurada en Facebook lo siguiente:
"Acabo de ver en el cine a un ejército de nerds en relación de dependencia luchando contra otro ejército de nerds en relación de dependencia con dos días de franco, diseñados por otro ejército de nerds reales que espero al menos hayan estado en relación de dependencia".
Es uno de esos comentarios barderitos, breve casi como un twit, que busca tirar a la basura con estilo a la película completa. Ahora, con todo un poco más pensado, sería hora de desarrollar un poquito más.
Aún así la conclusión no es distinta, sigo creyendo que la película es terrible. No porque vea en Spielberg a un mal director, a alguien que filma mal o narra mal. Pero a veces tiende a perderse el centro de lo que uno ve en una película, ante la pregunta de si lo que vemos es la ejecución de una obra material (bien o mal hecha), o si lo que hacemos es enfrentarnos lisa y llanamente a "lo que se nos está contando", y en otros términos también "lo que te están mostrando". Seamos coloquiales en ese asunto y metámonos con lo segundo, que es lo que más me interesa al menos a mí.
Todo lo que se cuenta se cuenta desde un lugar, desde una perspectiva. Para algunos la perspectiva es siempre la de la cámara. Creo que se puede ampliar ese término. Perspectiva es punto de vista, y el punto de vista no es siempre empírico y fotográfico, a veces es también una construcción valorativa producida por otros medios del lenguaje (que en el cine los hay).
Spielberg no es un cineasta de los que creen en la realidad, sino de los que creen en la imagen. En esa división baziniana también pueden aparecer los cineastas que creen en la imagen PORQUE creen en la realidad, pero sería darle una complejidad que el cine de Spielberg elige no tener.
Hubo dos críticas que me interesaron mucho sobre esta película. La primera fue la de Quintín en A Sala Llena, que cita al libro de Leonardo D'Espósito:
“Es probable que se trate de el único director auténticamente superficial del cine. El término ‘superficial’ suele emplearse de modo peyorativo, pero aquí significa que todo aquello que queramos interpretar está en la superficie de la pantalla, no hay nada oculto”.
Así definen a Spielberg como a un cineasta del grupo de los creyentes de la imagen, como si se tratara de un organizador de todo aquello que es superficial, cuya jurisdicción no está en el mundo de lo empírico sino en el territorio de lo fantástico e imaginario. Para eso no necesitamos que haya seres fantásticos, sino simplemente el mundo imaginario del cine con todo su rango de elementos.
El mundo imaginario de Spielberg parece puesto en escena con una superpoblación de signos de la cultura (ahora) retro, y mucho del cine de su propia generación. En un momento, el empresario de IOI Nolan Sorrento, el malo de la película, anuncia orgulloso que han llegado a un punto en el que son capaces de manejar la máxima cantidad de publicidades en el rango visual del casco de realidad virtual sin que les agarre un ACV a los usuarios.
Cuando vemos el mundo de OASIS así es como lo vemos, superpoblado. Los signos se despliegan por toda la pantalla, cada uno en sí mismo diseñado a la perfección, pero perdido en el océano de imágenes. A la vez, OASIS se nos presenta en un principio, desde la perspectiva de Spielberg (volviendo a la palabra) como maravilloso. Quizás ese sea un aspecto que sume a otro de los dichos de Quintín sobre la "transparencia" en el cine de Spielberg, donde parece que toda la naturaleza de las costas está expuesta, afuera, visible, aunque genere contradicciones. Spielberg es un director que no se priva de exponerse. Así lo veía yo también cuando escribí sobre The Post, donde me parecía que eso es algo entendible y parte de su diseño deliberado. Creo también que eso debe ser criticado.
La mejor parte del texto de A Sala Llena decía:
"Recordé entonces una escena que se repite en Ready Player One: los empleados de Sorrento, encargados de competir en Oasis contra los héroes, aplicados a sus computadoras o con sus pantallas en la cara jugando para servir a su patrón (al modo en que dicen que operan los trolls en las campañas políticas). Esos empleados se mostraban hábiles e inteligentes y me hicieron pensar en esa lista de gente dedicada a construir pieza por pieza las fantasías de Spielberg. No creo que al cineasta se le haya escapado que los integrantes de su ejército de programadores y animadores se parecen más a los esbirros digitales de Sorrento que a Wade, Samantha y a los otros héroes del film, tan libres, creativos y rebeldes. No hay manera de ocultarlo y Spielberg lo exhibe. Es otra prueba de la transparencia de su cine."
Ahí vi reflejado a los "ejércitos de nerds" que imaginé. No se trataba de mi lectura habilidosa por sobre la torpeza de Spielberg, sino algo que Spielberg maneja y exhibe a consciencia. Excelente, una libertad admirable, una corrección que no es otra cosa que justa. Lo que siempre termino preguntándome es a dónde se nos está llevando en ese camino.
"Spielberg no es un cínico. La contracara del capitalismo malo es el capitalismo bueno, humano, encarnado por Halliday".
El otro texto que también me gustó mucho sobre la película es el que escribió Diego Trerotola, un poco menos técnico en lo que respecta a las operaciones narrativas de Spielberg, cosa que agradezco porque da a lugar a centrarse en un aspecto más directo de lo que la película viene a ofrecernos:
"Ready Player One es una película que proclama repetidamente ¡viva el juego!, quiere ser una marcha del Día del Orgullo Gamer pero termina con unos pibes que prohíben que la gente juegue durante un par de días a la semana. POSTA. ¿Me estás cargando, Spielberg? ¿Un régimen donde el capitalismo dice cuándo se puede jugar de una manera y cuándo no? Gracias, paso. Si no se puede jugar todos los días no me interesa tu cine, facho careta".
Volvemos sobre la tecnocracia de Spielberg entonces. En definitiva todo va a ser ideología, y aunque hagamos el esfuerzo de homologarnos con la visión peterpaniana de la inocencia, lo que en definitiva hacemos como espectadores es caer en la doctrina técnica que le da un lugarcito a nuestro ocio y juego como parte controlada del mundo. No es que quiera ponerme en tono trotskista y hacer de toda crítica una crítica al capitalismo, pero en ese sentido Spielberg también es muy transparente, demasiado, más de lo que alguna vez creí que pudiera ser.
Ready Player One viene a instalarse como la visión definitiva de los problemas entre virtualidad y realidad. Construye, dentro de su territorio ficcional y virtual a una batalla épica entre bandos de usuarios, como si fuese la gran épica de la imagen digital en el siglo XXI. Pero se olvida de su parte más escencial. En 2009 Cameron estrenaba Avatar, donde también había un mundo virtual (empíricamente virtual en el cine, pero real en universo imaginario), al que se podía ingresar mediante un dispositivo técnico. En esa película también había una batalla épica entre bandos. Visualmente era similar, pero radicalmente distinta en la lucha. En Avatar se luchaba por una cierta idea de lo que es el espíritu, y qué lugar tiene en un mundo de esas condiciones. Como el viejo ensayo de Bergson, Materia y memoria, buscaba la "relacion entre el cuerpo y el espíritu". Para Spielberg la cuestión parece pasar por el lado de la posibilidad de volver al juego sin ser perturbados. En el juego hay algo inmaculado, intacto, pero más presente en la inocencia del jugador que en la naturaleza del juego. ¿Cuál es esa naturaleza? Por lo pronto, cuando entramos a OASIS, lo natural es pasear por el mundo de Minecraft, escalar con Batman y varias imágenes de marca más.
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