viernes, 27 de abril de 2018

Psychokinesis

psychokinesis

Sobre Psychokinesis (Yeon Sang-ho, 2018) | Para A Sala Llena

La anterior película de Yeon Sang-ho, la extraordinaria Train to Busan (2016), dejó una expectativa altísima. El realizador coreano había demostrado ser capaz de manejar un relato fantástico y de acción con un balance perfecto entre su vertiginosidad y su melodrama trágico. Había también, en medio de todo eso, un claro costado político. El mundo había devenido en un movimiento imparable e individualista que se traducía paradójicamente en masas amorfas, casi indivisibles, de zombis.

Psychokinesis, recientemente estrenada en Netflix, pone la voluntad política en el centro de la escena, y por ende termina siendo un poco más notoria su declaración de intenciones. El balance entre su construcción de sentido y las peripecias de su narración resulta, por ende, un tanto más arbitrario, para luego ser solo funcional.

Seok-hyeon es un guardia de seguridad fracasado y padre ausente. Su hija Ru-mi es dueña de un local de pollo frito, y sus caminos se vuelven a cruzar cuando todo el distrito se ve amenazado por la inminente construcción de un centro comercial. La empresaria al mando, la señorita Hong (Jung Yu-mi) tiene bajo su cargo una pandilla encargada de llevar a cabo el desalojo de habitantes sin compensación alguna. En un contexto donde la policía es corrupta, vendida e inoperante, se conforma una batalla entre una resistencia comunitaria de los dueños de los locales y un enemigo constituido por empresarios, patotas, los medios y la policía.

La “psicokinesis” de Seok-hyeon surge de una manera explícitamente arbitraria en la película. El padre pasará de su fracaso habitual a convertirse en una suerte de superhéroe para la comunidad de comerciantes, lugar del que surge una posibilidad de redención para con su hija.

Resulta claro que en Psychokinesis hay una reincidencia deliberada en el melodrama paterno, que se había trabajado a la perfección en Train to Busan, con un padre cuya ausencia se conectaba íntimamente al vacío espiritual del universo del relato. Aquí no solo emergerá una redención, sino también una figuración muy clara, casi alegórica, de Seok-hyeon como salvador. De alguna manera el protagonista deviene un ángel de la guarda para los trabajadores marginados, con un eco de contención, muy habitual en el Nuevo Cine Coreano, para los policías subordinados que obedecen órdenes como seres alienados. Ahora las masas amorfas parecen ser estos grupos que llegan para desalojar y que, al chocar con los poderes de Seok-kyeon, terminan volando por los aires como objetos inertes.

Más allá de sus puntos más maniqueos, lo más interesante de Psychokinesis está en que termina logrando la unión de sus partes esquemáticas, y el vínculo entre Seok-hyeon y su hija se consolida. A riesgo de caer en el spoiler, solo puedo decir que Psychokinesis también logra transmitir la sensación amarga de un cambio histórico, político y cultural en las formas de vínculo con el espacio urbano. En su cierre, si consideramos el uso de los poderes sobrenaturales simétricamente en relación con el principio, tenemos un final en apariencia conformista, pero de alguna manera consciente, contenido, o simplemente salvado. Se nota que Yeon está, ahora más que nunca, bien metido en el sistema. Afortunadamente, para los grandes directores el conformismo no existe.

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