sábado, 7 de abril de 2018

Oscars y mexicoxploitation: Guillermo Del Toro y Pixar

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Sobre The Shape of Water (Guillermo del Toro, 2017) y Coco (Lee Unkrich, Adrián Molina, 2017)

Todavía no vi El Hilo Fantasma de Paul Thomas Anderson. Mi plan era ver las películas de los Oscars y llegar a escribir sobre todas. No cumplí con nada de eso y de a poco iré tirando algún que otro texto o comentario.

¿Qué sentido tiene hablar de los Oscars o sus películas? Ya todos más o menos sabemos que son la fiesta de los ricos, la gala del progresismo liberal corporativo norteamericano y muchas otras cosas más. Es poca la gente, al menos acá, que se cree esos desbordes de corrección política. ¿Por qué los vemos? O mejor dicho, ¿por qué los veo yo? Me encanta verlos, y siempre trato, en la medida que me toquen en un momento de la vida con tiempo y dinero, de ver todas las películas: esa selección extraña de films que a menudo reunen a la agenda de temas bienpensantes en un sólo lugar como lista de supermercado.

Esa selección es la que durante aproximadamente un mes está en boca de todos. De repente, en "temporada de premios", las películas vuelven a ser tema común de conversación. En cualquier contexto mencionás una película de los Oscar y la mayoría la vio. Se capta una porción grande de la hegemonía cultural durante un mes. No se trata de consumo irónico ni de cinismo lo que me mueve a ver todo ese cine. Se trata de alimentar mi (creo yo) legítima curiosidad de dejarme atravesar por algunos de los discursos del momento y contexto.

A veces, ese grupito de películas tiene algunas buenas, a veces peliculones. Muchas veces basura. Y uno intenta también esbozar todo tipo de teorías acerca de qué significa que gane tal película o tal otra. Mi plan ahora sería correrme también un poco de eso, porque el mundo a veces es menos conspirativo de lo que parece, y pasar a texto algunas ideas sobre las películas.

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La gran ganadora fue La forma del agua, una película pretensiosa del mexicano Guillermo Del Toro. Cuando la vi en el cine (previo a la ceremonia) salí apresurado a criticarla, y en Facebook puse esto:

"Está claro que una película te está pareciendo una garcha cuando lo único que querés es que gane el malo y maten de una puta vez a ese monstruo feo de ver, por feo. Película fea, La forma del agua, terminá ya, sobre las cartas la mesa, me quiero ir a mi casa".

Para mí hasta la señora Bisman se podía dar cuenta de la descarada venta de humo. Mucha verdad, nada de mentira: La forma del agua es pura superficie. Ni siquiera como la superficie spielbergiana inteligente a la que me refería en el post anterior sobre Ready Player One. En La forma del agua regresa ese cine adornito que ya creía difunto, ese de fines de los 90 y principios de los 2000, con Amelie a la cabeza. Colorinche por todos lados, tiernito en sus movimientos de cámara, correcto en sus libertades inocentes. Es difícil criticarla sin ningunearla en breves renglones, así que voy a hacer mi mejor esfuerzo por encontrarle algún matiz que nos deje reflexionar mínimamente algo.

En el criterio actual de los Oscars se nota una aparente predilección por la nostalgia de lo clásico. Esas imágenes de los cines vacíos, las calles claramente hechas en estudio, los carteles, las luces, la tristeza porque ahora la TV le gana al cine, etc, etc. Todo eso se veía también en La La Land el año pasado. Parece como si se quisiera mantener un cierto glamour en medio de todo lo demás, mantenerlo vivo aunque sea como mera parodia. Por eso creo que las cortinas musicales de la ceremonia siguen siendo a veces "That's Entertainment" de The Band Wagon de Vincente Minnelli. Termina quedando como una cosa pomposa que nos recuerda que alguna vez hubo algo llamado cine clásico. De la relación con aquel cine no podríamos decir mucho.

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El combo de Del Toro le resultó entonces provechoso, porque a diferencia de La La Land, La forma del agua le sumó a la nostalgia varios elementos de la más literal corrección política: la apreciación de lo diferente (que acá es una versión asquerosamente detallista del monstruo de la Laguna Negra) y de las minorías en tiempos de opresión. La La Land era demasiado cínica, como ya había dicho alguna vez, era para burgueses resentidos. Esta, en cambio, es para todos y todas y todes y monstrues. Al que no le gusta lo fino, tiene lo fantástico, y así más o menos se va completando. La nostalgia por lo clásico no es enojada y sofisticada, sino tierna y amable.

Cuando recibió una de sus múltiples estatuas, el presentador anunció "Mexico!" en lugar de decir el título de la película. "Lo mexicano" estaba dominando la noche. Ya iba a llegar el momento en el que alguno de esos directores prodigio mexicanos fuera así de premiado, y llegó. Lo interesante es que en medio de tanta mexicoxploitation estaba Coco.

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Coco me pareció muy buena. En este caso todo era México hablado en inglés, pero no sentí esa explotación de oportunismo correcto. Lo "correcto" hubiera sido llenar la película de palos a Donald Trump, pero lo que en realidad hace Coco es contar una historia con personajes mexicanos totalmente universal. El oportunismo está, en todo caso, en la inteligencia de Pixar al saber en qué contexto definir y ubicar a ese relato.

Me fue muy reconfortante darme cuenta que la estrella de la música que la película enaltece durante su primera mitad en realidad era un farsante. Su imagen me era insostenible de entrada, porque claramente era un careta. Hay algo en la narración de la película que pende de hilos. Toda la vuelta de rosca con la identidad del verdadero tatarabuelo del chico es rarísima, pero la efectividad narrativa de la película está en como hace toda su conducción emocional. Todas las peripecias rosqueras de la trama están subordinadas a eso.

Claramente está diseñada para llorar, por momentos es el colmo, ya que con la combinación ancianita, niñita, niñito, música y muerte, les es imposible no salir triunfantes con tantos dedos en la llaga. Pero nunca se llega al golpe bajo. Coco es una película sobre la muerte y sobre los seres queridos, y en el fondo es una cosa muy simple, que puede ser comprobada con la manera que tiene de encuadrar retratos enmarcados. Toda la película podría pensársela como a un estudio de cómo filmar fotos de personas con distintos fueras de campo.

ROMERO

Lo único que lamento es que durante la ceremonia de premios no hayan combinado a la presentación de la canción Recuérdame (horriblemente cantada por Gael García Bernal) con el momento de las estrellas difuntas en el año. Hubiese sido obvio pero aún así ideal, y eligieron poner al cantante de Pearl Jam. Pero bueno, por eso digo que tenemos que ver las películas, entenderlas, pensarlas o disfrutarlas, pero nunca olvidar que en definitiva los premios Oscar es un show bastante idiota.

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