domingo, 8 de abril de 2018

The Death of Stalin o VEEP con stalinistas

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Sobre The Death of Stalin (Armando Iannucci, 2017)

Si algo aprendí de Armando Iannucci es que para hacer una buena sátira política no se necesita simplemente a alguien que escriba los chistes más inteligentes y sofisticados, sino a alguien a quien realmente le interese la política y que tenga sentido del humor. Ahí aparece el punto donde ese sentido del humor se vuelve inseparable del sentido político, que permanece como centro en medio de la carcajada.

Iannucci es el creador de la serie de HBO Veep, que ya va por su séptima temporada y es la consagración de Julia Louis Dreyfus (Elaine en Seinfeld) como una de las mejores comediantes vivas, en su papel de vicepresidenta de Estados Unidos.

En este largometraje de aires más ambiciosos aparece una lógica similar a la de esa serie. Iannucci parece detestar la solemidad, y enfrenta situaciones mucho más polémicas al meterse con los horrores del stalinismo con una agudeza muy clara sin nunca perder el humor.

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Podríamos ponernos a discutir si la representación del stalinismo según Iannucci es correcta éticamente, si hay algo de "abyección" en esas filas de detenidos siendo fusilados uno tras otro, en medio de secuencias humorísticas. No tendría sentido, y para no ahondar en esos círculos donde perderíamos el tiempo analizando si está bien o no caricaturizar a esas figuras, mejor pensemos cómo Iannucci arma y entiende a aquel universo (con las figuras incluidas).

Se trata de los grandes, de los pesos pesados. Ellos son quienes tienen una fachada política, un relato que los construye y les da poder. Esa fachada política es también una imagen. Pero detrás de la imagen existen tambien los individuos comunes, cuya relación con la política es laboral. Estos son hombres pequeños y alienados que, contrario a las imágenes de grandeza, son simplemente pusilánimes modernos.

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La aventura de The Death of Stalin es entonces la de estos pequeños individuos tratando de hacer maniobras, de sumar poder, de hacer lo posible para sostenerse mediante la retórica. En ellos hay algo de desgracia porque el universo entero es desgraciado. El momento histórico de la diégesis de la película es el del cierre de la etapa de máximo horror en la Unión Soviética, con lo cual la oscuridad histórica tiñe a la acidez del humor. Se trata de tiempos cínicos. Todos los personajes devinieron en eso, y en ese sentido el personaje de Khrushchev (un extraordinario Steve Buscemi) se vuelve central.

Como Mr. Pink en Reservoir Dogs, Khrushchev es minimizado por los demás, pero la película se detiene en él, y así lo vemos como ensaya los chistes junto a su esposa, para caerle bien a Stalin. Ella le pregunta: "¿Stalin se rió?", y eso forma parte de la vida cotidiana. Buscemi interpreta a un hombre común, desnudo en su tarea de cumplir en la política stalinista, pero para la película es todo un sujeto. De alguna manera él es bueno, mientras el mal es encarnado sin escrúpulos en el nefasto Lavrenti Beria. El film ficcionaliza, divide en bien y mal, inventa su propio relato, juega con él.

Aún así no deja de ser histórico, durante el metraje la historia se mueve. Khrushchev debe conspirar, tomar decisiones y ejecutarlas. De alguna manera el episodio parece ser parte de una escalada infinita de poder, como si se tratara de una comedia misantrópica donde el mundo esta gobernado por idiotas que hacen lo que pueden. Pero no estamos ante el cinismo de los Hnos. Coen. El film parece ver en la política a toda una mugre que no es simplemente señalada con un dedo jocoso. Prueba de esto es que hayamos logrado ver a Khrushchev como a la única salvación, compartiendo también la necesidad de eliminar a Beria. A Iannucci le importa la política y le importa el mundo. En este caso su final es abierto, y su referencia es histórica. En el fondo, por más ambicioso que sea el proyecto, The Death of Stalin no es una película tan jugada, pero sí es tremendamente efectiva. Lo que sí, yo todavía quiero ver cómo será que cierre Veep...

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