miércoles, 22 de abril de 2020

Algo sobre la luz

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Siempre me inquieta algo que pasa cuando miro alguna una película con escenas oscuras y de repente se hace de día, o se pasa directamente a una escena diurna, o se ve el sol. El efecto de la luz tiene una potencia extraordinaria.

Ese contraste es claramente un tema de fotosensibilidad y de cómo funcionan nuestros cuerpos, pero me interesa ahondar en lo que le concierne al relato en el que estamos inmersos. Hay un poder de convertir al blanco en algo más. No nos pasa lo mismo si lo que vemos como blanco o sobreexpuesto es simplemente algo blanco. Cuando ese blanco es drama o narración, y es luz, es la potencia de esa luz, mucho mayor a cualquier idea de blanco.

Mirar al sol directamente nos puede lastimar los ojos, cualquiera que lo haga puede sentir un efecto físico directo, y la necesidad de cerrar los ojos o correr la mirada. Hay algo que puede lograr que mirar al sol directamente en una película tenga un efecto parecido, cuando en realidad esa mancha de blanco en la película es el mismo blanco que tenemos de fondo en, por ejemplo, un procesador de textos, o el color de fondo de la página de YouTube, a centímetros de nuestra cara. La película convierte a su luz concreta en una luz adecuada a su propio mundo, y una intensidad cualquiera puede convertirse en la intensidad del sol mismo.

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No se trata de celebrar o desear que el cine tenga el poder de lastimarnos los ojos, ni un elogio de la luz por la luz en sí. Hay quienes ven en el cine a la fiesta del poder ver, y eso es otro tema. Pero pienso que esta distinción en el cine es evidente, y en ese universo el rango de posibilidades lumínicas es infinito. Es parte del control, quien dirige se supone que sabe cuándo utilizar algo que tiene una potencia cegadora, hasta dañina.

Me sorprende igualmente que nuestro cuerpo y percepción no se haya transformado (o terminado de transformar) con la cantidad de tiempo que pasamos expuestos a todo tipo de resplandores insignificantes, cuando estamos en internet, viendo las interfaces de las aplicaciones de nuestro celular o mismo viendo las gráficas de transiciones de los noticieros, por dar un ejemplo televisivo. La cantidad de fondos blancos que vemos, en el cine podrían tener la potencia de mil soles. Afuera es un código, #FFFFFF, y no se trata solo del blanco, los píxeles llegan a verse como se ven por combinaciones lumínicas de nuestras pantallas. Aún así seguimos frunciendo los ojos cuando sale el sol en una película.

Hay momentos en los que estos tonos de blanco cobran un sentido más cercano a lo que son, y es cuando usamos nuestras computadoras en medio de la noche, en la oscuridad, y pasamos de una ventana oscura a una blanca, por ejemplo. Nos genera un shock lumínico. Lo tenebroso es que esos resplandores son cada vez más el paisaje de la vida diaria. Tal vez signifique que nuestra mirada se acostumbre a sosportar la presión de miles de soles, afectándonos en lo físico sin que lo sepamos por la circunstancialidad del lugar que ocupan. Mientras tanto, en medio de la cuarentena, el verdadero sol solo llega a mi balcón de 9.30 a 10.30 de la mañana.

Fotogramas: Mermaids (Richard Benjamin, 1990) / The Naked Dawn (Edgar G. Ulmer, 1955)

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